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Una historia que ha valido la pena vivirla

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· Diario de un Peregrino. Capítulo 19. Arzua - Santiago de Compostela. 39 kilómetros

domingo 17 de agosto de 2025, 10:33h
19 días y 774 kilómetros después, he pisado la plaza del Obradoiro. He llegado tan cansado que han sido pocos minutos los que me he obligado a recordar como he llegado hasta aquí. No tengo ninguna prisa. Ni la Compostela, ni la Misa del Peregrino, ni abrazar el Santo... nada me quita el sueño. Quería hacer el Camimo de Santiago francés y lo he hecho. No tenía planes, reservas ni protocolos. Sólo una idea. Hacerlo. Llegar hasta Santiago. Y para conseguirlo he estado trabajando mi cuerpo y mi mente durante estos dos últimos años. Conocer a Álvaro, a Fernando y a Urko, fue una de las gotas que empezaba a colmar el vaso. Varios intentos fallidos, siempre por falta de tiempo, lo impedía.
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Tampoco tenía claro si hacerlo solo o con compañía. Demasiadas dudas jugaban en contra de esta aventura. Confirmo que las decisiones tomadas han sido un acierto.

Ahora ya está hecho. Y entrar en la plaza del Obradoiro, siendo una imagen espectacular, no me ha supuesto un sentimiento más especial y profundo que los muchos que he sentido a lo largo del Camino. Supongo que, con algo de margen, descanso y tranquilidad, podré valorarlo todo con mucha más calma. Toda buena historia necesita su reposo.

El Camino me ha servido para lo que buscaba. Conocerme, explorar alguno de mis límites. Un importante éxito he conseguido en ambos sentidos. No hay edad para seguir aprendiendo. Me siento más seguro, más ordenado, con muchas menos necesidades. Me da por reírme de cosas que antes me sacaban de mis casillas. He certificado que hace falta muy poco para ser feliz. El consumismo es el cáncer de nuestra generación. La paz que se respira ahí fuera, vale la pena. No creo que se esmeren en enseñárnosla y que lo sepamos. No interesa para esta sociedad enloquecida de envidias y enferma de odios.

Eso ha sido para mí esta experiencia mágica. Me he acostumbrado a dormir rodeado de gente. Ahora hasta soy yo quien explica como funciona un albergue. Soboreo escuchar las mil historias diarias, vanales, sencillas, que interesan y llenan el espíritu, pero que nada tienen que ver con con la tremenda rutina habitual. Da vértigo volver a la realidad. ¿O ed esta la realidad y no queremos entenderlo?.

El Camino no es salir hacer senderismo. Es un recorrido que nos permite realizar un ritual de introspección. Si no lo ves así, lo que haces es otra cosa, quizás divertida, pero no una Peregrinación. Pienso ir a la Catedral y, si es posible, disfrutar de la misa. Pero si no fuese posible, nada pasaría. El objetivo está conseguido. Y no ha sido tan fácil como las crónicas pudieran dejar entrever. Han habido días de muchas dudas, momentos en los que ha rondado tirar la toalla. Gente que borra la magia de golpe, muy compensada por ese 90% que la proyecta de inmediato. El Camino, en fin, es el reflejo de nuestra vida. Es una maravillosa posibilidad de ponernos delante de nuestro propio espejo para adivinar, en muy poco tiempo, en que estamos fallando y que debemos enderezar. Creo que hoy soy un poco mejor persona que cuando empecé. He terminado un Camino de Santiago, pero continúa el Camino de la vida.

Un último día me llevó de cabeza hasta Arzua después de dos largas etapas en las que mis pies, heridos pero duros, han recorrido 106 kilómetros. Y a tan sólo 39 de la Catedral he dormido en el Albergue El Quijote, funcional y correcto en todos los sentidos. Ninguna objeción, pero la magia de las dos primeras semanas se ha convertido en formalismo puro y duro. Llegar, ducharte, escribir y dormir. Se acabó la cercanía, se acabó la conversación, desapareció la empatía. Quizás sea yo quien debe seguir aprendiendo a buscar.

¿Lo mejor?, volver a madrugar y volver a caminar, hace días que de manera automática. El despertador esta huérfano de obligaciones. El casco histórico de Arzua sorprende. La unión de las escasas luces de la oscura noche y la intensa niebla que todo oculta, conduce la imaginación a pensar que la guinda perfecta se daría si apareciese la Santa Compaña. La etapa sería reina. La noche confunde a los voluntariosos peregrinos. Salen a comerse el mundo sin percibir que la falta de luz nos tiende una trampa. Las subidas y bajadas, constantes como dientes de sierra, atemporizan las almas inquietas, ciegan las conversaciones, aumentan las pulsaciones y frenan las piernas en seco. La fina lluvia también ayuda.

El apóstol ha decidido bendecirnos a quienes llegamos hoy a rendirle pleitesia. Un cielo nublado y algo de frío, nos acompaña hasta Pedrouzo. Después de esas terribles jornadas de calor por la meseta castellana, es como un milagro caído del cielo. Espero que también ayude a eliminar los fuegos. El Camino vuelve a proveer. Noto el cansancio acumulado. Hoy son sólo 39, sí, pero las piernas tienen radar y saben que se acerca el final. Envían un aviso, no aguantarían muchas más jornadas como las que llevan aguantando. Recibo alertas que no conocía y algunas me ponen en guardia, sigo conociéndome. La cabeza me dice que llego y para eso me distraigo viendo bonitos paisajes gallegos que, entre nieblas bajas y meonas, todavía son más misteriosos. Los árboles rodean con más intensidad, su color es más brillante, su poder envuelve e inrimida. La soledad y el silencio se hacen dueños de los sentidos.

Circunvalo Pedrouzo sin salir del Camino en busca del final, el Monte de Gozo dará la posibilidad de vislumbrar las puntas de la Catedral. Ya las ha enseñado Urko Lekue en sus vídeos. Él llegó a Santiago hace unos días, después de 60 de peregrinación por la costa de Cataluña, su interior, Aragón y todo el Camino francés. Este último por quinta vez. No ha parado, sigue hasta Finisterre. Fernando Escudero y Marie France le esperan en Corcubion. Otro mago del Camino a la espera de que el maestro Álvaro Lazaga empiece su número 61. Queda muy poco. Es un no parar.

Estoy ante los últimos kilómetros de mi Peregrinaje, de esta aventura que empezó sin pensar mucho en lo que podría pasar y en la que ahora, sería necesario otro libro para incluir todo lo que ha pasado. La entrada a la ciudad no hace honores al tremendo Camino que acabamos de hacer, habría que mejorarla. Todo lo compensa pisar la plaza del Obradoiro, a la que ahora volveré. Lo primero, ir a Mundoalbergue, donde Rodrigo Álvarez me espera y me atiende como se hace con alguien que llega cansado. Un uruguayo afincado en España, que vino a estudiar y se enamoró de la patria madre. Ya tiene ganas de volver a visitar a sus padres. Gracias.

Oliver, Joan, Toni, Felipe, Sonia, Marco, José, Pablo, Ana, Javier, Endika, Mauro... han sido decenas de nuevos amigos los que me he encontrado por el Camino, pero al apóstol sólo lo he visto dos veces en carne y hueso. Primero haciéndose pasar por Rubén en las cuestas de la Cruz de Ferro y hoy reflejado en un padre y su hijo, alemanes, a los que me he cruzado decenas de veces desde Burgos, ellos en bici desde Alemania, tirando de ellas cuesta arriba como titanes. Me han hecho saltar las lágrimas. Y mis padres, que me salvaron en Mansilla de las Mulas cuando ya no podía más y los pies sangraban. Mi mamá vino a curármelos mientras mi papá hablaba conmigo. Por ellos estoy hoy aquí.

Buen Camino.

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