En estos días la opinión pública francesa se encuentra dividida por el llamado “caso Mila” y el llamado “derecho a blasfemar”. Una estudiante francesa de 16 años llamada Mila, publicó el pasado 19 de enero un video en una cuenta Instagram criticando al Islam: “Odio la religión, en el Corán solo hay odio, el Islam es una mierda. A vuestro Dios le meto el dedo en el culo”.
Dicho video se hizo viral y posteriormente las amenazas contra su autora se han producido a una velocidad e intensidad máxima. Y, por si faltaba algo el presidente francés Macron se unió al debate público explicando que en Francia hay libertad de expresión y derecho a blasfemar. Y el 18 de febrero pasado, ha pronunciado un discurso en la ciudad francesa Mulhouse, en el que ha anunciado un plan de acción para evitar lo que el presidente francés ha dejado de llamar “comunitarismo” denominándolo “separatismo islamista” al considerar que los creyentes musulmanes sitúan las leyes religiosas por encima de las leyes de la república. En estas mismas fechas en España se ha producido la comparecencia de un tal llamado “Willy de Toledo”, que va por los mismos derroteros, defendiendo el llamado derecho a blasfemar.
La interrogante surge sola respecto a los casos y sociedades en que las leyes políticas permiten herir y atacar los sentimientos religiosos, con escarnios e insultos propinados contra las creencias religiosas, contra sus normas, Dios, la Virgen, los Santos, etc..: ¿Están permitidos los insultos a los valores y normas civiles? Porque es evidente que la llamada ley de la mayoría y sus dogmas, tienen múltiples agujeros contra los que dirigir el humor, los insultos y el escarnio. Si las leyes civiles expulsan a las leyes religiosas del mapa del respeto, ¿en qué se basan para exigir que las personas religiosas no expulsen de sus conciencias las leyes civiles?
Por eso creo que hay que reflexionar y tener claro que el respeto debe producirse en ambas direcciones. A Dios lo que es de Dios y al cesar lo que es del cesar. Aunque en los momentos actuales que los políticos pretenden su propia deificación e imponer sus propios mandamientos hasta en cuestiones absolutamente íntimas y personales, les costará entenderlo. En cualquier caso un pulso entre ley civil y ley religiosa no parece conveniente para la paz civil y la convivencia en una sociedad verdaderamente avanzada.