El histriónico, desaforado y literalmente visceral debate planteado en torno al ‘caso Rubiales’ nos deja precisamente una enseñanza que ni a los ojos de un ciego, ni a los oídos de un sordo puede pasar desapercibida. En una España en la que las familias las están pasando canutas (sin entrar en detalles, por obvios); en la que el precio de la luz sigue totalmente desbocado (sin un horizonte de alivio); en la que los carburantes no dejan de tocar techo una y otra semana (ahora sin ayuda gubernativa para los damnificados, puesto que no hay elecciones a la vista); en la que el campo lanza cada mañana un desesperado SOS (abrasado por la sequía y ávido de un Plan Hidrológico Nacional); en la que los pequeños comerciantes se dejan la piel y las horas de sueño (para no entrar en números rojos)… en ese país -el nuestro- que ha entrado en modo supervivencia (descontando lo holgada que va la parasitaria casta política, viviendo del sudor de la frente de la población), el único interesado en agitar el jarro, y así lo está haciendo, es el gobierno socialcomunista, con Sánchez a la cabeza.
Es la vieja táctica de la ‘cortina de humo’; es el manido maquiavelismo -pero tantas veces útil- del ‘divide y vencerás’. En esta dinámica han metido la izquierda y la extrema izquierda a un país entero, con la inestimable e imprescindible colaboración de sus terminales mediáticas y poderes fácticos, siempre en primer tiempo de saludo ante el preceptivo toque de corneta.
No. En modo algún el fondo del ‘caso Rubiales’ es debatir, desde la razón crítica, el camino que han de seguir los avances en el terreno de la Igualdad, sin duda necesarios. Si así fuese, no debería haber rastro en la opinión pública ni publicada de gritos, ni de censura, ni de listas negras, ni de vaciedades ni sandeces (¡cuántas no son propaladas cada día por doquier!). Si así fuese, demasiadas manifestaciones de histerismo permanecerían en el silencio o en la alcantarilla de la que nunca debieron asomar en un país civilizado.
Profetizaba el genio Dostoyevski que “la tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas”. Hoy, ahí se encuentra esta España debilitada y enfrentada consigo misma: a la espera de que voces autorizadas puedan salir de la sombra para sofocar, por el bien de una nación completa, la cascada de estridencias que cretinos y legos, altavoz en mano y ridículamente motivados, incesantemente deponen. ¿Se llegará a tiempo?