El otro motivo sí que es rigurosamente cierto. Estoy fundido, literal. He llegado tan tocado, después de 12 horas de Camino y 50 kilómetros andados, que Alfredo, el gentil hospitalero del albergue Las Siervas de María, que me ha recibido con los brazos abiertos, además de enviarme saludos para el grande de Álvaro Lazaga, algo similar a lo que me pasa cada jornada entre tres y cuatro veces, me ha tenido que socorrer acercándome una silla. Al quitarme las zapatillas y los calcetines, atención, no he podido ni apoyar las plantas de los pies en el suelo. Primera vez que yo lo recuerde. Y esto sí que no tiene perdón.
Partía a las 5.25 del albergue situado a la entrada de la ciudad en León, viniendo por la horrible ruta de Mansilla de las Mulas, y acumulaba todos los miedos y dudas que caben en la cabeza de cualquier Peregrino. Ayer llegué muy, muy tocado, con los dedos meñique de ambos pies altamente perjudicados. Pero el Apóstol se apiadó de mí. Cerca de 15 horas tumbado, con la excepción de la suave comida compuesta de ensalada y merluza, obraron el milagro. Aún así, el dolor estaba ahí al iniciar la jornada. La madrugada me ha llevado por todo el casco histórico de León junto a una francesa, algo asustada, que me pedía acompañarme hasta salir de la ciudad. Me he preguntado que imagen les habrán dado y que historias les habrán contado sobre España.
En menos de dos horas ya caminaba fenomenal, y me he venido arriba, demasiado arriba, sin recordar que estaba en modo premium y no debía seguir provocando mi propia suerte. Pues ni caso. Nada menos que dos etapas completas. Disfrutando sí, porque me encanta caminar y, tal como me avisó el propio Álvaro, llega un momento que ya no sientes ni la mochila, pero no es justificación. Dos paradas con café incluido, una para comprar una de las cuatro botellas de litro y medio que han caído y el momento clave de la jornada, al quitarme el calzado y meter los pies en una cequia de agua helada, tienen mucho que ver en que haya podido obrar el milagro de llegar, aunque sea en pésimas condiciones, hasta la mítica Astorga.
Si mañana no me funcionan los pies, con amenaza de gran ampolla en el puente de la planta del pie derecho, ya no podré pedirle a nadie que me socorra. El Apóstol ya estuvo ayer en mis oraciones. Lo tendré más que merecido. Doce horas caminando, que se han hecho bastante livianas hasta que su majestad el Sol ha empezado a ponerse en su sitio, convirtiendo las últimas tres horas en una tortura que permitía ver a varios peregrinos, entre los que me incluyo, esparramados por el Camino buscando una recuperación bastante improbable. Hospital de Órbigo tendría que haber sido la meta de hoy, pero en Asturica Augusta me encuentro. Ahora sólo puedo contarlo, compartirlo y que cada uno opine lo que considere.
Quizás me haya dejado llevar por las inmensas ganas de salir de la meseta castellana. Todas las voces en las que apoyo esta aventura, garantizan que a partir de aquí, todo cambia. Astorga es un lugar al que hemos venido varias veces con Autocaravana Vivir. Hablamos de una ciudad preciosa, que merece su visita. No será en esta ocasión. Estoy demasiado agotado y juego con la ventaja de conocerla, palacio Gaudí incluído.
Si que hay algo que me hace especial ilusión, descubrir el Camino que me espera a partir de mañana. Empezar en Sant Jean Pie de Port era lo normal para una mente que no sabe hacer las cosas a medias, pero sé que es Astorga donde empieza ese Camino que tanto gusta a los más entregados a la causa. El Bierzo es la puerta de entrada a ese tercer tramo tan peculiar, tan bonito, tan completo y tan Camino de Santiago. Lo comprobaré a partir de mañana...¡si puedo caminar!
Desde Sant Jean hasta Burgos es una historia, desde Burgos hasta aquí otra muy distinta. Me queda el tramo final. Son bastantes más de 500 los kilómetros caminados en estos primeros 13 días. 22 etapas completadas. Animarme a que me tranquilice a partir de mañana y me tome el resto del Camino con algo más de calma.
Gracias por estar ahí. Buen Camino.