El sábado 13 de diciembre de 2025 nos dejó el actor hispanoargentino Héctor Alterio, a los 96 años, después de “una vida plena dedicada a su familia y al arte”, como señaló su familia en un comunicado difundido tras su despedida en el Tanatorio de la M-30. Su marcha cierra una de las trayectorias más fértiles y emocionantes de la interpretación en español. Hasta sus últimos días siguió subido al escenario con Una pequeña historia, demostrando una vez más que el teatro fue siempre su patria más íntima.
Su recorrido en el arte dramático es prolífico, diverso y profundamente influyente. Pocos actores pueden presumir de una obra que atraviese tantas décadas, géneros y países con la intensidad que él imprimía en cada papel. Su nombre está asociado a cuatro de las ocho películas argentinas que han sido nominadas al Óscar, entre ellas La historia oficial (1985), que obtuvo la estatuilla y marcó un hito en la cinematografía latinoamericana. También España reconoció su contribución con el Goya de Honor en 2024, un galardón que celebraba no solo su carrera, sino su presencia decisiva en las artes escénicas del país que lo acogió.
Héctor Alterio fue un actor totalmente polifacético. En cine, teatro y televisión interpretó infinidad de personajes, siempre con una entrega que convertía cada rol en algo humano, cercano y memorable. Fue el padre enamorado y desbordado de ternura en El hijo de la novia; el anarquista idealista que en Caballos salvajes se lanza a una huida tan poética como desesperada; el mafioso frío y brutal de Plata quemada. Su versatilidad lo convertía en un intérprete irrepetible: podía estremecer, conmover, inquietar o hacer reír, siempre con ese timbre grave que parecía arrastrar historia y memoria en cada palabra.
Tras conocerse su fallecimiento, numerosas figuras del mundo artístico se mostraron conmocionadas. El mensaje de despedida de Leonardo Sbaraglia destacó por su calidez y gratitud hacia quien consideraba un maestro. Pero si algo merece subrayarse hoy es el impacto que Alterio tuvo como referente de los exiliados argentinos. Su vida, marcada por la violencia política, es también un testimonio de resistencia.
En 1975, tras las amenazas de la Triple A, Alterio tuvo que abandonar Argentina de manera precipitada. Llegó a España con una carrera sólida pero sin certezas sobre su futuro. Y, como él mismo decía, a fuerza de “sudor y lágrimas” logró abrirse paso en un país que pronto reconoció su talento inmenso. Ese camino que él labró con esfuerzo sería transitado después por muchos otros compatriotas que, en sucesivas crisis, buscaron refugio y posibilidades lejos de la inestabilidad argentina en España.
Su condición de exiliado nunca fue un aspecto que ocultara: al contrario, la integró en su obra. En Vientos de agua, serie hispano-argentina de 13 episodios, participó junto a su hijo Ernesto interpretando —cada uno en una época de la vida— al mismo personaje, un inmigrante español que huye hacia Argentina y cuyo hijo, décadas después, debe retornar a España en plena crisis económica de 2001. La serie funciona como un puente emocional entre generaciones migrantes y como un retrato íntimo del desarraigo.
También en Cuéntame cómo pasó encarnó a un español emigrado a Argentina, un papel donde dejaba entrever las contradicciones y heridas de la tierra en la que nació y de la tierra que lo adoptó. Alterio comprendía como pocos la complejidad del exilio: la nostalgia, la fractura, el aprendizaje forzoso, la reconstrucción paciente.
Héctor Alterio nos deja una obra inmensa, pero también una enseñanza silenciosa: la de quienes, obligados a abandonar su hogar, son capaces de rehacer su vida sin renunciar a su identidad. Su legado pertenece tanto al cine y al teatro como a la memoria del exilio argentino. Y desde allí seguirá vivo, como las voces necesarias que alumbran el camino de los que llegan después.
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