Probablemente ni los más ingenuos del lugar pensaron alguna vez que, como pregonaba Sánchez y repicaba la propaganda oficialista (pagada carísima con el sudor de la frente de todos los españoles), de la crisis del covid-19 este país saldría más fuerte o más unido, como rezaban aquellos peripatéticos slogans. Los números son tozudos y esconden historias personales, dramas humanos, sufrimientos familiares que son, a estas alturas del partido, imposibles de tapar. 6 millones de hogares no tienen ya ingresos suficientes para vivir en unas condiciones mínimas de dignidad. El 46 % de los que disponen de menor renta, en concreto, se han visto forzados a recortar su gasto en alimentación por la crisis.
Ni se llega a la comida, ni a la factura de la luz, ni a los tratamientos médicos más elementales y necesarios… y, por supuesto y de manera radicalmente trágica, se aceptan trabajos sin contrato o en condiciones de total y absoluta miseria. Una catástrofe que alcanza todos los puntos cardinales.
La situación es literalmente asfixiante y golpea sin piedad a parejas jóvenes sin hijos y a parejas de jubilados, pero también a quienes en el momento que debería ser dorado en sus vidas se encuentran criando a un bebé o ayudando ya a adolescentes sin apenas recursos materiales: no son ‘pobres energéticos’ (expresión que ha cuajado hace años); son ‘pobres de solemnidad’.
Más allá de la coyuntura internacional y de cierto conflicto bélico en el que la participación del gobierno de España no ha podido ser más desastrosa, es inevitable colegir y convenir que ese bloque socialcomunista es parte del problema, una gran parte de un gran problema.
No sólo porque ese ejecutivo ha sido incapaz de prever esta depresión. No sólo porque está acreditando una falta de reflejos y de músculo deplorable para reaccionar con eficacia. Además, porque con su gasto político estratosférico está ahogando a familias enteras, que ven cómo se les cae el dinero de los bolsillos y las cuentas corrientes en forma de impuestos para sostener los privilegios de unas castas gobernantes privilegiadas y, en gran medida en el tiempo actual, insufriblemente ineptas.
Es complicado no pensar hoy que España necesita un revulsivo. La pregunta es por dónde pasa. Y la respuesta que dicta el puro sentido común, trascendiendo cualquier especie de sectarismo, es que difícilmente puede transitar por el camino que han llenado de piedras y barro socialistas y comunistas, auténticos especialistas en el reparto de una pobreza de la que ellos se salvan expoliando a las clases productivas… que aún pueden mantenerse en pie.
Si (
No(
