Al caer la tarde, el señor Deán atravesó el huerto, andaba encorvado bajo un gran paraguas azul, se volvió desde la cancela y viéndome en la ventana me llamó con la mano. Yo bajé tembloroso. Él me dijo:
- ¿Has aprendido eso?
- No, señor.
- ¿Por qué?
- Porque es muy difícil.
El señor Deán sonrió bondadoso.
- Está bien, mañana lo aprenderás. Ahora acompáñame a la Iglesia.
Me cogió de la mano para resguardarme con el paraguas, pues comenzaba a caer una ligera llovizna, y echamos camino adelante. La Colegiata de Santa Juliana estaba cerca. Tenía una magnífica portada de estilo románico, y, según decía el señor Deán, era una Fundación del Rey Fernando I de Castilla. Entramos. Yo quedé solo en el presbiterio, y el señor Rector pasó a la sacristía hablando con el monago, recordándole que lo tuviese todo dispuesto para la Misa del Gallo. Poco después volvíamos a salir. Ya no llovía y el pálido creciente de la luna comenzaba a lucir en el cielo triste e invernal. El camino estaba oscuro, era un camino de herradura, pedregoso y con grandes charcos. De largo en largo hallábamos algún sarruján que dejaba beber pacíficamente a la yunta cansada de sus bueyes. Los vaqueros que volvían de los montes trayendo los vacadas por delante, se detenían en las revueltas y arreaban a un lado sus rojas pasiegas o las fornidas tudancas para dejarnos paso. Todos saludaban cristianamente:
- ¡Alabado sea Dios!
- ¡Alabado sea!
- Vaya muy dichoso el señor Deán y la su compaña.
- ¡Amén!
Cuando llegamos a la rectoral era noche cerrada. Valvanuz, la sobrina del señor Rector, trajinaba disponiendo la cena. Nos sentamos en la cocina al amor de la lumbre. Valvanuz me miró sonriendo:
- ¿Hoy no hay estudio, verdad?
- Hoy, no.
- ¡Arrenegados latines! ¿Verdad?
- ¡Verdad!
El señor Deán nos interrumpió severamente:
- No sabéis que el latín es la lengua de la Iglesia…
Y cuando ya cobraba aliento el señor Rector para edificarnos con una larga plática llena de ciencia teológica, sonaron bajo la ventana alegres gaitas y bulliciosos panderos. Una voz cantó en las tinieblas de la noche:
¡“Nos aquí venimos,
Nos aquí llegamos,
Si nos dan licencia,
Nos aquí cantamos”!
El señor Deán les franqueó por sí mismo la puerta, y un corro de zagales invadió aquella cocina, siempre hospitalaria. Venían de una aldea lejana y al son de las gaitas y panderos, cantaron:
“Con albarcas vienen, con albarcas van,
en el cuevanuco llevan leche y pan.
Suben a La Lomba que allí está el portal.
Ya vienen los Reyes, ya vienen y van,
bajan por Fontibre, pasan por Villar.
Suben a La Lomba que allí está el portal.
Los mozos y mozas le quieren cantar
al Rey de los Reyes que ha nacido ya.
¡Alégrate, Manueluco, y cantemos con amor
que en el alto de Carmona ha nacido el Señor.
Con albarcas vienen, con albarcas van,
en el cuevanuco llevan leche y pan
Suben a La Lomba que allí está el portal”
Tras haber cantado, bebieron largamente de aquel claretillo agrio, fresco y sano, que el señor Deán cosechaba, y refocilados y calientes, fuéronse haciendo sonar las gaitas y los panderos. Aún oíamos el chocleo de sus albarcas en las escaleras del patiuco, cuando una voz entonó:
“Esta casa es de piedra,
un trasgu al ratuco empina,
para que durmieran juntos
el Deán y su sobrina”
Al oír la copla, el señor Rector frunció el ceño. Valvanuz enderezóse colérica y abandonando el perolón en la trébede, dónde hervía la clásica compota de manzanas, corrió a la ventana dando voces:
- ¡Mal hablados!...¡Mal enseñados!...
- ¡Asi vos salgan al caminu unos lobones rabiosus!...
El señor Deán, sin despegar los labios, se paseaba picando una tagarnina con la uña y restregando el tabaco entre las palmas, cogió un papelín del librete y se lió un cigarruco. Al terminar, llegóse al fuego y retiró un tizón, que le sirvió de candela. Entonces fijó en mí sus ojos enfoscados bajo las cejas, canas y frondosas. Yo temblé. El señor Rector me dijo:
- ¿Qué haces? ¡Anda a buscar el Nebrija!
Salí suspirando. Así terminó mi Nochebuena en casa del Señor Deán de la Colegiata de Santillana del Mar, ¡Qué Santa Gloria Haya!