Sigo sin entender el servilismo de los distintos gobiernos de España, en los últimos 40 años, respecto a todo lo que nos viene de fuera. Nuestra renuncia de soberanía queda patente en todos los órganos internacionales con los que nos vemos obligados a tratar. Esta cesión continua de soberanía, no nos hace merecedores del respeto de esos que llamamos nuestros aliados. Me temo que todo lo contrario. Somos la risión de Europa, somos el hazmerreir de los países de nuestro entorno.
No solo no pintamos nada, es que además nos comportamos con un complejo de inferioridad, que hace que el espectador se sonroje ante la postura de toda nuestra clase dirigente, de toda nuestra clase política. El culmen del esperpento, el éxtasis del ridículo, lo escenifica perfectamente nuestro presidente, Mariano Rajoy, cuando después de la bofetada de la justicia alemana a España, de los que considerábamos nuestro socio más fiable en materia internacional, en el caso Puigdemont, manifiesta que el comportamiento del gobierno alemán es exquisito. De verdad que no entiendo nada, de verdad que es difícil explicar el bochorno que uno siente ante tanta falta de dignidad y ante tanto exceso de servilismo pueril.
Lo cierto es que Alemania no nos debe ninguna lealtad a pesar de que España cumpla fielmente sus mandatos y seamos los más eficientes sirviendo cafés en todas las cumbres internacionales. A los siervos se les tiene algo de cariño y se les paga, pero no se les tiene porque condecorar ni premiar. Ese es nuestro papel en la comunidad internacional, la de siervos y criados. Alemania prohíbe toda expresión de secesión, todo partido independentista y todo atisbo de deslealtad para con su unidad territorial. Si España no lo hace, ese es su problema. No tiene que velar la justicia alemana por la unidad de España. No tienen que hacer ellos, lo que nosotros consentimos.
Esta más que claro que las embajadas de la comunidad catalana en el extranjero pagadas con dinero de todos los españoles, han cumplido la función para la que fueron creadas, han cumplido la misión de venderse bien, de proyectar una buena imagen, casi de ensueño, de una Cataluña romántica y aventurera oprimida por el malvado estado español. Nos guste o no, todos han comprado ese mensaje por culpa de los distintos gobiernos españoles que lo han permitido, que lo han subvencionado y que consienten la existencia de partidos políticos cuya finalidad última es la de romper España. Que nadie piense que a Europa le conviene una España fuerte y unida, a esta unión europea le da igual el futuro de España, es más, cuanto peor estemos, mejor para ellos. Solo nos ven como mercados, y mejor negociar con el catalán por separado, que con un estado fuerte y unitario.
Al final, somos tan escrupulosos y respetuosos con las resoluciones de tribunales extranjeros, que nadie debería extrañarse de que sea un tribunal extranjero el que decida sobre la unidad de España. Hemos llegado a tal punto de imbecilidad, que hemos renunciado incluso a ejercer nuestra soberanía sobre Gibraltar. Total, si muchos de nuestros políticos y empresarios de fuste, tienen allí domiciliadas sus empresas y escondido su dinero. Me avergüenzo de la nación en la que nos hemos convertido, me avergüenzo de lo que somos, me avergüenzo de nuestro gobierno, de nuestra puta izquierda, me avergüenzo de la incapacidad de hacernos oír, y me avergüenzo de todos aquellos que se resignan a un destino sumiso y servil sin que hagan nada por evitarlo.