Por naturaleza las personas somos fundamentalmente egoístas. Nos preocupamos de lo nuestro en todas sus vertientes. Aquello que nos hace felices y que a veces puede ir en contra del bienestar colectivo. La búsqueda de la felicidad individual no repara en daños colaterales, se pone en funcionamiento y no cesa a lo largo de toda nuestra vida.
Sin embargo, desde la aparición del homo sapiens, lo colectivo ha ido ganando terreno y colocando algunas premisas sociales que se introducen como parte de nuestra felicidad individual. Hasta llegar a la consideración de sociales hominis va un trecho. Está en juego el dilema clave de la felicidad individual y la felicidad colectiva, la preocupación por el otro o lo mío lo primero.
El asesino en serie de la Pandemia Covid-19 nos ha enseñado algunas cosas que tenemos que introyectar e incorporar como personas en sociedad. Hemos de pensar en que necesitamos una sanidad pública, de calidad y universal para afrontar los retos a que nos enfrentemos. Una eficiente investigación científica que nos cuide como especie en convivencia con el resto de las especies del planeta. Y coloca nuestra responsabilidad individual como imprescindible para salvar lo colectivo.
La persona social se preocupa por los demás. Por ejemplo, en cómo está afectando el virus en otras zonas del mundo, si cuentan o no con vacunas suficientes, si conseguirán sobrevivir a las necesidades impuestas de reducción de los ingresos económicos, etc. Por ello, cada vez que nos acercamos a lo otro, saliendo de nuestras zonas de confort, estamos construyendo sociedad.
Esta perogrullada se convierte en revolucionaria si tenemos en cuenta que nos están alimentando desde hace décadas con las bondades del individualismo, como eje central del desarrollo capitalista mundial. Saben perfectamente que fomentando lo individual es mucho más fácil manejar a las masas y conflictos sociales, lo que les garantiza un beneficio sostenido.
Cada vez que nos preocupamos de lo social, de lo global, de las claves de la especie, salimos de ese eje y nos colocamos en el ámbito de lo social, donde la balanza entre felicidad individual y colectiva comienza a tener sentido. El equilibrio entre ambos platillos debe darse sin detrimento de ninguno de ellos.
Muchos animales humanos siguen pensando que esto del virus es un cuento chino. Que no tienen que llevar mascarillas, que pueden relacionarse cómo y con quién les de la gana, no tomar ninguna medida de precaución ni considerarse posible vector de transmisión de la enfermedad. Ellos están pensando como individuos sin tener en cuenta lo colectivo. Nos toca hacer un esfuerzo de colectividad. Sin duda saldremos más reforzados como sociedad global y demostraremos que sigue habiendo vida inteligente en la especie humana.