Han sido tantas las producciones cinematográficas en las que se ha recogido un ‘blackout’ masivo, que los hechos y circunstancias (muertos y sufrimiento incluido) han sido los que imaginábamos podían ser: la parálisis total de la actividad cotidiana en los hogares, los problemas de seguridad terribles por la falta de iluminación y el fallo en las baterías de las alarmas, la interrupción de servicios esenciales incluso en hospitales o telecomunicaciones, el caos en el transporte público… y por supuesto las empresas suspendiendo su negocio generando unas pérdidas económicas que, a vuelapluma, han sido cifradas por la patronal nada menos que en 1.600 millones de euros. Esto, descontando los estragos psicológicos producidos por los miles de casos de estrés y ansiedad fruto de una crisis, una incertidumbre y una agonía tan concentrada en el tiempo.
Pero el ‘blackout’ eléctrico ha sido apenas una dolorosísima metáfora de uno mucho más preocupante y lacerante, y no es otro que el apagón de luces general que afecta al gobierno de España casi desde el momento en el que para sostenerse y parasitar el poder se alió con todos los enemigos de España, interiores y exteriores: ése ha sido/es el felón Sánchez.
El ‘blackout’ eléctrico es sólo una representación de un Estado en gran medida fallido, de un poder ejecutivo dispuesto a arrasar con el interés general, de un presidente concentrado en tapar la corrupción (a la que ya queda poco de presunta) de su esposa, de su hermano, de su mano derecha… de todos los individuos que han medrado y actuado como una auténtica ‘famiglia’, sin pagarlo penalmente aún.
Detrás del gran apagón eléctrico padecido esta semana hay, como mínimo, un debate que afecta al estado de las fuentes y las redes de energía en España, que antes o después se dirimirá con inciertos resultados. El otro debate, el del apagón democrático al que Sánchez está sometiendo a un país entero de manera ininterrumpida sólo se resolverá en juzgados y tribunales, por jueces y magistrados. No hay duda. Ya es demasiado tarde para que el felón de La Moncloa pueda enderezar un camino siniestro: el suyo y el de los suyos. No perdamos esta pista.