Cuando entró en vigor el Alto el Fuego, fruto del llamado Plan de Arreglo entre la ONU, Marruecos y el Frente Polisario, el 6 de septiembre de 1991, me encontraba en los campamentos de refugiados saharauis en Tindouf (Argelia). Esa noche, en la jaima donde nos alojábamos varias personas, entró un teniente del ejército saharaui procedente del territorio liberado de Tifariti, que entre té y té dejó caer una sentencia lapidaria: “Esto no tiene arreglo”. Con una solvencia casi académica, el militar describía todos y cada uno de los problemas para que a través del Plan se llegará al Referéndum de Autodeterminación, que fuera recogido en la Resolución 690 del Consejo de Seguridad del 29 de abril de 1991. La misma Resolución creaba la Misión de las Naciones Unidas Para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO).
30 años después se confirma que el teniente tenía razón. Marruecos ha jugado todas las bazas posibles para retrasar, incumplir, modificar, el asunto del Sáhara Occidental para ir dejando sin efecto la resolución citada. Incorporó al censo de votantes a la población invasora fruto de la marcha verde que Hassan II organizo a finales de 1975 y que diera pie al vergonzoso Acuerdo Tripartito de Madrid según el cual el territorio español saharaui se dividiría entre Mauritania y Marruecos, dando inicio a la guerra de liberación del Frente Polisario y a la creación del refugio en Argelia de la masacrada población saharaui.
Después de 30 años de periodo de “paz”, la MINURSO continúa existiendo y los distintos enviados especiales de la ONU: Baker, de Soto, van Walsum, Ross y Köhler, no han sido capaces de acelerar ningún proceso hacia el referéndum, mostrándose más cercanos a las tesis marroquíes que a los intereses saharauis. Marruecos ha aprovechado su poderío diplomático y geoestratégico para afianzar su dominio sobre el Sahara Occidental. La última jugada con el apoyo de Donald Trump, creando representación diplomática en El Aaiun y Dajla con consulados de Estados Unidos, estableciendo relaciones con Israel en detrimento del apoyo árabe a la causa palestina.
El estado español siempre se ha mostrado timorato, casi indiferente, al conflicto saharaui argumentando que estaba en manos de Naciones Unidas, desentendiéndose de su papel de colonizador después de haber abandonado a la que fuera “Provincia 53” española. Al tiempo que con una mano Marruecos reafirma su control político, económico y militar sobre la zona, estableciendo acuerdos con Francia, EE.UU., Israel y la Unión Europea; con la otra mantiene a España agarrada con los chantajes sobre Ceuta y Melilla, con aumentar la inmigración, anular acuerdos de pesca y con ocultar datos sobre células terroristas. España viene cediendo desde 1975 y no mueve un dedo en favor de la población saharaui más allá de pequeñas ayudas humanitarias hacia los campamentos de refugiados.
Con los incidentes de noviembre del año pasado en el paso de Guerguerat, la guerra entre Marruecos y la República Árabe Saharaui Democrática se ha reiniciado. El conflicto estancado en unos acuerdos de paz inservibles, han colmado la paciencia de la población saharaui que no está dispuesta al incumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas ni a permanecer de por vida en campamentos de refugiados. España sigue callada (para nuestra vergüenza histórica) y Naciones Unidas tendrá que hacer mejor su trabajo si quiere frenar una cruenta guerra que a nadie beneficia.