VENTANA INDISCRETA
La República Revolucionaria
Por José Luis Barceló
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José Luis Barceló Mezquita
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jlbarceloelmundofinancierocom/9/9/27
martes 21 de octubre de 2014, 14:31h
España es un país en el que la República siempre ha venido a río revuelto. El viejo dicho dice que a “río revuelto, ganancia de pescadores”. Y en esas seguimos. No vayamos aquí a hacer historia de las historias de las viejas Repúblicas españolas, la I y la II. No vendría a cuento ni a modo de comparación, que todas las comparaciones son odiosas. Y mucho menos conviene ahora recordar las tristes consecuencias de aquellas proclamaciones hechas con los pies fríos. Aprendamos de la Historia.
Lo cierto, es que si creo que hay que poner las cosas en su debido sitio y con la cabeza fría, como mucha gente hace, desde los televisores de su casa, expectantes ante los cambios y las generaciones pasando. O desde los Facebook y los Twitter de una modesta conexión WiFi. Dicen hoy los expertos en redes sociales que han sido muchos más los que han apreciado en “semántica de Redes Sociales” los cambios propiciados por el Rey Juan Carlos I con su abdicación, que las palabras nefastas que auguran un porvenir peor. La gente ha apreciado el gesto del viejo monarca, en favor de su hijo y de los cambios que augura un tiempo nuevo que requiere de nuevas energías.
Es cierto que la crisis nos ha dejado tiesos, pero no es menos cierto que la solución a la crisis global ni se puede votar ni se arregla con la “guillotina del sistema”, como algunos propician a toda velocidad. Hay que ser cauteloso: España continúa siendo un país en el que se asocia República a “demolición” anárquica de la Administración y, de paso, de algunos administrados. Yo no creo que sea bueno tampoco para España que la República esté siempre asociada a la izquierda revolucionaria. Hay países como los Estados Unidos, Francia o Alemania donde la República convive tranquilamente con todas las tendencias políticas. Y no pasa nada. En España, de momento, esto no será posible, y República sigue siendo triste sinónimo de iglesias quemadas, viviendas y propiedades saqueadas y destrozo institucional. Es fácil hoy invocar la República ante la situación económica y social que estamos viviendo, aunque lo justo es valorar si ese camino sería la solución real a nuestros males.
Se airean estos días banderas tricolores inconstitucionales y nadie dice ni hace nada, por respeto seguramente a los que se envalentonan en las plazas. Muchos se parecen a los que queman contenedores en el Gamonal o coches en Can Vies, aunque no sean, lógicamente, los mismos. A mucha gente de edad le dan pavor los recuerdos de hechos lejanos.
Algunos otros pocos empujan el árbol que parece torcerse, a ver si se cae. No se dan cuenta que la callada columna que sustenta hoy nuestro sistema democrático es mucho más sólida, pese al desastre político, económico e institucional que estamos padeciendo, de lo que muchos creen. Las arengas son cosas del pasado.
Seamos serios: los representantes de los ciudadanos, reunidos en las Cortes, apoyarán por un 91% a favor la abdicación del Rey Don Juan Carlos I y la proclamación del nuevo Heredero en el nombre de Felipe VI. Esta es la verdadera Historia. Y lo que la gente votó libremente.
E Historia es también que los ciudadanos votamos y seguimos votando porque el mismo Don Juan Carlos I se empeñó en sacar adelante la Constitución que nos rige como Norma Fundamental. Es Juan Carlos I el primer monarca de la España del siglo XX en quien recayeron poderes absolutos como Jefe del Estado y quien los hizo descender, no ya a las Cortes constituyentes, sino a una Constitución prácticamente libertaria y a un Parlamento que abrió la Sociedad española hacia cotas nunca vistas de libertades de todo tipo, incluyendo las secesionistas o las del total derecho a la opinión.
Lo sensato es dejar pasar el trámite de la proclamación del nuevo monarca, Felipe VI, por los cauces legales de nuestras normas por todos aceptadas.
Y si unos toleramos que se aireen banderas tricolores, hoy inconstitucionales, permítasenos a algunos otros disentir y mostrar nuestra opinión favorable a que las cosas se arreglen por los cauces razonables que la mayoría deseamos, queremos y esperamos.