No hace demasiados días, los clientes de una conocida cadena de supermercados estallaban y denunciaban públicamente, en plena pandemia, que las mascarillas que vendían eran una auténtica “tortura china” (sic). El hecho cierto es que esta red de establecimientos, muy popular en todo el país, había anunciado a bombo y platillo que ponía a la venta sus FFP2, tan ansiadas hasta ese momento, presentadas como un producto autofiltrante que ofrecía una protección adicional al portador a la hora de esquivar un contagio de coronavirus. Una publicidad de las tan esperadas mascarillas chinas que, en modo alguno, y de acuerdo con la respuesta en avalancha de los consumidores, se compadecía con la calidad del producto, entre baja e ínfima.
Fallos por doquier: desde la sujeción de las gomas hasta la consistencia del propio equipo de protección individual, pasando por el funcionamiento de la pletina de metal diseñada para adaptarse a la nariz, el conocido como clip nasal. Sin ánimo de entrar en detalles escabrosos y hasta hilarantes (si no fuera porque estamos hablando de salud) sobre la experiencia con el producto, aparentemente tan sencillo, en absoluto puede generar sorpresa dado ese material de origen asiático.
Quienes modestamente impulsamos el sector farmacéutico y la industria española nos estamos topando, incomprensiblemente, con una competencia (que en muchos aspectos es desleal) y a la que se le da aire. Lo hacen aquellos grandes proveedores que se abastecen de un mercado que ha demostrado en numerosas ocasiones que da gato por liebre. Y lo hacen, con una responsabilidad mucho mayor, las administraciones que aún siguen mirando exclusivamente el céntimo y sacrificando calidad después de tantas decenas de miles de muertos y de tantos centenares de miles de infectados por el covid-19: algo absolutamente incomprensible.
Unos y otros, tanto las compañías que se dan golpes en el pecho apelando a su españolidad como los políticos que dicen hacer todo lo posible para frenar la crisis no sólo sanitaria sino económica, deberían reflexionar sobre su actitud.
No es de recibo que se deje en un segundo plano a los productores de EPI’s que, tirando de verdad de ‘marca España’ y de talento y recursos nacionales, creando empleo cada día en plena recesión, están acreditando calidad, excelencia, garantía, seguridad… y respuesta fiable frente a la enfermedad. Y menos aún es aceptable que, un año después de aquel zarpazo que sigue dando coletazos por doquier, se siga jugando la carta del tan recurrente y averiado material asiático: hay que taponar, de una vez, el coladero.