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EL RÉGIMEN QUE NOS HA TOCADO

Del Generalísimo al 'Hermanísimo'

Del Generalísimo al 'Hermanísimo'

· Por Luis Sánchez de Movellán, Doctor en Derecho, Profesor y Escritor

By Luis Sánchez de Movellán
sábado 16 de febrero de 2019, 09:27h

Recuerdan cuando Alfonso Guerra, el “hermanísimo”,- ¡Ayy, Alfonso, quién te ha visto y quién te ve!- nos decía, allá por los finales de la Transición, aquello de “España no la va a conocer ni la madre que la parió”…¡Pues eso! Nuestra Patria ha cambiado en cuatro décadas lo que no está escrito, lo que no parecía posible. Casi parecía un imposible ontológico; pero ha cambiado y a muchísimo peor. Caminamos hacia el abismo nacional y los españolitos -que al mundo vienen, les guarde Dios-, en su gran mayoría, se niegan a reconocerlo. Por ello, va a ser muy difícil corregir el rumbo, pues lo primero que hay que hacer para curar una dolencia es comenzar por reconocer que la misma existe. Ya lo dice el refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Políticos, periodistas y voceros de la II Restauración nos llevan vendiendo, desde hace años, la “mercancía averiada” de que vivimos en “los mundos de Yupi”, en el mejor de los mundos posibles. Pero esto es, sencillamente, una mentira, un falaz ‘bululú’, que por mucho que se repita y escenifique, no es verdad. España va perdiendo pulso y camina cojeando y sin rumbo, aunque no queramos reconocerlo.

La crisis económica reciente (que todavía persiste) y la que indiciariamente está por llegar, hay que tomarlas con cautela y prudencia. Las dificultades presupuestarias para obtener nuevos ingresos que cuadren razonablemente los números, es otro indicio alarmante que ya nos avisa que a la vaca no se la puede ordeñar más y que no es ninguna buena idea gastar más de lo que se ingresa.

De la España del Generalísimo Franco a la del Hermanísimo Guerra -y no digamos a la del Bobísimo ZP o a la del Felonísimo Sánchez- hay un abismo en el que nos vamos a estrellar, queramos o no.

En el Régimen del General Franco -sobre todo en la época del desarrollismo de los 60 y 70- se vivió en un marco social cimentado sobre los pilares del trabajo, el ahorro y el sacrificio, en el que se vivía honrada y austeramente, cada cual según sus posibilidades, y sin entrar en el campo de lo superfluo…Ya nos decía, cínicamente y con sorna, Voltaire: “quoi chose très necessaire c’est le superflu”.

Las familias españolas vivían modestamente, sin que faltara lo necesario y pudiendo llegar a fin de mes sin ahogos monetarios ni créditos asfixiantes. Todo el mundo tenía trabajo (cuando muere el General Franco en 1975, el nivel de paro era del 3,7%, según cifras oficiales del Min.de Trabajo) y muchos compatriotas tenían dos y hasta tres empleos. Había ricos y pobres -siempre los ha habido y, desgraciadamente, los seguirá habiendo- pero lo que predominaba era la gran creación social del franquismo: una amplísima clase media. Ella fue el motor de la riqueza, la prosperidad y el engrandecimiento de nuestra Patria. Hoy, los politicastros mangantes, salteadores y rompepatrias, la han liquidado, aumentando las amplias capas de población, “proletarizadas” y pauperizadas, que han pasado de clase media a clase, no ya baja sino subterránea.

La clase media española fue construyendo una nación próspera, que llegó a colocarse en la octava posición entre todas las potencias mundiales. Se mecanizó el campo; se crearon industrias punteras en sectores estratégicos, gracias al INI; se construyeron pantanos en una España seca; se levantaron empresas de automoción con renombre internacional, como la SEAT o Pegaso; se fabricaron buques en astilleros con referencia en las flotas mundiales; se inauguraron Universidades Laborales emblemáticas, como las de Gijón, Cheste o Éibar; se levantaron miles de viviendas de protección oficial; se izaron hospitales emblemáticos de la Seguridad Social, como el de La Paz o el Ramón y Cajal; se modernizó y dinamizó el turismo (recordemos al Alcalde falangista de Benidorm, Pedro Zaragoza Orts, introductor del bikini con la aquiescencia del General Franco) hasta ser una potencia de primer orden; se construyeron miles de escuelas nacionales o residencias estivales para obreros (Educación y Descanso); la Universidad se transformó de elitista a de masas, permitiendo con un sistema de becas meritorias (concedidas a través del PIO-“Patronato Igualdad Oportunidades) que todos los españoles pudieran acceder a los estudios universitarios…En menos de cuarenta años, España había dado un salto de gigante desde las postrimerías del siglo XIX hasta los albores del siglo XXI.

Las generaciones de posguerra, la de nuestros padres y, en cierto modo, la de los que tenemos ya cierta edad, fueron capaces de levantar nuestra Patria desde el apocalipsis de la Guerra Civil hasta el tardofranquismo, instalándola en el bienestar de lo que se vino en llamar, el “milagro español”. Se dejó a las generaciones venideras una herencia más que respetable, con un caudal relicto más que saneado, que bien administrado hubiera permitido vivir a los españoles tranquilamente durante mucho tiempo. Si la “película” transcurrió de otra manera, habrá que pedir cuentas a Guerra y a todos los “Alfonsos Guerra”, que vinieron después y convirtieron España en un lodazal de derroche, gasto superfluo, corrupción y trinques variados…Pero ésta, es otra historia.

Hemos pasado de una España del esfuerzo, el ahorro y el sacrificio, a una España de mesa puesta, privilegios inacabables, gastos de “nouveau riche”, consumo desaforado y vestimentas principescas. Ya hemos ido viendo cómo se dilapidaba lo amasado, cómo se ha vaciado la hucha de las pensiones, cómo se ha disparado la deuda pública, cómo se ha incrementado el déficit público, y, en definitiva, como se ha pasado de un ‘Estado de Bienestar’ a un ‘Estado de Malestar’.

En estos tiempos de la posmodernidad “líquida”, dónde el ideal es el disfrute alocado y el vivir desenfrenadamente -como si no hubiera un mañana-, los valores como la laboriosidad, la renuncia o la contención son quimeras extravagantes miradas por los jóvenes con recelo y cachondeo.

Hemos pasado de una España decente y honrada, en la que se rendía culto a la Patria, a la familia y a las tradiciones, dónde se practicaban la lealtad y la honestidad, a una “Expaña”, rota y desvertebrada, que no es espejo de nada-salvo de vicios- ni ejemplo para nadie. Es una nación paradisíaca para toda laya de corruptos, sinvergüenzas, embusteros, ladrones, revanchistas y felones. Con la perversa y ponzoñosa transición política, vino también una fétida transición social, cultural, religiosa y moral, que nos ha sumido en el más profundo de los marasmos infernales.

Hoy, lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, son categorías metafísicas y axiológicas que ya nadie reconoce. Se ha cosechado el fruto amargo de las rupturas familiares, la lacra del materialismo social y la sangrante desintegración de la Patria, alcanzándose el esperpento de la ‘ideología de género’ y la ‘memoria histórica’…¡Qué hubiera dicho el coñón de don Ramón María con su visión de la realidad deformada por los espejos del Callejón del Gato!

En este momento crucial de nuestra historia, los españoles decentes hemos de hacernos visibles, con nuestro ejemplo y gallardía, con nuestro bagaje cultural y ético, para arrancar a España de las garras infectas de tantos vendepatrias, tuercebotas, falsarios e impostores. Y, así, podremos entonar -junto al poeta ‘pesimista’, Jaime Gil de Biedma- que “lo malo -lo peor- de España es que no hay forma de que pase inadvertida. No cabe ignorarla. Se mete por las pupilas, atruena los tímpanos, hiere la sensibilidad, ofende la inteligencia. Su personalidad, qué duda cabe, es acusada…”.

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