Ya el gran Larra, apoyado en la resma de papel, a punto de volarse la cabeza de un pistoletazo la noche del 13 de febrero de 1837 en su casa de la madrileña calle de Santa Clara, vislumbró esta sombría nichosidad que conlleva el periodismo. Pero qué duda cabe de que también es el fundamento de la salud democrática y que sin él, las cosas irían peor porque el político tiende de manera natural a la corrupción a la sombra del Poder. Esta labor, la función social, la tienen más clara los periodistas anglosajones que los españoles, especialmente en los Estados Unidos, pero como todo en la vida, esto es según familias y tribus.
El periodista es un insomne que escribe en una alcoba mientras vela las armas y las letras, hecho transmisor de los asuntos más peliagudos, mientras la ciudad duerme. Su alma inflama cada renglón del texto, queriendo contener la conciencia del mundo: he ahí su imposibilidad romántica, su eterna contradicción, el diálogo entre su mundanidad y su idealismo nato. En medio de esta tarea, el ordenador del cronista va conteniendo a lo largo de los años y casi sin que se note las profanas historias del sagrado mundo. Más que a los presidentes de los gobiernos, tenían las gentes respeto por sus repórter, y en los días de pánico sabían que ellos les ofrecerían la nota informativa, el parte de cómo iba la cosa, con su entramado de realidad objetivable adherido a la personalidad de cada quien. Un eco de todo cabía en el periódico, que era el sereno social de la actualidad, o en la radio puesta siempre, durante el día o en la alta noche. Ahora la gente escucha un pódcast concreto o se ve unos vídeos de TikTok o YouTube, que incluso ya está –este último– en pleno desfase.
El X Congreso Internacional de Periodismo de la Fundación Manuel Alcántara, en colaboración con la Diputación de Málaga, va a tantear todas estas claves y muchas otras más los días 4 y 5 de octubre, para rendir homenaje al grandísimo Manuel Alcántara (1928-2019), malagueño universal y periodista deportivo, cronista cultural y columnista, a manera de despliegue temático de las secciones de un periódico, de la mano de colegas de la talla de Mara Torres, Ángeles Caballero, Laura de Chiclana, Olga Viza, Jesús Álvarez, Eva Díaz Pérez o Ruth de Frutos, convocados en el Aula Magna de la Facultad Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga.
Podremos honrar el recuerdo del maestro gracias a los esfuerzos ciclópeos del presidente de la Fundación Manuel Alcántara, Antonio Pedraza, por mantener viva y económicamente nutrida la memoria de don Manuel, el mejor columnista junto a Umbral del siglo XX español; y a los constantes desvelos de los codirectores del congreso, el escritor y periodista cultural Guillermo Busutil, fuerza viva de la naturaleza literaria y Premio Nacional de Periodismo Cultural, amén de autor de Papiroflexia (Fórcola) y que presenta en unos días en Roma, y el periodista y profesor Agustín Rivera, que fue corresponsal en Japón y vino con un montón de notas y entrevistas verdaderamente conmovedoras en Hiroshima: Testimonios de los últimos supervivientes (Kailas Editorial).
Con este diario ficticio que bajo el título de ‘Diario Alcántara’ vamos a confeccionar, discutiremos las diferencias entre el periodismo impreso y la edición digital, y echaremos un vistazo a nuestros compañeros de internacional François Musseau, corresponsal del periódico Liberation; Laura de Chiclana, corresponsal en Ucrania para Informativos de Cuatro, que intervendrá desde Ucrania; y Antonio Pampliega, reportero freelance y superviviente de un secuestro de Al Qaeda tras 299 días de angustia en Siria. Llegarse estos días hasta Málaga es abrir la puerta de las tripas del oficio, comprendiendo a su vez que es uno de los pocos bastiones que le quedan a la defensa de los hombres, zarandeados por élites cada vez más poderosas que los miran –nos miran ya– como a bienes de consumo, combustible para sus nuevos productos tecnológicos, valor de cambio para sus operaciones financieras…
La verdad es que el periodista ha quedado algo meditabundo después de la llegada de la precariedad, pero hubo un tiempo, no muy lejano, en que ciertas cosas de la inmortalidad informativa sucedidas en las redacciones traían consigo retortijones a los poderosos. Los constantes e intencionados ataques a la profesión no parecen poder con nosotros, gracias al orgullo y a la rebeldía, y nos pueden arrastrar hacia el pesebre de la política, de lo efímero, porque el periodismo es el salvavidas insumergible que defiende nuestro nombre de los arrastres otoñales. Algunos queremos que vuelva esa edad de oro en la que toda España leía a Manuel Alcántara y después tomaba decisiones o, simplemente, aprendía y disfrutaba un poco más. Era la suya una pulcritud que revelaba el deseo de proclamar la cuidadosa elegancia en el escribir la columna cotidiana, último testigo de las valonas del pasado. En este sentido, en el del recuerdo y la mirada al presente, este X Congreso promete.