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CATEGORÍAS PRIVILEGIADAS EN LA RELACIÓN CON EL CONSUMIDOR

¿Tiene su empresa una mentalidad digital?

¿Tiene su empresa una mentalidad digital?
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· Por Adriana Beltrán

viernes 29 de enero de 2016, 11:22h
El ser o no ser de un proyecto de negocios se inscribe hoy indefectiblemente en las coordenadas del ciberespacio. Existe una relación directa entre la eficacia de un negocio y su accesibilidad en Red. Sin embargo, aún se observan reticencias para la adhesión universal a esta máxima, que dividen a las empresas en dos segmentos claramente diferenciados. Las que parecen más inclinadas al fracaso suscriben el error típico de considerar que el viaje hacia la economía digital acaba de empezar y que su final es incierto. Pero hace ya mucho tiempo que las empresas del otro perfil, las de éxito, superaron este estadio de indecisión y obtienen rentabilidades y ventajas competitivas gracias a su adecuada estrategia en Red. Los negocios menos empeñados en su compromiso con los nuevos tiempos acusan un defecto de percepción para precisar el auténtico sentido de la economía digital. Se ven afectados por una lógica perversa más general, como es la de hacer uso de este concepto como si fuera diáfano cuando en realidad adolece aún de ambigüedades. Así, muchas inteligencias empresariales relacionan lo digital con la profusión de herramientas y recursos de base tecnológica que hacen posible el “estar en Internet”: blog, web, perfiles sociales, etc. Sin embargo, y con un carácter previo, lo adecuado es comprender lo digital en los términos de una mentalidad que, o bien está presente en el ADN de la empresa, o no lo está.


Esta mentalidad eleva lo digital al rango de categoría privilegiada en la relación con el consumidor. Su potencialidad para alcanzar una mayor proximidad con los clientes, ya sean consolidados o potenciales, es única. Por este motivo, la cuestión acerca de si una empresa tiene o no una mentalidad digital no se responde desde el cómputo de las plataformas en que se halla presente, sino descubriendo en ella una clara vocación para relacionarse con la gente más allá del mostrador de su punto de venta. Con una continuidad y asiduidad diferentes a las que delimita su horario de apertura y cierre habitual.

Si esta mentalidad ya está consolidada en la empresa, y sólo entonces, cabe indagar la manera de potenciar la relación entre las partes. Por eso decimos que los instrumentos y las herramientas técnicas guardan un carácter secundario respecto a la adopción de la mentalidad digital, que ha de ser previa y conscientemente asumida. El momento de optimizar la estrategia digital llega sólo después de una apuesta decidida e inequívoca por intensificar la interacción con el cliente.

En este punto, la mentalidad digital requerirá de un riguroso planteamiento de marketing online y social. Éste siempre depende de las características del mercado donde se compite, del grado de desarrollo tecnológico de la empresa o de otros aspectos volátiles como el índice de alfabetización digital de la plantilla, por ejemplo.

No se trata de lanzar una profusión de canales y perfiles, sin otro criterio que el de “estar porque hay que estar en la Red”. El consejo más valioso que se puede ofrecer como punto de partida es el de lanzar sólo aquellos canales que se esté en disposición de atender y de dotar convenientemente de contenido. De otro modo, se corre el riesgo de provocar un efecto indeseado y contrario a nuestro propósito. Si los sitios online sirven para fomentar la relación con los clientes, tal como establece una correcta mentalidad digital, carece de sentido abrir las puertas de nuestro negocio al ciberespacio si no hay nadie disponible o cualificado para atender convenientemente a las visitas. Es un principio idénticamente válido para todos los canales que se vayan a implementar.

Pocas imágenes tan desfavorablemente reveladoras de la actividad de un negocio se pueden percibir como una página web desactualizada, mal diseñada o que deje sin atender las consultas que los clientes formulan a través de ella. Tal efecto se reproduce en las redes sociales, cuando nos enfrentamos a perfiles sin gracia, interés ni intercambio de ninguna clase. Un perfil social no es un simple escaparate. Es un lugar de encuentro, donde el potencial cliente acude y quiere participar, hacer sugerencias de mejora, consultar, criticar o felicitar. Un sitio al que acude con cierto entusiasmo al sentirse “un fan” de la marca. En otras palabras, los espacios digitales deben concebirse como lugares de encuentro que promueven –claro está- la venta de los productos y la fidelización de los clientes, pero sin la presencia del TPV, agobiante para ambas partes.



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