El acuerdo que ha firmado con Gibraltar la ministra de Exteriores Arancha González Laya, tras la consumación del Brexit, me hace recordar la fábula de la zorra y las uvas. Cuenta su autor, Félix María Samaniego, que el deseo de comerse un racimo que ve colgar de la parra hace saltar a la raposa una y otra vez, mas como no logra alcanzarlo encuentra una justificación para no sentirse frustrada. Mira a las uvas por última vez y, mientras se aleja, se dice a sí misma ¡Están verdes! Que la zorra resuelva así la cuestión no es estimulante para la mente humana si se considera que la metáfora nos hace ver que el anhelo de recuperar Gibraltar se arrastra desde su remota cesión a Inglaterra.
Recordémoslo: A la muerte del rey Carlos II sin descendencia, el trono de España con su vasto Imperio se convertía en objeto de deseo para las dos dinastías preponderantes en la Europa de principios del siglo XVIII, los Habsburgo y los Borbones. La guerra de sucesión implicó también a Inglaterra y el resultado, tras el terrible desgaste que supuso para España participar durante catorce años en aquella contienda, dio lugar al Tratado de Utrecht (1713) por el que el rey español cedía al inglés: la plena propiedad del castillo de Gibraltar, con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre.
Son innumerables los ejemplos (véase: http://www.lahistoriadelpoder.com) que nos muestran la manera en que la vida de las gentes es condicionada por una decisión del poder. Un monarca cedió Gibraltar y también Menorca porque, tras la disputa por el trono entre dos dinastías, se llegó a una transacción que años después quedó sin efecto en el caso de Menorca. En cuanto a Gibraltar se le prohibía en el tratado comerciar con los pueblos colindantes e incluso el abastecimiento por tierra, pero esto se quedó en papel mojado. Más de dos siglos después, cuando se debatió sobre la descolonización, Gibraltar se definió como un caso colonial dentro de Europa que debía resolverse. Si España no lo logró fue porque era la parte más débil. ¿Cuánto se demoró Portugal en entregar Macao? ¿Cuánto la propia Inglaterra en ceder Hong Kong, su más importante enclave en la costa asiática? En ambos casos bastó simplemente que China lo pidiera.
El acuerdo sobre Gibraltar, trasladado como gran logro de nuestra diplomacia, no deja de ser un auto engaño como el de la zorra de la fábula, al decirse que las uvas no están maduras. Las uvas de Gibraltar lleva trescientos años madurando. Incluso Inglaterra firmó que España tendría absoluta prioridad si la corona británica decidiera vender o enajenar su propiedad, una propiedad que ahora enajena en favor de los gibraltareños, después de haber ampliado su extensión por el procedimiento invasivo de ocupar el istmo, donde construyó un aeropuerto militar durante la segunda guerra mundial, que convirtió años después en aeropuerto civil.
Cuando estamos viviendo una situación política en la que el gobierno pacta con fuerzas que pretenden deshacer España, y ello lleva conscientemente a eliminar lo que nos es común para acentuar lo que nos separa, con este acuerdo de Gibraltar se finiquita una reivindicación sentida por todos los españoles. No debería molestarnos que beneficie a los gibraltareños, lo que molesta es que sea a costa de extraer ilegalmente una parte de la renta que fiscalmente corresponde a España, porque si algo está claro de la vida de la colonia, es que extrae cuanto puede. Son miles las sociedades existentes, hay informes que las cifran en algo más 40.000 y entre ellas más de un centenar de entidades bancarias; casi la totalidad de dichas sociedades carece de personal y son administradas por bufetes que sirven en muchos casos para la elusión cuando no la clara evasión fiscal y, a veces, para actividades que rayan o entran de lleno en lo delictivo como es el blanqueo de capitales. Se añade a ello que la decisión de suprimir la verja permite a los gibraltareños sus segundas residencias en la Costa del Sol con sus campos de golf y su red sanitaria. Para consuelo de pocos, dan trabajo no cualificado a un contingente de trabajadores de la Línea de la Concepción, que están excluidos de la legislación laboral española, aunque conformes por tener salario en una comarca con tanto paro.
Esa es la realidad, con más o menos matices, que el aprovechado Fabián Picardo, “primer ministro de Gibraltar”, ni siquiera se molesta en edulcorar como ha hecho nuestra diplomacia. De ahí que haya iniciado el nuevo año 2021 con una advertencia que debería ruborizarnos. Su declaración no necesita intérpretes, está hecha en puro llanito: “Ezpaña no tendrá control ni en el puerto ni en el aeropuerto y ningún ezpañol realizará control alguno. Ezta es nueztra tierra”. Entre los logros que el Gobierno quiera exhibir, le será difícil poner como un gran éxito el acuerdo sobre Gibraltar.