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CRISIS EN LA IGLESIA

La muerte del espíritu

La muerte del espíritu

· Por Luis Sánchez de Movellán, Doctor en Derecho. Profesor y Escritor

By Luis Sánchez de Movellán
viernes 26 de julio de 2019, 18:11h

El proceso de descristianización de España, como el de casi toda Europa, se inició a finales del siglo XVIII; pero, entre nosotros se aceleró a mediados del siglo XIX y se detuvo en 1936, fecha que marcó el inicio de un claro movimiento recristianizador. La atroz persecución religiosa en la zona republicana –dieciséis Obispos y más de siete mil religiosos asesinados- dio carácter de cruzada a la guerra civil, y el nuevo Estado se convirtió, como el de los Austrias, en brazo armado de la Fe. Durante la era de Franco se reconstruyeron iglesias, monasterios y seminarios, se declaró obligatoria la enseñanza de la religión católica y se entregó a eclesiásticos la censura de libros y espectáculos en materia de fe y costumbres. Aumentaron las vocaciones y las prácticas religiosas. La puesta del poder público al servicio de la fe hizo que ese período fuese calificado, con intención crítica y sectaria, de nacional-catolicismo. En realidad, no fue un catolicismo nacionalista, sino un nacionalismo católico.

El Concilio Vaticano II, aunque recibido más tardíamente que en otros países, generó el pluralismo filosófico y, consecuentemente, el ético y el teológico. Entre sus efectos destacan la masiva secularización de sacerdotes, la confusión de los fieles y un vacío de magisterio que debilitó la fe de los adultos y no permitió su transmisión a los adolescentes. Al factor endógeno de crisis eclesiástica interna, se sumó un creciente hedonismo relativista alentado por el rápido desarrollo económico.

El cambio político, propiciado en cierta forma por la Conferencia Episcopal, dio un fuerte acelerón al proceso descristianizador. El naciente y pujante permisivismo moral resultó incompatible con la práctica de la ética cristiana, y desde la transgresión de los mandamientos se fue pasando al abandono de los dogmas. En los mass media se impusieron las izquierdas agnósticas y radicales y se generalizaron las críticas, los ataques y los sarcasmos contra la ortodoxia dogmática, ética y aun litúrgica. Se sucedieron prácticas que duran hasta el día de hoy: ataques desvergonzados al Papa, a los Obispos y clérigos no progresistas, a las prácticas tradicionales como la confesión o la misa en latín, y apología descarada de los disidentes desde el modesto cura reducido al estado laical hasta el teólogo rebelde. En la cúspide de esta operación descristianizadora siempre ha estado la televisión que no ha perdido ocasión de minar la moral cristiana y de zaherir a cuanto Roma significa.

La crisis generalizada de la Iglesia católica posconciliar es relativamente más intensa en España que en ningún otro país occidental, y se ha agudizado en los últimos tiempos. Todo hace presagiar que el proceso continuará aceleradamente puesto que la mayoría de la clase pensante y gobernante, que es la educadora de las masas y la configuradora de la opinión pública, no es creyente cuando no radicalmente antirreligiosa y anticlerical.

Y el descreimiento tiene entre nosotros consecuencias que rebasan ampliamente el área de la religiosidad o religación con lo Absoluto. Porque la fe ha sido el vínculo más poderoso de la unidad política y porque, salvo núcleos minúsculos, los españoles carecen de una ética profana. De ahí que el proceso de descristianización sea un factor complementario de disolución de la nacionalidad y de anemia moral. Los actuales destructores de las creencias no han colmado la gravísima laguna moral creada con unos esquemas de honestidad y decoro laicos, como hicieron, por ejemplo, los positivistas franceses y los institucionistas españoles. De ahí que la crisis del catolicismo se traduzca en una salvaje subversión axiológica global y en un oscurecimiento generalizado del sentido del deber.

Cuando una sociedad se queda sin normas de fuero interno es casi imposible reemplazarlas con la coacción policíaca. Como señalara Donoso Cortés, cuanto mayor es la desmoralización íntima, mayor tiene que ser el despotismo exterior. Y ésa es la razón de que, cada día, tengamos menos libertades reales.

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