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Más Europa

· Por Miguel Córdoba, economista

sábado 30 de noviembre de 2024, 11:02h
Más Europa
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Llevamos ya varias décadas construyendo un espacio común europeo, añadiendo países de cuando en cuando según vamos avanzando hacia el Este. Los nuevos candidatos son actualmente Albania, Bosnia-Herzegovina, Georgia, Moldavia, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia, Turquía y Ucrania, quedando Kosovo como un posible candidato potencial. En el caso de Moldavia y Ucrania, es probable que su principal motivación sea la de poder escapar del abrazo del oso que conllevarían los deseos imperialistas del nuevo zar ruso.

En lo que respecta a la adopción del euro como moneda, de los siete países de la Unión Europea que mantienen su propia moneda (Bulgaria, Chequia, Dinamarca, Hungría, Polonia, Rumanía y Suecia), todos salvo Dinamarca tienen el compromiso de incorporarse a la Eurozona en los próximos años, siendo Bulgaria el que más cerca se encuentra, incluso para el año 2025.

No obstante, el objetivo de las ampliaciones no debería ser meramente nominal, es decir, que Europa sea más grande, sino que esté más cohesionada y que tenga unos objetivos comunes. Los habituales desplantes que hace el presidente húngaro Orban nos hacen dudar de que realmente el objetivo que debería presidir la Unión Europea se esté cumpliendo.

Probablemente, el problema de muchos europeos es que realmente no se sienten europeos, sino que anteponen la soberanía de cada país e incluso de cada región europea. Lo cierto es que Estados Unidos, para lograrlo, tuvo que tener una guerra civil con la que consiguió la unión federal de la nación, y ello a pesar de que haya estados, especialmente los del sur, que todavía se sientan confederados.

La suspensión total o parcial de los acuerdos de Schengen dice mucho de lo que nos está pasando. Europa es muy variopinta; es difícil comparar a un español con un húngaro o a un danés con un italiano. Pero también lo es un nativo de Alabama con un neoyorquino o un tejano con un nativo de Vermont, y nadie cuestiona la identidad estadounidense.

Lo cierto es que a todos los norteamericanos les une el orgullo de pertenecer a los Estados Unidos. Aman a su país pese a sus diferencias, asumen que hay un gobierno federal que está por encima de los gobiernos estatales y, salvo algunos seguidores de Donald Trump, son profundamente demócratas y consideran que sus derechos civiles constituyen un principio inalienable que actúa de nota conceptual característica de su existencia.

Los europeos no tenemos esa idiosincrasia. Llevamos tres mil años luchando entre nosotros y ahora, aunque las confrontaciones no sean cruentas, seguimos pensando que los que están más allá de la frontera son diferentes, e incluso más allá del límite de la comunidad autónoma de turno.

Es cierto que en Estados Unidos hay mucha violencia, se permite el uso de armas, hay racismo y, en determinados segmentos de la sociedad, supremacismo, pero como democracia, como modelo económico y como espíritu empresarial no tiene parangón, amén del gran nivel de las universidades norteamericanas y del apoyo a los emprendedores.

Es significativo, por ejemplo, la existencia de escudos anti opas en los países europeos, en particular España, donde hasta una pequeña OPA de 500 millones de euros sobre un chicharro bursátil, Talgo, supone la intervención del gobierno; y no digamos la oposición a una operación como la OPA de BBVA sobre Sabadell, el tercer banco español sobre el cuarto sabiendo que después del resultado de la fusión seguiría siendo el tercero. En Francia, hace años el gobierno se opuso a la OPA sobre Danone, por considerarla una empresa de interés estratégico nacional, y hace poco hizo una OPA sobre las pocas acciones que le faltaban de Electricité de France, para tener el 100% del capital. No, en Europa hay una directiva de libertad de mercados de capitales, pero los estados no hacen caso. No podemos ser Europa si el proteccionismo impide fusiones transfronterizas y los estados son intervencionistas en grado sumo.

Por eso, la utopía del informe Draghi de invertir 800.000 millones anuales en eurobonos para transformar Europa es absolutamente inviable. Hay tres Europas, la de los países del norte (de raíces calvinistas), la de los países mediterráneos (de raíces judeocristianas) y la de los países del Este (de raíces eslavas), y no es fácil aunar idiosincrasias, especialmente cuando estamos hablando de dinero y de deuda que tendrían que pagar nuestros hijos o nuestros nietos, amén de que habría que ver si los mercados financieros aguantarían una prima de riesgo creciente respecto del dólar, ya que no es lo mismo tener una deuda de 100 que una de deuda de 300, y los mercados, mal que les guste a los dirigentes de izquierdas, son soberanos en materia de precios.

¿Qué ha quedado de los propósitos fundados de conseguir la autonomía en materia de material sanitario que se propugnó en la pandemia del COVID? cuando, como dijo Josep Borrell, no se produce ni un gramo de paracetamol en los países europeos ¿Cómo se encuentra la tan manida autosuficiencia alimentaria en la Unión Europea? Como decimos en España, en la Comisión Europea sólo se acuerdan de la santabárbara cuando truena.

¿Cuál es el problema de que, por ejemplo, un banco español tenga capital alemán? La regulación es española y en parte europea; tienen que cumplir con las leyes y los empleados de las oficinas van a ser los mismos. ¿A qué viene el proteccionismo? A los usuarios de los bancos no les iba a afectar; sí, a los directivos, a la posibilidad de uso de puertas giratorias, a grupos fácticos cuya actividad es bastante opaca, compromisos no escritos entre entes poderosos, etc., pero no a los españolitos de a pie. Sin embargo, y no sólo en España, se montan cruzadas para evitar la “invasión” de los extranjeros.

El futuro de Europa pasa por que nos dejemos de nacionalismos anacrónicos y, de una vez por todas, empezar a considerarnos como una comunidad de ciudadanos europeos, empezando por nuestros políticos y su gen intervencionista. Nuestros compañeros de viaje no son un problema para nosotros y mucho menos nuestros enemigos. Que hablemos diferente o que tengamos una idiosincrasia distinta no significa que no podamos entendernos. Al fin y al cabo, salvo vascos y lapones, todos procedemos de las sucesivas invasiones indoeuropeas que se han estado produciendo en los últimos cinco mil años, y esto en tiempo terráqueo es prácticamente nada.

Frente al creciente proteccionismo económico y la existencia de dos grandes potencias, Estados Unidos y China, la única posibilidad que le queda a Europa, para no convertirse en un parque temático para los turistas, es reaccionar y cohesionarse más a fin de crear de una vez los Estados Unidos de Europa con un modelo federal, una legislación general común, unos objetivos económicos comunes y una única moneda. Lo demás no será más que agonía y decadencia, como podemos observar actualmente tanto en Francia como en España.

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