Ahora bien, una cosa es el marxismo y otra el ateísmo. ¿Es el ateísmo criminal? No. El marxismo utilizó su concepto ateo para justificar la eliminación de todo aquel que fuera un obstáculo para el “progreso social” Pero otros ateos, como Feuerbach o Proudhon, tuvieron una firme creencia atea personal que rechazaba el tratar a los demás como mera materia, que se pudiera pisotear o eliminar en aras de los ideales de transformación social.
Feuerbach, que había inspirado el ateísmo a Marx, consideraba que la religión era negativa para el ser humano pues le llevaba, por un lado, a tener creencias religiosas meramente para refugiarse en ellas y, por otro, a justificar conflictos gravísimos con quienes tuvieran otras creencias religiosas diferentes. Conviene tener presente que algunas actitudes religiosas totalitarias habían llevado a constituir opresivas teocracias, que incluían sacrificios humanos, como fue la cultura mexica que encontró Hernán Cortés cuando llegó a México. Pero también el absolutismo religioso en Europa dio lugar a las guerras de religión y a la quema de brujas, con mayor intensidad en el área protestante. Asimismo, el Medio Oriente y el Mediterráneo se vieron envueltos en las sangrientas guerras que derivaron de su invasión y conquista por el naciente islam.
Hoy en día ese tipo de pensamientos religiosos totalitarios y opresivos han desaparecido en gran medida, salvo en ciertas áreas de fanatismo islámico que perjudican la evolución del islam hacia posturas respetuosas con las otras religiones. El cristianismo también mantuvo, prácticamente hasta el siglo XX, una actitud de intolerancia religiosa que le impedía dar prioridad al mensaje esencial de Jesus, el amor al prójimo. También es una pena que una parte clave del mensaje de Jesús sea considerada como apenas simbólica. “Arrepentíos porque el Reino de Dios se ha acercado” y “venga a nosotros tu Reino”.
Imaginemos lo revolucionario que sería si los cristianos pudiésemos tener razones para creer que ese Reino de Dios fuese una utopía realizable. Hemos visto la transformación que ha experimentado el mundo entero, en lo tecnológico, lo económico y lo social. El nivel material de vida es muy superior al de antaño, en la práctica totalidad de países del mundo, y el nivel de libertades y derechos muy alto en muchos de ellos. ¿No cabría extender este progreso a todos los países e incluso ir más lejos?
La sociedad humana ha ido produciendo normas que regulan las relaciones personales económicas y sociales de todo tipo, a fin de dejar claras cuáles son las reglas de juego, cuyo respeto posibilitaría la convivencia y la armonía social, que vienen acompañadas por sanciones en caso de incumplimiento.
Sin embargo, en el ser humano hay un deseo de llegar más lejos y de que esa aludida convivencia y armonía se hagan realidad habitual de forma voluntaria. Es ahí donde las religiones tendrían aún mucho que decir ya que ninguna rechazaría, en público, la famosa Regla de Oro: “Ama al prójimo como a ti mismo” “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”
¿Serían capaces las religiones de convocar un Concilio por la Paz? En 1986, Juan Pablo II organizó una memorable reunión en Asís en la que participaron una amplia pluralidad de religiones del mundo. Una reunión de esa importancia no se ha logrado repetir posteriormente. No tuvo como objetivo, ni lo debería tener hoy, el lograr un sincretismo religioso que tomara de cada una un trocito de su doctrina o de sus rituales. La clave estaría en definir el eje común de todas ellas, el amor, y derivar de ello las líneas maestras de su puesta en práctica: respeto, reciprocidad, libertad, cooperación. Una declaración de este tipo sería un firme apoyo a una auténtica paz. Tal vez no fuera exagerado pensar que entre sus conclusiones principales pudieran llegar a manifestar que el deseo de Dios, del Tao, de la Conciencia Universal, o como quiera denominársele, es que en nuestro planeta la sociedad humana llegue a constituirse como una Gran Familia Mundial en Paz.
En suma, ante la situación trágica de crisis con que se ha iniciado el siglo XXI, tal vez ha llegado el tiempo de que la Religión, con mayúsculas, juegue el propósito que tenían sus fundadores. Las religiones no deben ser opio que ayude al pueblo a soportar las miserias de este mundo sino fuente de esperanza que contribuya a revitalizar el corazón de sus seguidores y del resto de la Humanidad para construir ese ideal común anhelado.