En la zona de la piscina hay árboles. Y alrededor de ellos se hacen tertulias por condiciones y edades. Los niños, con manguitos, flotadores y juguetes, juegan junto a los prunos y los fresnos. Al lado, los jóvenes se reúnen bajo el sauce llorón o los tilos. Las mujeres, unas en las toallas y otras en sillas, hacen su círculo junto a los tres pinos de la valla del oeste. Allí, antes o después del baño, celebran sus debates, por la mañana los importantes “sobre el estado de la Nación”, y por las tardes los más restringidos, que llaman “de la urba”, y que se ocupan de lo que pasa y no pasa, sobre todo lo que no pasa, en la urbanización. Los hombres nos reunimos junto a los otros dos pinos. Bajo uno de ellos, el cuarto, se comentan los periódicos, se consultan tabletas y teléfonos, se fuma, se bebe cerveza en contadas ocasiones, y se habla. Junto al otro, el quinto pino, se sientan los que leen algún libro, estudian, meditan, descansan del barullo y dormitan.
Como aún no había llegado el mediodía, saludé a las mujeres con el “Buenos días, gente”, que aprendí de mi nieto y me gusta, y me enteré del punto en el que estaba el debate, que no era sobre el estado de la Nación ni de la Región, sino, mucho más restringido, del Ayuntamiento de Madrid:
El estado de la “Bisa”, porque Mary Pe ha decidido que Carmena pase de abuelita tronca y paciente (con el de las cenizas de los judíos y la de la ubre al aire en la capilla) a la condición de “Bisa”, de bisabuela apacentada, vigilada y hasta pastoreada por los que pueden y la pueden. La situación de Carmona, “el del pueblo”, o ex del pueblo tras el paso de una de sus mujeres, la alta de los pantalones vaqueros, a otra, con aro raro en la nariz. Las enhiestas razones ciudadanas, “Sí, razones. Razones a secas, porque la gravedad es gravedad y no hay wonderbra”. Y la figura de Esperanza, que “Válgame San Pitufo y sus pitufadas, las que tenían liadas alrededor de la estampita de la Aguirre”.
Aunque me gusta la pimienta que ponen las mujeres en el guiso de lo político, no estaba por la labor de las salpimientas políticas femeninas. Llevaba en la mano un libro barato, de “La mejor novela hispana” que vende El País, y fui hacia el siguiente pino.
Allí, la conversación, de los cinco hombres que leían y comentaban los periódicos, se dividía por regiones. De norte a sur y de izquierda a Derecha: El tiempo en Galicia, Las imprudencias de Palomita Barkos en Navarra con desaire del PSV al PNV. La “chiquilicuatrería” catalana. El fuego en un pueblo de Zamora. El mitin anti príncipe del alcalde de Zaragoza. El parto de una “podemita”, que Nicanor llama “jodemita”. Púnicas, túnicas y tribulaciones veraniegas de Cecé (Ángel llama Cecé a Cristina Cifuentes). La Cospe que ya no cospea en lo del cementerio nuclear. Pactos de perdedores. Pérdidas de ganadores que no ganan. Demócratas de democracias no demócratas. Archipiélagos. Islas. Iker Casillas, Sergio Ramos. Florentino auto idolatrándose en el Bernabéu y come ídolos…
No me quedé allí. Fui a leer a González Ledesma en “Una novela de barrio”, que es una buena novela negra. En el quinto pino sólo estaban don José Manuel, que es viejo, militar y apolítico, y el jardinero ucraniano. Al lado de las conversaciones políticas que había junto a los otros cuatro pinos, el suyo era un diálogo interesante, de guerrilla jardinera. Hablaban de un tema tan encantador que, una vez sentado, me olvidé de la novela y apliqué el oído.
En el jardín del número ocho, entre otras flores de temporada, se habían plantado unas petunias. La petunia es una planta dura, agradecida, de no mucha agua, que resalta entre las adelfas, más pazguatas; y que presenta buena estampa junto al césped y unos rosales que no siempre están en flor.
- Pero ha habido un ataque de caracoles. – dijo el ucraniano.
- ¿Los caracoles atacan? – preguntó el militar, experto en batallas, tácticas, técnicas militares y hasta diplomado en logística.
El ucraniano, paciente, explicó que los caracoles son mortíferos para algunas plantas, las petunias entre ellas. Babosos, como las babosas pero con una concha que les sirve como casa a cuestas. Que envisten de baba aunque no embistan con unos cuernos flácidos que salen o se esconden…
Me senté en el suelo, junto al quinto pino y, caracoleando con la mente entre las florituras informadas del momento, empecé a entrever lo que me pareció una magistral táctica política en una democracia sin bozos aunque voceada: La eficacísima táctica de los caracoles para laminar a las petunias. Capaz de envestir en babas propias o ajenas la realidad según convenga. Con unos cuernos torvos, flácidos, débiles y retráctiles.
El ucraniano y el militar, cada uno a lo suyo y con lo suyo, fueron describiendo, y descubriéndome, la forma de hacer de los caracoles. También la defensa contra ellos: unas bolitas que se les da para que coman y que les matan.
La realidad misma: la alta política de caracoles y petunias.