Mucho tienen que cambiar las cosas (¡ojalá!) para que el epitafio que con mayor rigor y verdad recogiese cuando le llegue la hora (a todos toca) a Sánchez no fuese “QUEMÓ SU PAÍS Y GOBERNÓ SOBRE SUS CENIZAS”.
La cita, que con frecuencia se atribuye a Sun Tzu, nunca la pronunció el autor de “El arte de la guerra”, que dejó empero un reguero de aforismos sobre la inteligencia y la estrategia, pero tiene el tono destructivo y, diríase casi nihilista, que recogerá a todas luces el legado de Sánchez.
Ese epitafio sería una metáfora poderosa, de connotaciones tremendamente negativas, en consonancia con las devastadoras políticas del ególatra de La Moncloa. Implica la destrucción total seguida del dominio, allí donde fallan los escrúpulos, allí donde el poder se obtiene o se consolida a través del caos y la ruina de propios y ajenos.
En efecto, con tal de imponer un poder cuasi-absoluto y ciscarse en los engranajes de la debilucha democracia española, Sánchez está liquidando las instituciones, erosionando y dejando herido de muerte al Estado de Derecho en sus esencias más fundamentales (sin duda intentándolo con ahínco), señalando y criminalizando a las voces críticas y libres… y esto, sin importarle gobernar, hoy y mañana, sobre una población no ya doblada sino quebrada, en su mayoría lanar.
El epitafio es tenebroso, pero por desgracia para los españoles recoge a la perfección la esencia, la psicología y el modo de concebir las relaciones humanas de un presidente concentrado en el control y la venganza, que fulmina relaciones por doquier y luego se concentra en pasar el rodillo sobre lo que queda: escombros y cascotes.
Sánchez encarna la obsesión con la manipulación, con el conflicto, y Sánchez es, en sí mismo, la enfermedad de mantenerse al mando aun asediado por la corrupción y la mala gestión. Es el hundimiento. Prefiere arrasar a perder. Es amoral. Es la ambición desmedida. Y, lo peor, es que la conservación del poder haciendo pagar un precio tan alto a todo un pueblo, a toda una nación, puede ser inútil o cruel… o directamente criminal. ¿Habrá lugar, no sólo en las urnas, para juzgarle?