El mensaje es desastroso. Somos los más fácilmente atacables, los más débiles. Porque hemos dañado la imagen del deporte, porque hemos perjudicado a equipos y ciclistas, porque hemos proyectado la división, el conflicto entre españoles, la incapacidad de respuesta institucional y de seguridad ante los desgarramantas y delincuentes que cruzaron fronteras en los telediarios.
Los aficionados seguirán manteniendo el interés por el ciclismo. Los patrocinadores -con algunas dudas- seguirán adelante con sus inversiones. Cosa distinta ya es si organizadores internacionales de otros eventos relevantes querrán llegar aquí, hasta un país cobarde y que se pone de rodillas ante una banda de cabestros.
A estos cafres poco les importa que unos deportistas de elite se hayan sacrificado durante toda la temporada para disputar una de las tres grandes carreras. Poco a estos facinerosos les importa que esa carrera genere millones en turismo, en hostelería, en derechos de televisión, en empleo local…
El deporte debería ser siempre un espacio neutro de unión, pero esto es secundario e incomprensible para una banda de cabestros, cafres y facinerosos. Son pigmeos que, preñados de odio, buscan en cada esquina un campo de batalla para defender ciegos sus intereses. Y no,aun pareciéndolo, ése nunca sería un problema en ningún país. Nunca, salvo que en la pancarta al frente, amparando e instigando a esos cabestros y cafres y facinerosos se pusiese, como es el caso, un gobierno preñado de odio; el gobierno de la división y el conflicto; el de la corrupción (también la moral).
Los ineptos y parásitos que rodean a Sánchez no podrían pagar en diez mil vidas que vivieran, con el dinero de sus bolsillos, el terrorífico daño económico que están haciendo a nuestra nación. Aún hay esperanza para que, algunos de ellos -quien sabe si el propio presidente- lo paguen pasando entre barrotes siquiera un puñado de años.