Sea en términos históricos o contemporáneos, pocas actuaciones revelan el lado más abyecto, oscuro y enfermizo de la raza humana como las que terminan en delitos de odio, esto es, en el fomento de la violencia, de manera directa y deliberada, explícita, contra grupos o personas determinadas por motivos étnicos, ideológicos, religiosos u otros, demoliendo así, sin misericordia, la igualdad, la libertad, la dignidad y la propia integridad moral de los ciudadanos. No es que resulte escandaloso o repugnante sino, mucho peor, perseguible con el Código Penal en la mano que una institución del Estado como la Generalidad de Cataluña se haya sumado a los facinerosos que han clamado durante los últimos días, vindicando y jaleando el apedreamiento de un niño de 5 años por querer éste aprender español, una de las tres lenguas que reinan en el planeta, junto al inglés y al chino.
El linchamiento padecido por el menor y su familia recuerdan a la peor barbarie, a señalamientos de reverberaciones nazis, a persecuciones impías y totalitarias hasta la náusea que, por descontado, son inimaginables en ninguna democracia homologada de nuestro entorno, lo que produce, más que estupor, vergüenza.
Y he aquí el problema, mayúsculo, persistente, inatajable por la carencia de voluntad política e institucional para abortarlo: el matonismo impulsado por el nacionalismo catalán, y la difusión descontrolada de su veneno, se ha instituido en un elemento más de la cotidianidad en esa Comunidad Autónoma (sin perder de vista la situación en la Comunidad Valenciana o las Islas Baleares); no hay freno, no hay tregua, no hay restricciones cuando se trata de vapulear a cuanto representa lo español; poco importa que la víctima sea una inocente e indefensa criatura. Pero España no sigue sin aprender la lección.
El salvajismo de los separatistas cesará cuando el socialismo deje de echarles un flotador tras otro, un cable tras otro, cuando la izquierda deje de funcionar como salvavidas de quienes eran una minoría ruidosa hace poco pero hoy, también a gritos, suman grupos amplios de población dispuesta a echarse al monte y delinquir sin complejos. Pero, sobre todo, ese barbarismo cesará cuando la Justicia opere implacablemente contra una galería de bestias que pisotean, día tras día y hasta hoy, los derechos humanos más primarios y sagrados; los que amparan en democracia, incluso, a los que rebuznan como verdaderos asnos o atacan, cobardes, invariablemente en manada.