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88 AÑOS DE LA QUEMA DE CONVENTOS

Tea al clero

Tea al clero

· Por Luis Sánchez de Movellán, Doctor en Derecho, Profesor y Escritor

By Luis Sánchez de Movellán
jueves 09 de mayo de 2019, 09:21h
Hace ahora ochenta y ocho años, los cielos de Madrid y de otras ciudades españolas se enrojecieron con las llamas de multitud de conventos e iglesias que turbas de indeseables prendieron fuego. Las autoridades debieron garantizar los intereses de todos los españoles, entre los que figuraban los de los católicos, pero el gabinete no fue tan expeditivo con los culpables de estas serias alteraciones del orden público, dejando que las fuerzas de seguridad adoptaran una cierta permisividad. El Gobierno provisional fue tan sectario en su actitud, contraria a la represión de los sediciosos, que Manuel Azaña, uno de los miembros del gabinete, llegó a manifestar que “todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano”. Incluso el complaciente y pacificador don Niceto Alcalá-Zamora trataba de minimizar los incidentes y restar importancia a los sucesos con la siguiente frase dirigida al Ministro de la Gobernación, don Miguel Maura, que intentaba tomar medidas: “Cálmase, Migué, que esto no es sino como desía su padre, . No tiene la cosa la importancia que usted le da. Son unos cuantos chiquillos que juegan a la revolución y todo se calmará en seguida. Usted verá”. La respuesta de Maura fue contundente y premonitoria: “¡Con que ! Es usted un insensato. O me dejan ustedes sacar la fuerza pública a la calle o arderán todos los conventos de Madrid uno tras otro”.

Comenzaron en la Villa y Corte los tristes acontecimientos, que tan graves e irreparables secuelas tuvieron en nuestra ciudad, con un enfrentamiento entre monárquicos y republicanos el día 10 de mayo, cuando un mes escaso de vida tenía la Segunda República. Fracasada la intentona previa de asaltar y prender fuego al Círculo Monárquico Independiente por parte de grupos republicanos exaltados, éstos se dirigen a la sede del diario monárquico ABC con las mismas intenciones, pero el Ministro Maura manda un fuerte contingente de la Guardia Civil a pie y a caballo que disuelve a los revoltosos mediante tiros, pues los manifestantes se abalanzaron sobre la fuerza pública, y como consecuencia de lo cual se producen dos muertos y varios heridos.

Al siguiente día, jóvenes pertenecientes al Ateneo preparaban la quema de los conventos de Madrid, como protesta por la lenidad del Gobierno en materia clerical y por los disturbios del día anterior. Incluso se sabe que se repartieron latas de gasolina y trapos para iniciar las piras anticlericales mediante una lista confeccionada de antemano. El dirigente de esos grupos de agitadores fue el mecánico Pablo Rada, quien acompaño a Ramón Franco y a Julio Ruiz de Alda, en el legendario vuelo trasatlántico del hidroavión Plus Ultra.

El balance de lo destruido fue sumamente importante: conventos de jesuitas y mercedarias, iglesias de Santa Teresa y Bellavista, colegios de María Auxiliadora, Sagrado Corazón, Nuestra Señora de las Maravillas, Hermanos de la Doctrina Cristiana y el Instituto Católico de Artes e Industrias dirigido por miembros de la Compañía de Jesús. Declarado el estado de guerra aquella misma tarde, con la contumaz oposición de Azaña, el orden fue prontamente restablecido.

De madrugada, un periodista que se encaramó al edificio de la Telefónica en la Gran Vía, nos dejó un relato estremecedor: “El panorama que desde aquí presenciamos no se borrará fácilmente de nuestra retina. Era verdaderamente aterrador, dantesco, producía escalofríos en el cuerpo y una intensa amargura en el espíritu. La ciudad estaba silenciosa y tétrica. El cielo veíase rojo, negras columnas de humo hacia él ascendían. Era el resplandor de las tremendas hogueras que, en diversos sitios de la capital, elevaban hacia el infinito sus llamas inmensas”.

Las pérdidas en archivos históricos inapreciables, piezas de orfebrería, ricos bordados, tallas valiosas, antiquísimas pinturas, importantes bibliotecas, difícilmente se pueden evaluar, y, lo que es aún peor por definitivo, jamás se podrán rehacer, restablecer o restituir.

Razones muy poderosas y fuertes tuvieron los fundadores de la Agrupación al Servicio de la República, don Gregorio Marañón, don José Ortega y Gasset y don Ramón Pérez de Ayala que, sin abdicar un ápice de su liberalismo republicano, no tuvieron el menor reparo en escribir en el rotativo El Sol de 13 de mayo, la siguiente nota de urgencia: “La multitud caótica e informe no es democracia, sino carne consignada a tiranías…Quemar conventos e iglesias no demuestra ni verdadero celo republicano ni espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o criminal que lleva lo mismo a adorar las cosas materiales que a destruirlas”.

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