Política monetaria, sistema financiero y fuerza militar suelen estar casi siempre anudados o interconectados. El devenir histórico de los grandes imperios modernos así lo demuestra, por la simple lógica para el Estado hegemónico de hacer frente a los aumentos de gasto militar con el fin de controlar gobiernos extranjeros, rutas comerciales y mercados estratégicos cada vez más extensos, complejos y dispersos. A este respecto, la política neoimperial de EEUU tras la segunda guerra mundial ha exigido una financiación que sólo es posible con una política monetaria y crediticia expansiva basada en la flexibilización cuantitativa que permita inmensas inyecciones de liquidez con las que sostener inversiones tecnológicas y gastos militares crecientes.
Incluso aunque no haya ganado claramente las guerras de carácter regional en las últimas décadas (Vietnam, Afganistán, Iraq, Siria o Libia), EEUU obtiene una gran ventaja con tan solo azuzar estos conflictos bélicos porque la simple creación de tensión le permite reactivar su industria militar y generar una mayor demanda interna. Por esta razón cabe dudar si el interés final es la ocupación militar en sí misma o la propia dinámica del despliegue logístico y e renovación de armamento, que es lo que realmente dinamiza su sistema financiero y el valor del dólar dentro del comercio internacional.
En este sentido, la ruptura del patrón oro realizada por EEUU en 1971 se entiende dentro de la lógica de seguir inflando las deudas para financiar la presencia militar global, como en su momento fue la guerra de Vietnam. El dólar, sin la convertibilidad al oro, comienza a sostenerse entonces no ya sobre las reservas del metal precioso depositadas en las cámaras acorazadas de Fort Knox, sino en la capacidad militar de su ejército para imponer a otros gobiernos el dólar en las transacciones internacionales y en los principales mercados mundiales (como el del petróleo).
La base del poder angloamericano es principalmente militar, mediante un ejército desplegado en todo el mundo con capacidad de condicionar o coaccionar gobiernos extranjeros (mediante "misiones de paz" o intervenciones para "defender la democracia y la libertad"). Unas fuerzas armadas financiadas a golpe de emisiones de deuda emitida por el Tesoro y comprada con los dólares a su vez generados por la Reserva Federal. Liquidez inyectada en los mercados bancarios y bursátiles norteamericanos y desde allí transferida por todo el circuito financiero y corporativo de su sistema (Wall Street). Una vez que el dólar se desliga del patrón oro, la divisa ha pasado a regirse por la capacidad del Pentágono para imponerlo en el comercio mundial.
Por todo lo anterior, no parece claro que la maltrecha hegemonía estadounidense vaya a remitir tanto como algunos ingenuamente pronostican a causa de la pandemia del Covid-19 y sus efectos socioeconómicos internos. Los imperios no suelen desplomarse tan abruptamente. Sus declives son lentos y agónicos. De momento, nadie duda de que China está cada vez más cerca del gigante norteamericano. Desde finales de los 70 con Deng Xiaoping hasta el gran liderazgo actual de Xi Jinping con su “nueva ruta de la seda”, terrestre, marítima y ártica, pasando por su incorporación a la OMC en el 2001, China ha demostrado tener un plan estratégico sólido y consistente. No pueden decir lo mismo las potencias europeas, con una errática y lenta Unión Europea. La excepción estaría en la singularidad que representa Rusia, desde la llegada de Putin al Kremlin en el año 2000.
No obstante, China carece de momento de una presencia militar mundial y el yuan no es hasta la fecha una divisa de reserva internacional, a pesar de las prometedoras expectativas del yuan digital (DC/EP) y el lanzamiento de su sistema nacional de registros distribuidos mediante la criptografía de la cadena de bloques (blockchain). Tampoco en la esfera de los BRICS se han dado los pasos decisivos para imponer una divisa interna alternativa e independiente del dólar. Mientras EEUU pueda seguir sustentado su poder militar en la emisión infinita de dólares con la que soportar la deuda que permite financiar el gasto e inversiones de su Administración, quedará garantizada su propia estabilidad como hegemón, aunque China le supere próximamente en el PIB nominal (ya lo hace desde 2014 en paridad de poder adquisitivo).
El gigante asiático seguirá avanzando y retando este liderazgo, pero a corto plazo no tiene las herramientas suficientes para cortocircuitar letalmente los mecanismos en los que se fundamenta la hegemonía del “dolarcentrismo”. Un ejemplo de esto lo prueba el hecho de que a fecha de hoy el dragón asiático es el mayor acreedor de deuda soberana estadounidense, con algo más de 1 billón de dólares en bonos del Tesoro (de los 23 billones de deuda pública que hay emitida) y con unas reservas en dólares de 3 billones aproximadamente (de los 17 billones existentes). Esto implica que muy dudosamente puede China usar los bonos de deuda estadounidense y los dólares adquiridos como arma arrojadiza contra EEUU, porque de momento le interesa preservar el valor de esa deuda y de sus propios dólares.
Si Trump es reelegido en noviembre parece claro que relanzará su plan de choque para evitar que el orden unipolar norteamericano siga degradándose. Proteccionismo, excepcionalismo y unilateralismo seguirán muy probablemente siendo sus señas de identidad. Tampoco parece que esta política pueda cambiar en exceso con un demócrata como Biden de inquilino en la Casa Blanca, aunque sí posiblemente puedan observarse notables cambios a nivel formal, estético y empático dentro del contexto diplomático occidental. En todo caso, EEUU se verá obligado a rehacer sus alianzas para poder implementar con éxito una segunda fase de la guerra comercial contra China y torpedear internamente el proyecto de los BRICS con Bolsonaro en Brasil. En los próximos meses habrá que prestar especial atención a los movimientos sociopolíticos y a las maniobras militares que se produzcan en todo el perímetro chino: Hong Kong, Tíbet, frontera con India, Provincia de Xinjiang, Península de Corea y Taiwán. Con respecto a Europa, todo parece indicar que le convendrá mantenerla aliada pero suficientemente dividida, sin ruptura, alejada de Moscú y dependiente de sus directrices y actuaciones. Europa occidental ha sido muy sensible y vulnerable a la extraordinaria eficacia disuasoria que tienen las políticas de sanciones de EEUU a Rusia e Irán, o sus políticas arancelarias contra China en numerosos mercados que afectan indirecta pero fuertemente a las economías europeas.
Los próximos años serán intensos en el tablero geopolítico agitado por el devenir de la pospandemia y sus efectos derivados y colaterales en la economía y en el comercio internacional. Muy posiblemente varios países y regiones adquieran un protagonismo crucial, muy a su pesar. Países como Venezuela (primera reserva mundial de petróleo), Indonesia (potencia islámica y demográfica que podría ingresar en el BRICS), Pakistán (eje clave en el corredor de la nueva ruta de la sede china), Nigeria (potencia regional africana en plena bomba demográfica), Bolivia (primera reserva mundial de litio) o la República Democrática del Congo (con la mitad de las reservas mundiales de cobalto) serán algunos de los lugares que tendrán más papeletas para convertirse en escenarios calientes de la “Segunda Guerra Fría” en ciernes. En cualquier caso, vigilar el valor del dólar será muy posiblemente la mejor pista para ir descubriendo cómo resiste la gran potencia americana.
La crisis de la pandemia del coronavirus, en esta primera mitad del año 2020, está volviendo a poner de manifiesto las limitaciones de EEUU ante los retos de una crisis sanitaria pero también económica sin precedentes en la historia reciente. Su gran rival, China, parece haber ya controlado completamente esta enfermedad infecciosa, reiniciando su economía y tomando ventaja en el nuevo escenario postpandémico. Ahora los interrogantes están puestos en EEUU, en cómo responderá a la nueva coyuntura marcada por la recesión y el alto desempleo que está sufriendo, una vez evidenciadas sus debilidades internas para prever y mitigar los primeros efectos de esta crisis. ¿Podrá seguir manteniendo por mucho más tiempo la posición de liderazgo mundial ante el desafío de China y Rusia? ¿Está el orden unipolar estadounidense agrietándose irreparablemente? ¿Saldrá de esta crisis un futuro G-3 que obligue a las tres superpotencias a entenderse y reorganizar el mundo bajo un concierto tripolar?