El concepto turístico futuro, podríamos decir que inmediato, tiene un nombre muy claro y conciso: los destinos turísticos inteligentes. Resulta evidente si tenemos en cuenta el progreso de las nuevas tecnologías y la globalización de los smartphones, aspectos que han dado lugar a una sociedad cada vez más interconectada a la Red donde los ciudadanos son capaces de crear una telaraña relacional mucho más amplia y diversa que hace unos años. Con tal contexto, las urbes conocidas como Smart Cities, las ciudades inteligentes, están llamadas a dominar el turismo de un modo categórico no solo por su valor patrimonial o cultural inherente, sino por su capacidad para gestionar y crear unas estrategias focalizadas en la sostenibilidad y la tecnología, dos de los pilares fundamentales de la sociedad coetánea.
Así pues, ciudades como Londres, Tokio, Nueva York, Zúrich o París lideraran más si cabe el ranquin de destinaciones favoritas por su atributo sostenible global: el que abarca desde la comunicación o la inversión social hasta las potentes infraestructras. De hecho, tales ciudades copan la clasificación de las Smart Cities con más proyección del mundo, puesto que lucen las principales características que toda metrópoli de esa índole debe tener: favorecen la interacción entre los usuarios y la ciudad mediante Internet; brindan unas gestiones optimizadas centradas, sobretodo, en el medioambiente, y desarrollan nuevas formas de cooperación entre los distintos agentes.
No obstante, los expertos aseguran que todavía es pronto para afirmar que ya existe la ciudad cien por cien inteligente, pero el camino está más que llano para que puedan entrar con fuerza los destinos turísticos de este tipo. Lo está, explican, por dos motivos: el primero, por los cambios internos de la ciudad y su gestión, lo que da como resultado un tejido informativo y comunicativo sin parangón que se nota desde la elección del hotel o restaurante hasta los
traslados al aeropuerto, ahora mucho más prácticos y a golpe de clic; y el segundo, por la transformación inevitable en las costumbres de los propios ciudadanos, creadores de tendencias cada vez más específicas.