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ATMÓSFERA ASFIXIANTE Y SUPRESIÓN DE LIBERTADES

Una dictadura sanitaria
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Una dictadura sanitaria

· Por Luis Sánchez de Movellán de la Riva, Doctor en Derecho. Profesor y escritor

By Luis Sánchez de Movellán
martes 08 de diciembre de 2020, 09:06h
Un país amordazado físicamente por variopintos “bozales” y mentalmente por la political correctness, con sus habitantes condenados a vivir entre el confinamiento forzoso y el toque de queda, asustados al mismo tiempo por el virus y diversos terrorismos, sometidos a camuflados estados de excepción que limitan las libertades y los derechos fundamentales, ciudadanos que no votan con normalidad y están condenados a escuchar los discursos narcisistas y plomizos de tal o cual dirigente: ¿somos todavía una democracia? Evidentemente que no, estamos en una dictadura, responderán una gran mayoría de compatriotas. Por cierto, y como diría Jorge Luis Borges, “una dictadura que fomenta la opresión, que fomenta el servilismo, que fomenta la crueldad; pero más abominable aún porque fomenta la idiotez”.

Existe, seguramente ya, una dictadura sanitaria instalada en España, con el consentimiento, dócil e implícito, de muchos españoles, preocupados legítimamente por su salud y por su vida. El exceso irracional de miedo, la exageración insólita de precauciones y restricciones, el torbellino informativo entre los discursos agobiantes y la realidad de las cifras nos dejan percibir dos conclusiones, como mínimo, inquietantes: nuestro viejo país no acepta ningún riesgo y el poder se sirve sibilinamente de esta tendencia para lograr que se acepten intromisiones, cada vez más represivas, sobre la vida privada y sobre las libertades públicas.

El pánico actual está sosteniéndose en un número, supuesto y no probado, de portadores de virus más que en la insuficiencia de camas hospitalarias, incluídas las de las UCI’s. Muchos de los “test positivos” -que, por cierto, bastantes resultan fallidos- no suponen ni enfermos ni contagiadores ni auténticos portadores. Y ello en base a la estrategia estúpida que consiste en querer testar masivamente a todo el mundo, sin tener la capacidad real de utilizar los resultados de inmediato y de forma óptima. Por otro lado, la mortalidad continúa afectando prioritariamente a las personas de edad avanzada o que padecen patologías previas. La edad media de los fallecidos ronda los 80 años, de los que el 65% son pacientes asociados con morbilidades diversas.

Así pues, la atmósfera asfixiante creada por la información oficial o por la manipulación de los “mass media”, pesa sobre la existencia de los ciudadanos y sobre la actividad cotidiana de la patria ¿El toque de queda responde a una necesidad racional y real o sirve, torticeramente, para reprimir y aterrorizar a los españoles, habituándoles a que reduzcan pastueñamente sus espacios de libertad por miedo a la sanción y al castigo más que por temor a la enfermedad?

Es el mismo proceso que implementa, de manera más lenta y abstracta, la “dictadura verde” en las políticas de muchísimos ayuntamientos españoles en nombre de un inapreciable “cambio climático” o de un presunto “recalentamiento global” para penalizar comportamientos irresponsables de automovilistas “contaminantes”, llamados a no poder transitar por las ciudades o a circular prácticamente al ralentí por sus calles. Se trata, ante todo, de encontrar – como en la lucha contra el Covid- culpables y castigarles, instaurar medidas restrictivas de la libertad (particularmente las de libre circulación) y provocar cambios de comportamientos: las fiestas y celebraciones nocturnas se restringen al propio domicilio y, sin embargo, son las que más contagios producen. Si el confinamiento ha visto bajar el número de muertos en carretera, por el contrario, los de los motoristas y ciclistas ha aumentado aunque traten de ocultarlo. En los dos casos, la prohibición, la vigilancia y las sanciones son una trilogía tiránica que nos hace pasar progresivamente de un orden legítimo a un Estado policíaco, buscando obtener la colaboración forzosa de los sometidos. La delación del reacio al confinamiento o la mirada asesina -cuando no, agresión física o verbal- al que no porta la mascarilla o se la coloca inadecuadamente, son signos inquietantes que, por una vez, deberían volver a traer malos recuerdos de tiempos pasados.

Hay una dictadura de “corrección política” que, desde hace muchos años, ha instaurado una censura en nuestra piel de toro. Las leyes liberticidas, restringiendo, taimada y sutilmente, la libertad de prensa o imponiendo una “memoria oficial”, han creado en el campo del pensamiento y de la expresión un círculo de prohibiciones, de controles y de sanciones, bajo la vigilancia de asociaciones ciudadanas de corte totalitario. Un verdadero terrorismo intelectual se ha instalado con la autocensura, que nace inevitablemente del riesgo a la sanción o simplemente de la polémica que se suscite artificialmente y que estigmatizará a su autor como controvertido, rebelde, fascista o provocador, aunque no sea condenado.

Frente a la circunspección cobardona, frente a la prudencia servil, frente a la autocensura irracional, frente a la dictadura de lo “políticamente correcto”, no existe hoy nada más que una sola urgencia revolucionaria: devolver a España el gusto por la libertad, pues como gritara don Miguel de Unamuno: “¡Nos están robando, españoles. Una banda de forajidos que se ha apoderado del poder público para saquear a mansalva la Patria!”.

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