En este sentido, como sostiene el jesuita Gómez Camacho, gran especialista en esta materia: “el carácter «interdisciplinar» propio del pensamiento de los doctores españoles lo he considerado siempre como una posible bocanada de aire fresco capaz de renovar esa atmósfera empobrecida, y a veces irrespirable, en la que, con frecuencia, se reduce la ciencia económica a unos modelos más o menos complejos de ecuaciones matemáticas” (“Del precio justo de la escolástica al precio de libre mercado liberal”, Anuario de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, 1998, pp. 47-66). Por tanto, la Escuela de Salamanca es fundamental para analizar la evolución de las ideas centrales y desarrollos posteriores, tanto del derecho como de la economía.
La Escuela de Salamanca es un producto cultural e intelectual hispánico, ibérico (español y portugués), de carácter católico, renacentista, humanista y moderno, que debemos reivindicar, conocer, aprender y enseñar en las Universidades, y sobre todo en sus facultades de derecho y economía. La Escuela de Salamanca nos ofrece unas coordenadas epistemológicas, axiológicas y metodológicas con las que se puede contribuir actualmente a una reflexión más profunda y crítica del Derecho y de las Ciencias Económicas.
Como sabemos, la Escuela de Salamanca nace en el siglo XVI, un momento de grandes cambios políticos, económicos y sociales, descubrimientos geográficos e innovaciones científico-técnicas. Estos cambios produjeron nuevos paradigmas: se abandonaron gradualmente esquemas y planteamientos antiguos sobre la realidad del mundo y se abrazaron otros nuevos. Era un momento en el que estaba cambiando completamente la forma de ver el mundo. Algo parecido, en cierta manera, a lo que sucede en el momento presente, en el que estamos también experimentado múltiples cambios y un aumento exponencial de la complejidad. Un ejemplo de esta tensión es el debate que se dio entonces en las Universidades europeas entre las corrientes realistas y las nominalistas, de la que Salamanca fue muy partícipe.
La clave de la Escuela de Salamanca fue su capacidad de armonizar diferentes fuentes clásicas (Aristóteles, Santo Tomás, Cardenal Cayetano, o el derecho romano, como las Decretales del Papa Gregorio) y producir al mismo tiempo una visión integradora y práctica, para responder a los nuevos desafíos teológicos, pero también morales que afectaban a la sociedad de aquella época.
La Escuela de Salamanca representó una renovación de la teología que se extendió a la moral, y, por tanto, al derecho y a la economía, pues estas dos disciplinas de entendían dentro de las ciencias morales. De esto se desprende un corolario a mi modo de ver muy importante: la economía y el derecho no pueden entenderse sin la moral. En el pensamiento de la Escuela de Salamanca el derecho y la economía forman parte de las ciencias morales. Por tanto, ambas disciplinas son desarrolladas dentro los fundamentos de la antropología y cultura del humanismo católico.
La visión antropológica de la conducta humana fundada sobre esta ética o moral puede contribuir decisivamente a revisar y mejorar los planteamientos sobre la voluntad y la racionalidad en la toma de decisiones en el campo de la economía y del derecho. En la modernidad posterior, ya de carácter racionalista y positivista, la economía y el derecho trataron de desvincularse de esta matriz ética y cultural, para pasar a adoptar un enfoque “cientifista” y abstracto, como sucede en la teoría neoclásica, que incurre en un determinismo y mecanicismo que ha terminado proyectando una concepción reduccionista del ser humano, como un individuo pragmático y utilitarista. Este enfoque antropológico ha condicionado también la respuesta regulatoria a los fenómenos socioeconómicos.
El derecho económico ha tratado de funcionar dando respuesta a las limitaciones de la teoría neoclásica, pero tampoco ha podido corregir los fallos del mercado. A la vista están los desequilibrios y la desigualdad que observamos en la economía mundial y dentro de las sociedades y entre países. La Escuela de Salamanca nos enseña por tanto que, aunque la ciencia económica y jurídica se revista de cientificidad o de una impronta tecnocrática, la estructura de los mercados es una estructura política y jurídica, y la política y el derecho son dimensiones y aplicaciones de la ética, que a su vez descansa en una antropología social y, finalmente, en una metafísica.
*Extracto de la ponencia del autor en Esade (Barcelona), 5 de abril de 2022.