El presidente Donald Trump, comparecía el pasado domingo en rueda de prensa temprana (8’30 hora local) para dar una noticia de suma importancia para EE.UU y el mundo en general: “Fuerzas especiales de estadounidenses lanzaron la madrugada del domingo 27 un ataque en el edificio donde se encontraba el líder de Estado Islámico (ISIS), en el noroeste de Siria”. “Ha muerto al final de un túnel, acorralado y llorando, gritando y sollozando”.
A las pocas horas de este anuncio triunfal, Rusia desmentía que ellos hubieran formado parte de esta operación y que por su presencia en la zona podían asegurar que en la madrugada del domingo no se había producido ningún bombardeo del calibre necesario como el indicado por el presidente Trump.
Al Baghdadi ha sufrido más de un centenar de intentos de asesinato y siempre reaparecía en distintos lugares desmintiendo su eliminación. Así que no podemos descartar que el anuncio de Trump sea falso. Al menos los rusos lo han dejado caer. Más bien, todo apunta al inicio de la campaña electoral en Estados Unidos que celebran justo dentro de un año: Obama tuvo a su Bin Laden y Trump tendría a Al Baghdadi.
Independientemente de que la noticia sea real o falsa, lo que a nadie se le escapa es la incapacidad de la lucha militar para acabar con el fenómeno yihadista. Eliminar a un líder o a cincuenta no termina para nada con el problema. Enviar miles de efectivos militares a las zonas de conflicto sólo sirve para reactivar los actos de terrorismo en otras zonas imposibles de controlar: Un atentado con furgoneta atropellando a viandantes en Las Ramblas de Barcelona o un extremista con un cuchillo asesinando a personas en Londres o París.
Para acabar con el fenómeno extremista del islamismo radical hay que tener en cuenta la situación política, social, económica, cultural e histórica de los pueblos que se ven envueltos en esta maraña surrealista. No basta con la guerra como tratamiento, hay que pensar en estrategias de cambio social, de condiciones más justas para una población que en general vive en la miseria, hay que trazar estrategias de largo alcance en el tiempo con todos los países dispuestos a implicarse en las mismas.
Vender como un triunfo la eliminación del líder (en caso de que se haya producido), no es sino globo electoral que puede darle algunos votos el año próximo. Otra cosa, bien distinta, es haber conseguido atacar la raíz del problema. Manejar a golpe de bombardeo la eliminación del Yihadismo es matar moscas a cañonazos. Hemos de creer que hay vida inteligente en la Casa Blanca, aunque de momento no lo están demostrando.