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CONTRA EL DELINCUENTE

La violencia no tiene género

La violencia no tiene género
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· Por Enrique Miguel Sánchez Motos, Administrador Civil del Estado

By Enrique Sánchez Motos
martes 24 de septiembre de 2019, 19:56h
Vaya por delante que este artículo está dirigido a todos aquellos que están contra el uso de la violencia física u otra, salvo en el contexto de situaciones amparadas por la ley, como es el caso de la legítima defensa. Quien no comparta este criterio no vale la pena que siga leyendo. Siguiendo a la Real Academia Española, violencia es “El uso de la fuerza para conseguir un fin, especialmente para dominar a alguien o imponer algo”. Todos los países democráticos reconocen al Estado el monopolio de la violencia, para hacer respetar y garantizar el marco del derecho. También se reconoce a las personas el derecho a usar la violencia por razones de legítima defensa. Por el contrario, el uso de la violencia contra los derechos o libertades de otros, se ha considerado siempre un agravante penal, sea por abuso de superioridad o ensañamiento.

La realidad social muestra que la mujer ha estado sometida al hombre y que, en muchos casos, ha sido víctima de él, sea por su inferior poder físico, posición social o por el peso de la tradición, que aceptaba, como natural, que la mujer fuera sumisa y obediente. De todo ello se han derivado relaciones inadecuadas, que no han facilitado la autorrealización de la mujer, pero tampoco la del hombre, que tenía que asumir, lo desease o no, el papel casi exclusivo de aportar los recursos para el mantenimiento del hogar, mujer e hijos. El siglo XX ha sido una etapa de intensos cambios en los roles tradicionales del hombre y la mujer lo que, en conjunto, ofrece un gran potencial para la mejora social y para la convivencia familiar. No obstante, se ha forzado la máquina y se ha creado gran confusión, lo cual no es bueno para nadie. Esa confusión se ha trasladado al ámbito de los conceptos y al de las realidades sociales y genera descalificaciones carentes de todo sentido común.

En muchos casos el silencio, que a veces parece intencionado, sobre la realidad social objetiva, contribuye a la ceremonia de la confusión. En España en “el 62% de los homicidios son de hombres a hombres; el 28%, de hombres a mujeres; el 7%, de mujeres a hombres; y el 3%, de mujeres a mujeres”. Esta era la afirmación central de un artículo de El País, de 14 de diciembre pasado, que resumía un laborioso estudio, coordinado por el psicólogo José Luis González, que “a lo largo de tres años, con su equipo, compuesto por medio centenar de investigadores, estudió los atestados policiales de 632 homicidios que estaban, criando polvo, en las estanterías de las comisarías provinciales y que ha extraído decenas de variables nunca estudiadas”. El estudio “aporta 85 páginas de datos a un fenómeno invadido por eslóganes alarmistas y proclamas racistas. “Esto es ciencia, no política”, sentencia González”. Estos datos deberían complementarse con el número de agresiones, sin resultado de muerte, para así tener una visión más completa de los actos de violencia.

Hay que subrayar que el acceso a cifras y estudios objetivos no es fácil. Resulta lamentable que en un tema tan trágico y al que se están dedicando grandes recursos económicos públicos no se ofrezcan, a todo interesado, datos objetivados e interpretaciones de sus causas. En España, los homicidios dolosos y los asesinatos, tomando como referencia el año 2017, fueron 325, de los cuales 120 tuvieron lugar en el ámbito intrafamiliar. De ellos 71 fueron causados por hombres y 49 por mujeres. Estas cifras resultan numéricamente insignificantes, si se las compara con los suicidios que, en ese mismo año, fueron un total de 3.679, de los cuales 2.718 hombres y 961 mujeres. Ahora bien, eso no quita que la violencia, en el ámbito intrafamiliar, pone de manifiesto una gravísima lacra cultural que es imprescindible erradicar para crear un mundo mejor.

Sin embargo, las críticas a esa violencia pretenden ser monopolizadas por la ambigua ideología de género, la cual, de modo sectario, tiende a denostar a todo aquél que no la comparte, casi tildándolo de maltratador en potencia, o de fascista que rechaza las conquistas sociales que la mujer ha logrado en el siglo XX y XXI. La izquierda, mediante la ideología de género, intenta sustituir al caduco marxismo cuyos fracasos han sido estrepitosos e innegables. El enemigo ya no puede ser el capitalismo ni el imperialismo, el nuevo enemigo es el género masculino, que ha quedado desenmascarado como el nuevo instrumento de opresión. Al igual que para los marxistas no cabían componendas con el capital (todo capital era malo por naturaleza) para la ideología de género, el opresor es el género masculino y la nueva lucha de clases debe ser una guerra sin cuartel, contra el patriarcado masculino. Ese debe ser el centro de las reivindicaciones.

Por ello no se denuncia toda violencia sino solo la violencia de género, masculino por supuesto. En esa lucha contra el “género” hay que ir muy lejos. Hay que presuponer la culpabilidad del hombre, por el mero hecho de serlo, ante meras denuncias, sin pruebas, de su mujer, compañera, o esposa, o de cualquier mujer con la que se relacione. Esto va más allá del sentido común pues general indefensión y viola la presunción de inocencia. De hecho, la violencia de género termina definiéndose como la violencia que el hombre ejerce contra la mujer “por el solo hecho de ser mujer”. Esto lleva a esperpentos tales como decir que, si un hombre, tras siete años de convivencia, da una bofetada a su esposa, lo ha hecho porque ha descubierto que era mujer, cosa que no había comprendido en los siete años anteriores. Increíble. ¡¡Sólo nos resta imaginar la parodia que podrían hacer sobre ello los Monte Phyton!! Por el contrario, si tras esos siete años quien diera la bofetada fuera la mujer al hombre, no se trataría de violencia de género, sino de otra cosa. Tal vez de un mero ajuste histórico de cuentas. Demencial.

La realidad sin embargo es tozuda. Los seres que vemos manifiestan las cualidades complementarias, que en Oriente denominan Yin y Yang y que en Occidente calificamos de femenino y masculino. En el reino animal son el eje de la reproducción y de la supervivencia de las especies. En ese contexto, y en el marco de los instintos, es fácil ver a los machos jugando el papel de defensores de la manada. También es cierto que son los machos los que suelen tener el deseo de aparearse, cosa que sólo les permiten las hembras cuando están en celo. El género en los animales suele conllevar unos roles propios y específicos para machos y hembras. Sin embargo, en el caso del ser humano la situación es muy diferente. Nuestros instintos pueden y deben ser ordenados por nuestra consciencia, en busca de niveles muy superiores de felicidad. En realidad, el ser humano es, lo quiera o no lo quiera, persona antes que hombre o mujer. Estamos llamados a desarrollarnos hacia la armonía. Eso requiere que se manifieste el pleno potencial de cada uno, por encima de nuestra genitalidad masculina o femenina. El género debe así quedar supeditado a la persona y ésta, en las sociedades del futuro, en el cual ya estamos entrando, debe ser consciente de que el respeto pleno y la colaboración son las bases de la felicidad.

Por ello son absurdas las críticas realizadas al partido VOX, por haber expuesto una pancarta “La violencia no tiene género. Contra todo tipo de violencia intrafamiliar”, mientras que apoyaba el minuto de silencio en el acto de repulsa, convocado por el Alcalde de Madrid, por el asesinato de una mujer a manos de su compañero. Con ello VOX se unía al acto de repulsa, pero se separaba de la pancarta que el alcalde Almeida sostenía, “Basta ya. No a la violencia de género”. Ponía así en evidencia que su repulsa no incluía el asumir la ideología de la que se deriva “la violencia de género”. La realidad innegable es que la violencia no tiene género. Tampoco lo tienen el odio ni el amor. Por el contrario, afirmar que la violencia tiene género, obligaría al que lo dice a señalar en qué género reside la violencia. ¿Quién se atrevería a dar una respuesta concreta? Nadie. Nadie en su sano juicio la dará, porque las evidencias estadísticas de los delitos cometidos muestran, de forma incontestable, que hay casos de violencia en los que el agresor es varón y otros en los que la agresora es mujer. No es el género el que determina la violencia sino el corazón del ser humano, que aún sigue ignorante de que la armonía no se logra por la violencia sino mediante la serena reflexión, el acuerdo y la experiencia. La educación, mediante el sentido común y el ejemplo de vida, es lo que llevará a erradicar toda violencia contra la convivencia. No la ideología de género.

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