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Sánchez le hace Gaslighting a España

· Por Damián Carmona Navarro, Presidente de Fundación Sociedad Civil (@FundacionFSC)

sábado 11 de mayo de 2024, 10:08h
Sánchez le hace Gaslighting a España
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En psicología se conoce el Gaslighting o “luz de gas” como una táctica de manipulación para controlar a la víctima, haciendo que ésta dude de la realidad y de sí misma. Cuando el manipulador no consigue su objetivo puede cambiar el modo de comportarse y asumir un rol de víctima, haciéndose el indefenso, para tratar de conmover. El victimismo es un trastorno paranoide de la personalidad, en el que el sujeto adopta el papel de víctima a fin de, por un lado, culpar a otros de conductas propias y, por otro, reclamar la compasión de terceros como defensa a supuestos ataques.

Sus características son:

  1. Lamentaciones: constantemente se reafirmarán en términos absolutistas como buenos y a los demás como malos.
  2. Distorsión de la realidad: no ven la realidad tal cual es, no asumen su responsabilidad ante sus acciones ni sus consecuencias.

Estos diagnósticos se ajustan como un guante al comportamiento de Pedro Sánchez, además según los expertos, para que una persona reciba el diagnóstico de narcisista, debería mostrar al menos cinco de diez características, de las cuales, el presidente, las cumple todas.

No se han equivocado, este diario sigue siendo de economía y finanzas y no una revista de psicología. El problema es que, lamentablemente en este momento, para entender la política en España es necesario recurrir a la psiquiatría. Los expertos politológicos, en economía, sociología y otras disciplinas sociales se reconocen superados por el presidente del Gobierno y sus subordinados.

No obstante, a otros pensadores políticos, a pesar de reconocer los méritos de las disciplinas mentales y la concordancia absoluta entre el comportamiento victimista y narcisista del líder socialista con los cuadros clínicos de estos trastornos mentales, nos interesa más las consecuencias de sus políticas que las explicaciones mentales. Para muchos, Pedro Sánchez no ha inventado nada, ha aplicado una vieja estrategia muy de moda, hoy en día, entre los autócratas actuales. Como todo déspota no posee las cuatro cualidades que Marco Aurelio creía necesarias para gobernar Roma: Sabiduría, Justicia, Fortaleza y Templanza. Sus cualidades son idénticas a las que Cómodo, el hijo del emperador, se atribuye a sí mismo para pretender sucederle: “ambición”, que se convierte en virtud si nos lleva al éxito; “ingenio”, tan necesario en la política actual de imagen y argumentos para redes sociales; “valor”, para pactar con los enemigos de España y “devoción”, fundamentalmente a sí mismo y su familia.

Desde la Transición, el PSOE se ha caracterizado por tener una estrategia y un relato superior al del Partido Popular, en su descargo hay que reconocer que la ideología socialista es más fácil de defender mediante un análisis simplista. Sin embargo, “a sensu contrario”, la historia del pensamiento político ha demostrado que el socialismo no tiene consistencia ideológica ya que es incompatible con la naturaleza humana. Además, su aplicación real, históricamente, ha sido un fracaso absoluto. Todas las sociedades en las que se ha aplicado han terminado empobrecidas y sin libertad.

La actual situación creada por la “epístola de amor” del presidente, recoge un conjunto de agravios que nos presentan a la pareja de la Moncloa como unas pobres víctimas de la oposición, de la sociedad española e incluso de la indefensión de sus correligionarios.

Si finalmente este relato tan burdo y carente de la más mínima objetividad se impone permitiendo a Sánchez conseguir sus objetivos, los españoles debemos preocuparnos seriamente.

En primer lugar, se confirmaría que la oposición sigue siendo débil e inane. Centrada en sus carreras individuales más que en el bien público, sus dirigentes siguen sin buscar la excelencia, y a la hora de elegir a sus cuadros, prefieren primar la obediencia del necio a la lealtad del sabio.

En segundo lugar, con los precedentes del “resiliente” dispuesto a lo que sea para seguir en el poder, nadie puede creerse que esta carta no es sino la coartada para insistir en su ataque a la democracia. Como el mismo ha reconocido en su esperada, no por incierta, comparecencia, amenaza a los españoles con un punto y aparte a partir del cual va a “seguir con más fuerza si cabe”. Es decir, el “sanchismo” va a redoblar sus ataques para doblegar al poder judicial y acallar al periodismo crítico, últimos bastiones de la libertad en España.

Las justificaciones del “equipo de opinión sincronizada”, sobre la irresponsable e inédita actuación de su líder, sólo son aptas para empleados o bobos. Si, realmente, se quiere rebajar la polarización política, no se puede hacer desde la justificación sectaria de una carta ni una comparecencia que no reconoce ninguna culpa y caracteriza al adversario como la encarnación de todos los males.

Pedro Sánchez debería saber, como responsable de las políticas del último lustro, que en España hay miles de personas acusadas injustamente con menos razones objetivas que las actuaciones (ya veremos si delictivas, pero como mínimo indecorosas) de su amada esposa. Además, nadie tiene la “suerte” de que la fiscalía en menos de 24 horas, de forma inédita, salga en su auxilio. Pero recuerden, la fiscalía ¿de quién depende? Pues eso.

En cualquier caso, lo que no puede hacer este presidente es presentarse como víctima del sistema, cuando es él quien lo pastorea en dirección al precipicio social y político. En su afán por perpetuarse en el poder ha forzado las leyes más que ninguno de sus predecesores, colonizando las instituciones y poniéndolas a su servicio.

En cuanto a los insultos, recordar, a la frágil memoria de los socialistas, que Sánchez, refiriéndose a Rajoy, comenzó su carrera política con la frase: “Un presidente del Gobierno tiene que ser decente y usted no lo es”. Desde entonces las campañas y los insultos contra sus oponentes no han cesado, sólo hay que recurrir a la hemeroteca para comprobar la realidad, que Sánchez no es una víctima, sino un agresor con la piel muy fina experto en levantar muros. En estos últimos días nos ha regalado una de esas imágenes inolvidables en las que le espetaba a Feijóo, refiriéndose a unas acusaciones falsas sobre su esposa: “hay más cosas, hay más cosas, hay más cosas…” mientras era jaleado por la reveladora de secretoschiqui”.

Los actuales dirigentes del Partido Sanchista, Opinión Engañosa (PSOE) de ideología populista de extrema izquierda, inspirados en Largo Caballero, han cogido el testigo. Y, al igual que éste afirmó el 30 de enero en Alicante que no aceptaría el resultado electoral si ganaban las derechas: “Si triunfan las derechas, no nos vamos a quedar quietecitos ni nos vamos a dar por vencidos… Si triunfan las derechas, no habrá remisión, tendremos que ir a la Guerra Civil”, se empeñan en ocupar el poder. En este caso, con el único afán de defender unas posiciones de privilegio que únicamente ocupan para beneficio propio. Nunca un grupo de indigentes intelectuales llegó tan lejos y nunca una nación va a pagar un precio más elevado por el error de encumbrarlos donde ni se merecen, ni están cualificados para estar.

Soy consciente de que no se lo pongo difícil, a esta panda de peligrosos vividores, para devolverme el cumplido. Pero un análisis objetivo, y menos simplista del que son capaces de hacer, demuestra que en este artículo no se ha puesto en cuestión ninguna política del actual Gobierno, que se podría hacer y muy severamente, simplemente nos hemos limitado a criticar aquellas actuaciones que ponen en peligro las reglas del juego democrático.

Además, ya estoy cansado de apaciguadores, equidistantes y promotores de un falso consenso que promulga el acuerdo por sumisión a la ideología imperante “progresista”, sólo de nombre, por supuesto. La ideología socialista ya ha demostrado durante el siglo XX que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Y, en cuanto, al socialismo del siglo XXI, su único cambio ha consistido en renunciar a la propiedad de los medios de producción, ahora se conforman con expropiar directamente la producción, para que trabajar si pueden vivir del expolio del estado.

En la polarización de la política española actual no todos tenemos las mismas culpas, la extrema izquierda de podemos o equivalentes y los separatistas catalanes y vascos no se cansan de explicitar que no aceptan la Constitución del 78, es decir no aceptan las reglas del juego democrático que los españoles nos dimos en la Transición. Con todo ello, los máximos responsables no son estos radicales, los dirigentes del actual Partido Socialista a las órdenes de Pedro Sánchez son los verdaderos culpables, ya que no han dudado en comprar sus ideas, sus discursos y sus votos para mantenerse en el poder.

Lo más triste es que, como miembro de distintas entidades de la sociedad civil, soy consciente de la desorganización que impide que la ciudadanía ejerza el necesario control sobre sus representantes políticos. Únicamente una sociedad civil fuerte y organizada podría servir como juez, identificando, al margen de ideologías, a quienes se quieren cargar las instituciones democráticas.

La Europa que hemos heredado ha sido conformada por idearios tan dispares como el conservadurismo, la social democracia y el liberalismo, pero con un núcleo común, su respeto por las reglas del juego democrático de los estados de derecho: elecciones libres y competitivas, respeto a los derechos fundamentales, al principio de legalidad y la separación de poderes.

En este momento, en España, los que atacan estos ideales y las instituciones que los preservan son la izquierda y la extrema izquierda y no estoy dispuesto a aceptar, en aras de un mal entendido consenso o equidistancia, que todos somos un poco culpables. Es obvio que en todo conflicto las culpas están repartidas, pero en este caso hay unos que son más culpables que otros. Además, Pedro Sánchez, muy lejos de la autocrítica, hace gala de una esquizofrenia, propia de los autócratas, que le lleva a invertir las culpas, acusando a los demás de sus propios vicios.

El presidente ha instado a sus huestes a movilizarse en defensa de la democracia, el problema es que él y, por tanto, su partido, han comprado el concepto de democracia a los populistas de izquierdas y los separatistas, es decir, aquellos que creen que la soberanía popular no debe tener ningún límite.

Si los verdaderos demócratas, los que defendemos la democracia representativa, el estado de derecho y los valores occidentales no les damos una réplica contundente, asistiremos a la muerte del periodo democrático iniciado en la Transición. Si no nos movilizamos podemos perder la libertad que tanto costó alcanzar a los españoles y nosotros seremos los únicos culpables. ¡BASTA YA, HAY QUE DEJAR EN RIDICULAS LAS MANIFESTACIONES CONTRA LA AMNISTIA¡

Despierta Juan Nadie eres la última esperanza de España.

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