Las mesnadas armadas de inspiración yihadista representan el principal desafío a la estabilidad de la región. El fenómeno logró asentarse gracias al ingenuo recibimiento de las poblaciones locales, cuya afán generalizado de seguridad ha ayudado a deslegitimar las frágiles instituciones democráticas. Asimismo, la prensa local contribuyó a presentar como decisivo y beneficioso el despliegue bélico allanando el camino para la entronización de las milicias radicales. Sin embargo un análisis desencantado de la evolución del conflicto ofrece una panorámica menos tranquilizadora.
Contrariamente a las muy fardadas promesas de estabilización de los gobernantes locales, y a pesar de limitados éxitos, los informes de los principales think tank y dosieres de agencias gubernamentales sugieren un escenario de total y absoluta incertidumbre y creciente deterioro. Actualmente el Sahel representa una de las principales fronteras de expansión del yihadismo a nivel global como señala el investigador Héni Nsaibia del centro ACLED (para mayor información véase enlace https://shorturl.at/oVMOk). Jama'a Nusrat ul-Islam wa al-Muslimin (JNIM) y Sahil Wilayah (ISSP) se encuentran entre las organizaciones más activas y letales de las respectivas franquicias Al Qaeda y Daesh. Basándonos en los datos recopilados por el Global Terrosim Index, Burkina Faso y Mali llevan tiempo encabezando tal particular clasificación (más información al link https://shorturl.at/7J9TN).
En el último lustro las formaciones yihadistas se han ido estableciendo gradualmente aprovechando las tensiones étnicas y los sentimientos de venganza cultivados por individuos socialmente marginados – las juventudes carecen de oportunidades a corto, medio y largo plazo especialmente en los entornos rurales – que ven en los preceptos desviados del radicalismo islámico una posibilidad de redención. El periodista Xavier Aldekoa, gran conocedor de los entresijos africanos, en sus reportajes (véase enlace https://shorturl.at/4M3eu) detalla cómo las milicias yihadistas del Sahel hayan logrado canalizar el descontento generalizado que nada tiene que ver con el fundamentalismo religioso ofreciendo perspectivas de crecimiento interior y pertenencia a la comunidad (sobre la necesidad de alcanzar la identidad grupal en las organizaciones terroristas se aconseja la lectura de las monografías de John Horgan y Marco Lombardi). Por lo tanto, se ha impuesto la imagen de una sublevación yihadista predominantemente rural al formar parte de la misma pastores nómades de origen étnico tuareg y fulani.
A su vez, los conflictos entre las mismas formaciones armadas y los estados del Sahel han ejercido como caja de resonancia de las rivalidades étnicas preexistentes. Los diferentes gobiernos de la zona, conocedores de sus limitaciones armamentísticas y militares, no dudaron en recurrir a la ayuda de fuerzas paramilitares de autodefensa. Únicamente las autoridades nigerinas, memores de las carnicerías del pasado, intentaron sistemáticamente desalentar la formación de milicias armadas al considerarlas un potencial detonador del frágil tejido social. Pero es bien sabido que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
En el último bienio las dinámicas del conflicto han llevado a una progresiva modificación de las formas de enfrentamiento y reclutamiento por parte de las organizaciones islamistas violentas. Las artes de la seducción han dejado sitio a la coerción violenta. En algunas zonas del Sahel las insurgencias yihadistas arrebatan territorios y tienen amordazadas a las respectivas poblaciones. Entre 2020 y 2021 el ISSP, severamente debilitado por la intervención castrense de Francia, aprovechó la anarquía generalizada para reorganizarse y crear en el noreste de Mali un bastión perfectamente operativo. JNIM mantiene una sólida presencia en las zonas rurales del país y ha logrado extender su influencia en la frontera oriental de Burkina Faso.
Como acontecido en Siria e Iraq, los grupos islamistas han ido sustituyendo las autoridades estatales yendo más allá de la brutal dominación militar. La recaudación de los impuestos, la administración de una justicia fundamentada en una interpretación despiadada y simplista de la Sharia y la prestación de servicios rudimentarios a nivel sanitario se han convertido en actividades ordinarias que facilitan la aceptación y legitimación popular y las labores de reclutamiento.
Es revelador que, pese a los esfuerzos de los gobiernos locales en la reconquista del territorio, las formaciones yihadistas sean capaces de operar militarmente en zonas alejadas de sus respectivos bastiones. Los servicios de inteligencia de Francia, Mauritania, España y Marruecos, estados que miran con lupa el desequilibrio del Sahel, observan con inquietud las crecientes incursiones del ISSP hacia el sureste y el norte de Nigeria o la campaña del JNIM hacia la frontera sur del Sahel y los países ribereños del Golfo de Guinea. También se han producido ataques a los flujos comerciales entre Mali y Guinea y en los territorios de Togo y Benin. Las autoridades de Porto Novo perdieron una decena de soldados en un atentado reivindicado por el ISSP en octubre de 2024 mientras que el asalto por parte del JNIM a la base militar de Karimama el pasado enero finalizó con el asesinato de treinta uniformados.
El despliegue bélico suele ir acompañado de actividades de reclutamiento, propaganda, intimidación psicológica y relevo institucional. Un modus operandi que varía despendiendo de la fortaleza logística de las autoridades militares. El uso masivo de drones por parte de los ejércitos de Mali y Burkina Faso ha desalentado la creación de nuevos bastiones. Las formaciones yihadistas recurren en similares circunstancias a tácticas de guerrillas vietnamitas como emboscadas y asaltos a centros neurálgicos o infraestructuras estratégicas como oleoductos, centrales eléctricas y presas. Pero también suelen operar copiando los carteles del narcotráfico en Colombia a mediados de los años noventa. Según la prensa local están aumentando los atentados urbanos en Bamako y las restantes capitales. Dinámicas que contrastan con la imagen de formaciones que operan prevalentemente en zonas rurales y plantean interrogantes acerca de los objetivos políticos del islamismo en el Sahel.
Tampoco es baladí que tanto el JNIM como ISSP hayan firmado un armisticio para así organizar con éxito la contraofensiva a la presión militar combinada de las autoridades estatales y las milicias financiadas por el Kremlin como Africa Corps. La pérdida de influencia de Europa en el Sahel es un hecho objetivo. Sin embargo la presencia rusa apadrinada por las heterogéneas administraciones varía notablemente de un país a otro.
Los herederos del Grupo Wagner han logrado adaptarse a las necesidades y solicitudes de los gobiernos locales. Según información de la prensa gala en Mali las fuerzas pro Kremlin no superarían las dos mil unidades y dedicarían su tiempo a formar y adiestrar los uniformados locales. Cifra muy superior a los mercenarios desplegados en Burkina Faso, donde las milicias rusas tienen la responsabilidad directa de proteger al mandatario Ibrahim Traoré. En Níger Africa Coprs se limitaría a facilitar inteligencia e información aérea gracias al uso de drones testados en el conflicto con Ucrania y que suelen fabricarse en Ankara. El despliegue de contratistas turcos en el Bamako, Uagadugú y Porto Novo fue señalado por la investigadora Federica Donelli en marzo de 2022 (es posible consultar el informe al enlace https://shorturl.at/V3zYe).
A la luz de estas consideraciones no cabe duda de la importancia del Sahel desde el prisma geoestratégico en los próximos años. Será crucial y obligado monitorizar la evolución de las formaciones yihadistas, que han demostrado capacidades de adaptación tanto en el ámbito militar como sociopolítico, y analizar las estrategias de contrainsurgencia de autoridades gubernamentales que han decidido romper todo vínculo con el sistema comunitario y dejarse abrazar por el oso ruso.