Por eso si parto del constante cambio, que contribuye a hacer posible la modificación de los cuatro elementos reseñados, y la diferencia que inevitable sobreviene tras operar eficazmente el anterior, salvo ante la ley que ahí sí la demando, no pretendo ni quiero igualdad alguna.
Y la ley, seamos rigurosos, lo que debe tratar igual son los hechos, las acciones y reacciones, las conductas y los comportamientos sin admitir discriminación en las personas por las circunstancias y condiciones sociales o personales contempladas en el artículo decimocuarto de la Constitución. Además para igualar en lo demás, si se quiere incluir a todos, tristemente solo puede hacerse por abajo.
Y así no considero que toda diferencia de trato sea en sí misma discriminación, solo imputo la existencia de esta en aquellas reacciones frente a las relaciones personales que carecen de una justificación razonable y objetiva y, por lo tanto, son irracionales. Siempre he dicho que me parece más injusto tratar igual a los desiguales que tratar desigual a los iguales, pues en esta última situación creo que en mayor medida metida la pata, luego es más fácil esta de sacar y corregir la injusticia. En este segundo caso muchas veces vale con volver a repartir, en el primero siempre hay que volver a despojar.
Hay hombres que acumulan conocimientos que solo son datos, por ejemplo un hombre puede saber que hay arañas, que hay moscas y que las últimas quedan atrapadas en las telas que tejen las primeras para comérselas. Ahí se queda, aunque eso está muy bien, y por eso de él decimos que es un hombre ilustrado.
Por otro lado hay hombres que una vez sabido todo lo anterior, tal conocimiento lo usan para cuestionar y formular interrogantes, y así se preguntan ¿Cómo sabe la araña antes de tejer por vez primera su tela que existen las moscas y estas le van a servir de alimento? De estos decimos que además de saber son hombres que piensan. Y estaremos de acuerdo que los dos ni por asomo son iguales y por tanto, para no incurrir en desequilibrios, merecen distinto trato.
Si los hombres no son iguales, tampoco puede existir igualdad en sus relaciones y pactos, siempre irremediable e inicialmente ocuparán lugares diferentes en el sentido más amplio, en el punto de partida existirá desequilibrio y en consecuencia probablemente habrá posiciones de poder. Hay desigualdades puntuales y también hay desigualdades permanentes. Solo las primeras consienten la alternancia.
Con base en todo lo anterior me gusta que existan relaciones de poder, sin disgustarme que también existan y experimentar las de autoridad, pero como observador más me satisface especialmente mirar atento y ser testigo en primera fila de las de poder, creo que ahí tanto en sede del poderoso como del sometido se ve la verdadera solidez de las costuras en el alma de uno y otro.
El supremo gobernante, harto de desmanes, enfadado llamó a audiencia bajo su presidencia a los oligarcas de su territorio, estos al llegar como obsequio le hicieron entrega de un látigo. Sin ni siquiera agradecer el presente y sin preámbulos directamente entró en materia el tirano y dijo, “Deberíais saber bien que solo son dos las normas que imperan bajo mi mandato: La primera, no admito que se me corrija o lleve la contraria; y la segunda, si algo me place con independencia de las consecuencias lo hago sin asumir responsabilidad alguna, en este último caso como me gusta decir, que sepáis que me lavo las manos como Herodes.”
El más joven, más orgulloso, más impulsivo, más descarado y también el más ilustrado de los allí reunidos quería lucirse, no pudo controlarse y raudo dijo, jefe querrá decir como Poncio Pilato. Para, retumbando toda la sala, oírse a continuación a voz en grito ¿Acaso Herodes no se lavaba las manos? ¡Qué se estrene mi regalo ahora mismo en la espalda de este desgraciado!
Todos estaban callados y uno al hablar modificó la situación y se distinguió ¿Quien realmente tuvo la culpa del castigo? Una vez que quedó igual de advertido ¿Debería haber recibido el mismo trato que los prudentes que guardaron silencio?
El caudillo tenía dos opciones la de premiar a los prudentes o la de sancionar al imprudente, pero en ningún caso era una opción dejarlo pasar, pues en tal caso habría sido incoherente e injusto, algo siempre inadecuado e inadmisible, a mayores en quien tiene mando.
Por ello cuando, tras llevar a término un acto que, por pequeño que esté sea, introduce cambios en el statu quo y a uno, por ello tras diferenciarse, lo califican mediante una rotunda y contundente aseveración, enunciada bajo la forma de “eres un tal” o “eres un cual”, para protegerse y minimizar la recepción de un tratamiento que pudiera llegar a ser perjudicial en exceso y a la vez asegurar que sea proporcionado el potencial correctivo, más le vale recurrir a relativizar y para conseguirlo, sin pillarse los dedos, debería siempre con humildad responder con la pregunta ¿Comparado con quién? Y sin dar tiempo a su contestación acompañarla de un “por supuesto, siempre que no cause molestia y se pueda saber.”