Escribo estas líneas con tristeza. Mi hijo Pablo, joven y brillante abogado (perdón, soy su padre) no ha tenido paciencia para darme la mala noticia y me ha puesto un WhatsApp diciéndome: “Papá, malas noticias. Este año el Señor de los Gitanos, nuestro Cristo, saldrá en procesión en la “madrugá” del Viernes Santo, con la túnica bordada de oro. Pero consuélate; tengo entendido que será solo este año. A partir del año que viene volverá a las calles de Sevilla con su túnica morada, lisa. Lo siento.”
Mi Pablo sabía muy bien que esta decisión tomada por la Junta de Gobierno de la Hermandad me iba a causar un profundo malestar porque así lo manifesté públicamente cuando supe hace dos años que un grupo de cofrades había costeado la confección de una túnica imponente, cargada de bordados hechos con hilo de oro. Se quería que la nueva túnica reprodujera la que llevaba el Señor en el siglo diecinueve y que desapareció en el incendio provocado en la iglesia de San Román por extremistas anticlericales nada más comenzar la Guerra Civil española en 1936.
Hoy es Lunes Santo y el miércoles, a última hora, Pablo y yo cogeremos el último avión que salga desde Barcelona para ir a Sevilla con el fin de dormir en la capital andaluza y amanecer en ella el Jueves. Así lo llevamos haciendo desde hace más de veinte años. Inmediatamente nos iremos a la antigua Iglesia del Convento del Valle de la calle Verónica, donde está establecida la sede de la cofradía desde el año 1999 gracias a una donación que a tal fin hizo la Duquesa de Alba. No quiero ni pensar la impresión que me llevaré cuando vea a Nuestro Padre Jesús de la Salud, “el Manué” como le llamamos los gitanos, revestido con una túnica llena de oro, cuyo peso debe hacerle más gravoso el de la cruz que lleva sobre sus hombros.
Túnica lisa o túnica bordada
Quiero pensar que el debate entre los partidarios de que el Señor de los Gitanos salga revestido con ropa de gran lujo y quienes sostienen que es más propio que lo haga con una túnica sencilla sin el más mínimo sello de ostentación y riqueza, se debe a principios puramente estéticos. Si es así, si todo es consecuencia de los cambios que también en la Iglesia impone la moda, nada nos cabe objetar. Tan solo lamentar que un movimiento tan cambiante como es el de la adaptación de los tiempos a las corrientes consumistas invada también el ámbito de las manifestaciones religiosas que deberían quedar al margen de esos cambios incontrolados.
Algunos creemos que las modas no pueden intervenirlo todo, que las costumbres y las tradiciones merecen un respeto que no puede ser alterado por el voto momentáneo de quienes en un momento dado ostentan el poder. Y sobre todo, cuando de costumbres y tradiciones se habla, antes de propiciar sus cambios se deben tener en cuenta muchos factores, especialmente de orden histórico, culturales y hasta antropológicos, que pudieran justificar esos cambios.
Una pincelada de historia
¡Cosas de la vida! Fue en el año 1910 cuando la Cofradía del Gran Poder propició cambiarle a la imagen de su Cristo la túnica bordada que tenía por otra más sencilla y sin adornos. ¿Por qué? Porque todas las que tenía, cargadas de oro, habían envejecido y perdido la brillantez que en otro tiempo tuvieron. Encargaron la confección de otras túnicas que no lograron la aceptación del Cabildo por lo que el canónigo de la Catedral hispalense, Juan Francisco Muñoz y Pabón que era natural de Hinojos, en la provincia de Huelva, propuso que aquel año saliera con la túnica lisa. Así sucedió y a partir de entonces algunas cofradías sevillanas optaron por vestir a sus nazarenos con túnicas carentes de todo lujo.
Me ha llamado la atención que el Cabildo de la Hermandad de los Gitanos haya decidido cambiar el atuendo de nuestro Padre de la Salud cuando estamos en plena época electoral, exactamente igual que ocurrió en 1910 en que España estaba sumergida en unas elecciones generales tras el desastre de la Semana Trágica de Barcelona. En aquella ocasión cayó el gobierno de don Antonio Maura y fue elegido don José Canalejas quien siendo presidente del gobierno murió de un disparo terrorista poco después.
El 18 de julio de 1936, fecha marcada a fuego en la historia de nuestro país, estalla la Guerra Civil española y ese mismo día arden, en el incendio provocado en la iglesia de San Román, las imágenes sagradas de la Cofradía de los gitanos. Quedó reducido a la nada un humilde patrimonio de una cofradía creada en 1753 por un grupo de humildes gitanos trianeros.
Terminada la Guerra Civil española, sumido el país en la devastación provocada por un terrible enfrentamiento entre hermanos, las cofradías de Semana Santa tuvieron que hacer un supremo esfuerzo para rehacer tanta destrucción y nuestro Padre Jesús de la Salud, el Gitano de Sevilla, procesionó en 1939 con una humilde y sencilla túnica morada, la misma que deberá dejar colgada esta madrugá para salir revestido del oropel de riqueza y esplendor tan difícil de justificar en estos tiempos.
¿Qué fue del aggiornamento?
Juan XXIII fue impulsor del Concilio Vaticano que supuso tantos y valiosos cambios en la Iglesia Católica. No es el caso de enumerarlos. Aquel acontecimiento supuso, entre otras cosas, un antes y un después de la relación que mantenían los fieles con la jerarquía eclesiástica. La sencillez se impuso en los cultos y hasta los ornamentos de los celebrantes fueron descargados del oropel que hasta entonces tenían.
El Cristo verdadero era pobre, muy pobre, posiblemente tan pobre como los gitanos que fundaron esta cofradía en el siglo XVIII. A mi me sigue impresionando aquel pasaje del Evangelio (Mateo 8.20) donde Jesús se lamentó diciendo: “Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza”. Y me impresiona la imagen del Cristo del Amor, Crucificado desnudo al que mi hermano Pepe, en Puerto Real, dedica tanto amor y lo mejor de su vida.
La figura del Cristo de los Gitanos es un reflejo de los pobres de hoy
Y lo es en todos los sentidos. No la desfiguremos. Su imagen tiene que ser coherente entre lo que predica y lo que hace. En estos días preelectorales estamos tratando de ver la similitud que hay entre los políticos que quieren representarnos y el testimonio de sus propias vidas. Un Cristo cubierto de oro se asemeja muy poco al que dijo: “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada”. (Mateo 10.34-36). La espada contra la corrupción, contra la inmoralidad, contra los abusos.
He releído lo que escribí hace unos años y me resisto a no repetirlo. Sobre todo hoy que he estado visionando en mi casa películas de “El Manue” y ha caído una vez más en mis manos una vieja fotografía de mi abuelo. Y me he estremecido porque tiene la misma cara que Nuestro Padre Jesús de la Salud. O al menos a mí me lo parece. Delgado, enjuto, tenía un metro noventa de estatura y una mirada profunda en la que se encerraban todos los sufrimientos por los que le hicieron pasar los guardias civiles de entonces en cumplimiento de unos terribles artículos ―ya desaparecidos―de su Reglamento.
Por eso les pido que no vistan al Cristo de los Gitanos con esa preciosa túnica para llevarlo andando por las calles de Sevilla o cuando doble la Plaza del Duque para enfilar La Campana camino de la Catedral. Déjenlo tal como llevamos viéndolo desde hace tantos años. Su carita de dolor infinito, las gotas de sangre que le provocan la corona de espinas, el agotamiento que se trasluce en su boca entreabierta porque debe respirar con enorme dificultad machacado por el peso de la cruz que lleva a cuestas, no tienen nada que ver con la imagen que supone verlo vestido cargadito de oro.
La dignidad con que el Señor de la Salud camina por las calles de Sevilla va acorde con sus orígenes pobres y humildes. He leído estos días en los periódicos lo que José Cretario dijo a propósito de la pobreza de buena parte de sus cofrades: “La hermandad de los Gitanos en 1936 era una cofradía extremadamente humilde, compuesta por gente del barrio, por gitanos de Triana. Para elegir secretario preguntaban: «¿Quién sabe escribir?», y el que sabía asumía la tarea.”
En 1936 mi abuelo no hubiera podido ser secretario de la Hermandad porque ni él ni nadie de mi familia sabía leer ni escribir