Nos sorprendió el gran alborozo que ha producido esta última semana la sentencia del TSJC que reconocía que el Gobierno regional (ya saben, co-gobernanza) de Hispano Cataluña ha llevado al Español a ser un idioma residual en la enseñanza en dicha región. También declaraba que es ilegal, intentando parchearlo, una vez más, con un 25% de clases en español. Pero eso da igual puesto que en cuanto salga la Ley Celaá, será perfectamente legal no dar ni una hora en español.
O sea, si hemos entendido bien, que tras el exilio forzado, hace unos 30 años, de 14000 enseñantes en español de la región, tras el cierre de todas las escuelas públicas que impartían en español (Rajoy), tras la total inhabilitación “de facto” de la Alta Inspección del Estado, tras sentencias sistemática e impunemente incumplidas, hasta del TC, que ya imponían el ridículo 25% en gimnasia y magnesia, tras persecución indecente a los niños en los patios de recreo, tras abominables escraches a familias enteras, y sobre todo acoso a los niños, por otros niños manipulados, porque sus padres reclamaban ese 25% efectivo, tras todo esto y más, 30, o 20 o 10 años después ¿es una gran noticia una sentencia inútil, tardía que reconoce que ya no hay manera de restituir sus derechos más fundamentales a padres y niños españoles? Merecemos la extinción.
Coincide este hecho desolador con el estudio realizado por la periodista Ana Grau sobre el amedrentamiento, la intimidación, el acoso vejatorio, la destrucción personal y económica que se lleva lustros practicando impunemente contra los profesionales de la comunicación no afectos al golpismo, ni al totalitarismo, ni al racismo, ni al nacionalismo odiador. Recomendamos mucho la lectura de su texto “Del oasis al Gulag” para comprender lo que hemos permitido y no hemos querido ver.
Y esa coincidencia nos ha hecho recordar muchos ciudadanos amigos, conocidos, anónimos, que han sufrido multas en su modesto bar, que han decidido abandonar un rincón de su Patria para poder escolarizar a sus hijos y verlos crecer sin odio, que ven destrozados sus modestos negocios, o truncadas su carrera profesional, o….
Y entonces nos vemos en la obligación de entonar el “mea culpa”, todos los que protagonizamos la afamada Transición. Mucho más los que hemos estado activos en política, cierto, muchísimo más los responsables de esconder la realidad, mentir, camuflar, engañar y blanquear o tapar el horror en democracia. Pero también los votantes, se hayan abstenido o no. Los que han mirado tranquilamente para otro lado. Los historiadores y los sociólogos y otros académicos tal vez valoren con dureza las torpezas políticas, incluso traiciones, que se hayan producido en el desgüace de España; pero la losa moral, la condena ética del comportamiento de toda una sociedad recaerá sobre la absoluta falta de solidaridad, de ayuda, de apoyo, de rescate incluso, de millones de compatriotas impunemente sometidos al amedrentamiento, a la opresión orwelliana intimidatoria, a la violencia no cruenta de los totalitarios, durante decenios e “in crescendo”. Los hemos abandonado, era más cómodo. En una supuesta democracia liberal del siglo XXI les hemos dejado a los pies de los caballos. Mal decidiendo, mal votando, ignorando. Sentimos vergüenza infinita, pedimos perdón, y dedicaremos lo que nos queda de fuerza a la tarea utópica de revertir la situación.