El hombre es el único animal que sabe que un día ha de morir -aunque en el mundo rural se afirma que el cerdo también posee esa certeza- y pese a todo, con imaginación o negligencia, los hombres viven como si llegasen a ser eternos y la muerte no fuera más que un accidente que no tiene otro lugar que el del horizonte de sus esperanzas. Aunque la imaginación puede alejar o distraer de la idea de la muerte, ésta se mantiene agazapada detrás de cualquier esquina y puede arrojarse como un felino sobre el cuerpo del transeúnte.
Pero socialmente la muerte ya no mantiene el carácter funerario, severo y jerárquico, que predispone al feligrés a la espera del ánima de los muertos en la hora de la resurrección. El moderno culto a los muertos está vinculado exclusivamente con el cuerpo mortal; nada hay de sobrenatural, ni de secreto, ni de iniciador; es un acto social y profano (en tiempos de pandemias, ya ni eso) que mantiene cohesionado a la sociedad de los creyentes, de los amigos, los afectos y los hábitos.
La muerte siempre ha estado ligada a la vida, y tal vez el verdadero sentimiento de estar vivo aparece simultáneamente a la absoluta e ineludible certeza de la muerte. Esta certeza, asegura Henry James, supone el final de la adolescencia y el inicio de la madurez. Si es así, no hay duda de que la idea de la muerte acompaña buena parte de la vida consciente y presente en todas las edades y recubierta de innumerables imágenes, perfiles y premoniciones, ya que es la idea anticipadora de la muerte lo que temen los vivos.
Hoy, cuando la muerte parece haber desaparecido del universo simbólico de la sociedad y cultura contemporáneas, cuando el más pequeño de los vestigios de esta manifestación es rechazado como obsceno, se han perdido los hábitos de la retórica funeraria y ni tan sólo podemos ver una representación de Don Juan Tenorio de don José Zorrilla - que los más irreductibles, por cierto, seguimos presenciando-, antes costumbre ineludible el día de Todos los Santos, no está de más que prestemos cierta atención a esta manifestación cultural que tiene como objetivo mantener el recuerdo de los que han muerto antes que nosotros y de reflexionar sobre el misterio del tránsito.
La idea de la muerte evoluciona, se transforma y se adapta a cada estadio del desarrollo de la vida y de la historia, mas, a pesar de todo, la larga tradición del culto a los muertos se mantiene en todas sus variantes, a pesar de haberse transformado el escenario, las costumbres y los hábitos. Nuestra sociedad ha tratado de mantenerla apartada del trajín de los vivos, eludirla, evitarla, huir de ella. Hoy apenas nada nos la recuerda, nos remite a ella, nos suscita la imagen de la muerte. Tal vez porque, a pesar de todo, está constantemente presente en nuestro entorno (en estos aciagos tiempos de tribulación vírica, mucho más), dejando de tener una presencia elegíaca y evocadora, para adquirir una más aséptica, cosmética, social, publicitaria, y, aunque toda ella dramática, más llevadera por virtud de la intoxicadora “political correctness”.