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Infidencia

Infidencia
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· Por Julio Bonmatí, Observador de masas

domingo 02 de junio de 2024, 09:04h
En estos tiempos donde se ensalza la práctica de una tolerancia de nuevo cuño que en mi opinión mayormente exige tolerar, sin una razón objetiva ni fundada y según conveniencias particulares, más allá de lo que para mí es razonablemente tolerable; cada vez más busco y aplaudo, en quien con sus decisiones puede cambiar las circunstancias generales de mi entorno y por ende alterar las mías propias, la presencia solo de aquel que no promete nada y a nadie le pide que le crea. Aquel que deja que sean sus actos los que por él hablen. Más tranquilo y cómodo, al no percibir riesgo alguno en ello, me encuentro rodeado de guerreros cuidando jardines, que rodeado de jardineros librando batallas.

Todo error y todo incumplimiento, con independencia de que sea cometido por mera negligencia o con dolo, trae un menor o mayor daño, molestia o perjuicio que si no se asume su íntegra reparación exclusivamente por el causante del mismo, termina siendo padecido por el cumplidor, por el inocente o por el cuidadoso; y en la mayoría de las veces por quien reúne por completo tales características.

En esta sociedad, definida por Zygmunt Bauman como líquida en la que la conciencia individual y colectiva de la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos, se ha instalado entre nosotros de manera permanente la filosofía de la justificación; y con ella mediante la combinación de la apelación a la comprensión ajena con el insólito derecho a la segunda oportunidad propia, manifestado con un impostado e interesado perdón; el incumplidor aspira a adecuar algo que debería resultar del todo inaceptable, en el sentido de que no se ajusta a los conceptos y reglas del juego en origen por todos consensuados, para convertirlo en aceptable; ya sea mediante la imposición al resto de una forzada amnesia respecto a la ausencia de toda ética en su comportamiento, o incluso lo que es peor a través de la imposición de una nueva ética inventada ad hoc.

Cuando por la condición de ciudadano, asignada más en apariencia que en esencia aunque esté impresa en un carnet, en el plano/mapa social que con cargo al presupuesto público te entregan para circular, la felicidad la ubican en la última planta de un centro comercial; solo el ingenuo puede pensar que basta solo con comprar una baraja para automáticamente convertirte en buen jugador; en la partida hasta que la moneda no deja de girar y se decide a mostrar una de sus caras, no se resuelve la apuesta. Y si cae del lado malo pedir que te indulten la condena de pago es cobardía; y pretender que se entienda y acepte que la partida jamás ha existido, y que cada cual se vuelva a su casa como si no hubiéramos venido ninguno, por la vía de consensuar una rogada torticera amnesia general es infamia, vileza y fechoría.

La confianza en tiempo y esfuerzo cuesta mucho ganarla y más todavía conservarla, en cambio la infidencia [la violación de la confianza y fe debida a alguien], se alcanza y consigue en un momento y sin esfuerzo alguno, basta incumplir y a continuación hacer uso, o abuso según se mire, de la filosofía de la justificación. La desconfianza es la falta o ausencia de confianza, porque básicamente nunca la ha habido ni la hay, en la infidencia la hubo pero el depositario la ha violentado.

El compromiso y la responsabilidad que de él dimana, sea con uno mismo o con terceros, vienen siempre empaquetados con riesgo de siniestro, y si se materializa este no es equitativo repartir las pérdidas, mucho menos si para el caso de haber acaecido el éxito, este último no se hubiera también compartido.

La ingeniosa frase que la leyenda urbana atribuye a Groucho Marx nacido en New York en 1890 y que en realidad en su primera versión apareció en un periódico de Nueva Zelanda en 1873, bajo la forma "Estos son mis principios, pero si no les gustan, yo los cambio"; con la que se describe a quien acomoda su discurso, para decir lo que el destinatario del mensaje quiere escuchar solo con base en el interés del emisor, cada vez tiene más practicantes entre los que piden el depósito de nuestra confianza en ellos para asumir las responsabilidades de administración sobre vidas y patrimonios ajenos, sea cual sea el objeto y el alcance de esa administración; y para con ellos, sin poderlo evitar, con un solo arbitrario cambio de criterio, vale uno solo, considero que ya hay una posible base para que respecto al desvergonzado fulano violador o la desvergonzada fulana violadora se considere que ha incurrido en infidencia.

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