España es un circo infinito con multitud de pistas y de actores. Todo seria tremendamente cómico, si no fuera porque de lo que estamos hablando es de la propia supervivencia de nuestro país. Cada día asistimos a un nuevo episodio, un nuevo capítulo de lo que podríamos denominar el esperpento nacional, propio de un género tan popular como la tragicomedia. Después de la primera sentencia del caso Gurtel, las hostilidades se han desatado de forma desaforada. Se piensan que somos tontos. Todo cuadrado para que la sentencia se hiciera pública apenas dos días después de la aprobación de los presupuestos generales del estado. Soy muy mayor para creer en cuentos de hadas, y miren que mi imaginación da mucho de sí.
En un país donde se filtra todo, donde los medios de comunicación están en la casa de los afectados, antes de que estos conozcan la sentencia y sean detenidos por las fuerzas de seguridad del estado, es poco creíble que gobierno, oposición y partidos políticos, desconocieran una sentencia, que ahora se nos presenta como novedosa y demoledora ante los ojos de la opinión pública. Nada invita a pensar que todo este “numero” montado no estuviese previamente acordado. Aprobación de presupuestos, moción de censura y elecciones anticipadas. Esta es la hoja de ruta marcada frente a un futuro inmediato que se nos presenta incierto.
Las ecuaciones en política son peligrosas, sobre todo cuando no se tienen en cuenta variables que pueden hacer que el resultado final no sea el esperado. La cuestión catalana sigue sin estar resuelta, o al menos eso nos hacen creer. Después de la domesticación de la protesta, se trataría de homologar a formaciones políticas desleales, como socios fiables, y de esta manera desviar el foco de atención a la “cuestión española”, frente a la “cuestión catalana” que pasaría a un segundo plano.
Nadie puede sorprenderse con la sentencia del caso Gurtel, nadie puede mostrar extrañeza por una sentencia que muchos ya intuíamos. Todas las reacciones de los últimos días, son ficticias y corresponden a una nueva maniobra para que veamos como lógica cuestiones que en otras circunstancias, no seriamos capaces de aceptar. Tampoco es creíble que el ex tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, sea condenado a pagar 44 millones de euros, y la formación para la que trabajaba a 247.000 euros, al igual que tampoco lo es, que los populares establezcan una línea roja, un cordón sanitario con sus anteriores dirigentes, como si nada tuvieran que ver con ellos, cuando todo lo que son en la actualidad, precisamente se lo deben a aquellos de los que ahora reniegan y sobre todo olvidando que Mariano Rajoy, pertenece a esa generación de dirigentes, que hicieron de la formación, una alternativa de gobierno.
Mariano Rajoy está obligado a dimitir, está obligado a desaparecer de la vida pública española. Ni él ni su partido son creíbles, como tampoco lo son, la alternativa que se nos presenta. España necesita una catarsis, necesita nuevos actores y necesita reconocer que algo se hizo mal. Necesita un nuevo marco de convivencia, y necesita de forma urgente y sin excusas, desmantelar el modelo autonómico vigente. Crisis como la actual, solo benefician a los aldeanos periféricos, a todas aquellas garrapatas que viven del chantaje permanente, benefician a la anti España y a sus secuaces.
Son deseables unas elecciones generales anticipadas cuanto antes, pero para eso, es obligatorio un cambio en la ley electoral para que los parásitos y chantajistas profesionales, no sean los que marquen la agenda política de este país. Solo desde una concepción clara de lo que es España, estaremos en disposición de superar una crisis, que aunque no lo sepamos, sea convertido en una enfermedad crónica.