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FIN DEL ESTADO DEL BIENESTAR

Kant y el coronavirus

Kant y el coronavirus

· Por Luis Sánchez de Movellán de la Riva, Doctor en Derecho, Profesor y Escritor

By Luis Sánchez de Movellán
sábado 06 de junio de 2020, 09:40h
En estas semanas difíciles de ‘arresto domiciliario’, la filosofía acaba siendo nuestra compañera inevitable de pandemia y setentena, aún cuando en las bibliotecas de nuestras celdas domiciliarias no exista ni una sola obra de pensador ilustre alguno. En momentos de zozobra y angustia existencial como los presentes, cuando nuestras certezas, hábitos y costumbres se han volatilizado hasta volverse quimeras del pasado, se nos agolpan en el magín las grandes cuestiones que han interrogado desde siempre al ser humano. Por poco dados que seamos a la especulación, la filosofía se acaba apoderando de nuestras mentes: ¿por qué esta sucediendo esta realidad, no sabemos si virtual o distópica? ¿Tan vulnerables somos? ¿Es justo que yo enferme y mis vecinos no? ¿Cómo debemos comportarnos en estos días tan difíciles? ¿Por qué en unos seres prima la solidaridad y en otros el egoísmo? ¿En qué consiste ese amor que nos hace añorar dolorosamente a los seres queridos, temer por ellos, sentirlos tan cercanos a pesar de la distancia? ¿Es legítimamente moral el experimentar felicidad en mitad de tanto desastre, confusión y sufrimiento? ¿Cómo se debe resolver éticamente ese dilema terrible en el que queda una cama de UCI y se acumulan varios enfermos en demanda?

Preguntas como estas, complejas e incómodas, dan savia a la propia filosofía, y las cavilaciones y conclusiones de las mejores mentes del pasado pueden acudir en nuestra ayuda y probablemente brindarnos algún consuelo o servirnos de luz y guía. Estamos ante una situación extraña, insólita, imprevista, en la que las discusiones se han vuelto cotidianas y presentes: una polémica sobre el acaparamiento irracional de determinados bienes u objetos, sobre el uso y abuso de pasear el perro más de la cuenta o sobre la impostura de tantos “deportistas” sobrevenidos, puede llevarnos a invocaciones del imperativo categórico de Kant, por el que comportarnos de determinada manera haga que la máxima de nuestra conducta pudiera convertirse en ley universal.

La filosofía no nos va a resolver problemas materiales o sociales inminentes, pero sí es una disciplina práctica que puede aportar mucho al ser humano. Especialmente en situaciones donde las cosas se han salido de los cauces habituales y la gente tiene que replantearse muchas cosas para proseguir con un día a día novedoso y muy cambiado. La filosofía debe tener la función de ayudar a resituarnos y ver la realidad -que no la virtualidad- desde prismas y ópticas diferentes para tratar de recuperar la normalidad en nuestro transcurrir cotidiano y, a ser posible, salir reforzados, con una reflexión serena, razonada, objetiva, de esta situación anómala de ‘arresto domiciliario’, enmascaramiento forzado y “nueva normalidad” que nos quieren imponer de forma autoritaria.

Hay una frase reflexiva que recorre la historia del pensamiento y es aquella que nos dice que filosofar no es otra cosa que aprender a morir. Es una postura para aprender a vivir sin miedo a la muerte. Por ello, quizás sería interesante impregnarnos un poco de estoicismo, esa corriente filosófica que busca suavizar el impacto de la muerte y propiciar una vida virtuosa. Hagamos nuestro ese lema de los estoicos “sustine et abstine” (soporta y renuncia), como fórmula para enfrentarse a la crisis pandémica que hoy amedrenta a tantos ciudadanos. Hagamos exactamente lo contrario de lo que Europa predica, de lo que los antisistema y demás compañeros de viaje proponen y de lo que constituye el credo -una juventud invertebrada- de quienes han crecido amodorrados a los pechos, hoy exhaustos, del Estado de Bienestar.

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