Estando fuera, lejos de casa, para ocupar el rato y protegerme del hostil entorno que me rodea, a veces me imagino rodeado de los míos, a los que quiero tanto y tanto debo, en segura reunión gastando el tiempo sin otro fin que el mero disfrute de su beneficiosa e impagable compañía.
Estando fuera, lejos de casa, para matar el rato y alejarme del ruidoso entorno que me rodea, a veces me imagino en silencio concentrado leyendo un libro cualquiera de los muchos que tanto me marcaron por rellenar y vestir de útil saber la oquedad de mi torpe y desnuda cabeza.
Y así agradezco la posibilidad que tengo de no estar siempre fuera ni siempre dentro. Al estar lejos de casa despojado de lo que de verdad preciso para filtrar el aire en ocasiones demasiado contaminado que respiro, le debo la oportunidad de echar de menos y valorar lo que constituye mi saludable rutina y la ocasión de bucear dentro de mi propio y personal universo para aunque solo sea de manera imaginada sentir la precisión de recuperarla.
Y aunque parezca que no sé lo que deseo, por experiencia sé que necesito la antítesis en mi existencia a modo de sextante que en cada minutome señala la posición ganada, con la particularidad que en este caso por no disponer de mejor herramienta lo hago mediante el accesible recurso de la sutil contradicción del fuera y dentro.
Y es que poder combinar el habitar a veces fuera, lejos de casa, con el habitar la mayor parte del tiempo dentro es lo que más me enseña de mí y del mundo, y en su alternancia sin solución de continuidad ambos lugares al final se hacen uno y lo hacen pleno a uno.