La península coreana nunca había tenido una ocasión tan determinante desde su división en 1948 para poner fin a un largo proceso de tensiones y conflictos entre las dos Coreas tras el anuncio del encuentro entre el líder norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente de EEUU, Donald Trump, en una cita histórica que Pyongyang perseguía desde hacía años y que sirve al régimen comunista para reforzar su posición como potencia nuclear. Tanto Trump como Kim, dos personalidades ciclotímicas, altibajos constantes en sus respetivas políticas y tras duras acusaciones de insultos y descalificaciones, han decidido citarse en mayo para reconducir la tensa situación nuclear de Corea del Norte, país que, pese a este encuentro, ha seguido con su tradicional retórica bélica contra EEUU en medios oficiales norcoreanos, donde el diario oficial del Partido del Trabajo de Corea del Norte, Rodong Sinmun, cargó duramente contra las últimas sanciones estadounidenses impuestas por Washington.
Kim Jong-un es un maestro en ganar “guerras mediáticas”, todas hasta ahora las ha ganado, incluida las dos últimas, la primera, la exitosa participación de Corea del Norte en los Juegos Olímpicos de Invierno de la ciudad surcoreana de Pyeongchang, con gastos incluidos a Seúl, y la segunda, la cumbre entre las dos Coreas para finales de abril que han revalorizado al joven líder norcoreano al vender en su país una imagen indestructible que refuerza al régimen comunista.
Lo que está claro que esta nueva coyuntura política norcoreana es el resultado de los efectos del cerco económico que ha comenzado a sentir Pyongyang ante la política de máxima presión, ya no sólo por parte de Trump, sino las propias sanciones recibidas, así como la cada vez menos paciencia de China y de Rusia, países que han visto incrementar una tensión sin precedentes en la península coreana con las pruebas nucleares y lanzamientos de misiles.
Nadie discute la supervivencia del régimen norcoreano, pero su política de enfrentamiento constante con EEUU, al que considera su enemigo de siempre, las distintas maniobras militares conjuntas en la zona entre Corea del Sur y Estados Unidos, también han llevado a Pyongyang a aceptar primero la cumbre entre las dos Coreas y ahora el encuentro entre Kim y Trump, en medio de una enorme incertidumbre, cuyos resultados son imprevisibles.
El encuentro entre ambos mandatarios será el primero de Kim Jong-un con un jefe de Estado extranjero, es decir, podrá “saborear” lo que se siente al sentarse en la misma mesa que el presidente Trump al tener la misma condición de igualdad, un hecho que siempre ha perseguido y exigido el líder norcoreano, que sabrá muy bien vender a su pueblo.
Este encuentro con Trump será la tercera victoria mediática de Kim en lo que va de 2018, y además utilizará los argumentos de su política interior para reforzar su propia imagen cuando ni su abuelo y fundador del país, Kim Il-sung, ni su padre, Kim Jong-il, lograron lo que él ha conseguido sentando en una misma mesa de diálogo al presidente de EEUU, su enemigo histórico desde la guerra civil coreana (1950-53).
Incluso el tío del líder norcoreano, Jang Song-thaek, de 67 años, ejecutado por Kim Jong-un en diciembre de 2013, acusado de alta traición, era ya partidario de reformas al estilo chino, lo que tendrá que hacer el régimen comunista cuando haya celebrado en los dos próximos meses estas dos citas, la primera con Corea del Sur, y la segunda, la histórica, con EEUU, y a partir de ahí no hay argumento alguno que pueda impedir con la ayuda de Seúl y el apoyo de China de abrirse y cambiar la orientación económica del país para evitar con el paso del tiempo mayores dificultades que den una inestabilidad que nunca arreglará su programa nuclear.
Tenerlo “todo atado y bien atado” no servirá para que el país sobreviva sin una mínima apertura que contribuya a mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos, pero Kim Jong-un, que estudió en Suiza y no ha sabido digerir los avances económicos actuales, debería ver junto a sus colaboradores y militares como Birmania (Myanmar) y Camboya, antes Vietnam, han efectuado cambios importantes tras muchos años de regímenes autoritarios con resultados satisfactorios para la población. Estas dos cumbres son claves para Corea del Norte.
Corea del Norte necesita reformas para supervivencia de su régimen, nadie está en guerra con Pyongyang, pero es lógico que a más reformas habrá más apertura y con más apertura más posibilidades de conocer más cosas, el régimen lo sabe, y además no puede seguir destinando el 16 por ciento del PIB a las Fuerzas Armadas y luego unas descomunales cifras de dinero para mantener un programa nuclear que Kim Jong-un valora vital para su supervivencia y su seguridad personal, pero con las sanciones le obliga a cambiar de táctica.
Esta cita con Donald Trump va a favorecer más a Kim pero no va a poder seguir posteriormente con sus amenazas nucleares, sobre todo cuando la comunidad internacional, escéptica, ve una oportunidad histórica para la península coreana y en especial para Corea del Norte, que tendrá que realizar cambios importantes para la supervivencia del régimen a cambio de demorar, suspender sine die o cancelar su programa nuclear, una situación que también encierra sus complejidades en su política interior, cuya ciudadanía necesita vivir mejor, a cambio de más ayuda del exterior y más canales de conocimiento para que el país deje de ser el más herméticamente cerrado del mundo.
Y tiene razón el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, cuando dice que los dos próximos meses serán cruciales para una paz duradera y añade: “Ahora tenemos una oportunidad muy preciosa de desnuclearizar la península coreana, establecer un régimen de paz permanente y construir un camino de prosperidad conjunta para Corea del Sur y Corea del Norte".