La semana pasada ha sacudido el mundo político europeo una carta de generales y mandos del ejército francés retirados o en la reserva activa que apelaban a salvar la Patria francesa, y el honor de Francia ( palabra que figura en el encabezamiento) frente a su rápida desintegración o desmoronamiento (“délitement”). Por la fecha de publicación y el medio elegido, no había ninguna duda de que la iniciativa partía del mundo ultraconservador, y, si no tuvo mucha repercusión al inicio pronto tomó amplia dimensión política cuando Marine Le Pen, del Partido de la derecha extrema francesa se quiso apropiar el movimiento, provocando una reacción a modo de la izquierda extrema, y finalmente del Gobierno y el “centro más amplio” que ha optado por dejar claro quién manda e intentar sofocar el conato levantisco con la disciplina militar severa. También se percibe un cierto nerviosismo en la derecha moderada y la “Macronía” por si lo acaecido reforzase las posibilidades políticas (y plenamente democrática) de una plataforma creada alrededor de un General muy prestigioso y querido, autor de moda, De Villiers, alejado de extremismos políticos y que podría presentarse como hombre bueno y centrado regenerador, ante los franceses absolutamente hartos de la endeblez de sus políticos. Lo que nos permite recordar que, en Francia, el ejército es muy respetado y muy querido por la mayoría de los ciudadanos. Hasta aquí la somera exposición de la maniobra política.
Pero lo que interesa a los españoles, claro está, son las lecciones, el eventual espejo dónde mirarse, las reflexiones comparativas con nuestra situación política. Y en ese sentido lo más importante no es centrarse en el dedo que muestra la luna, el ejército, sino en la luna. Es decir en el sustrato sociológico, en la coyuntura socio política disgregadora que ha motivado la reacción de los jubilados castrenses. Para ello citemos brevemente (el texto original es breve) los motivos que los militares exponen como responsables de la desintegración de Francia. En primer lugar traen a colación toda esta ola muy reciente de destrucción de valores que ellos consideran, creemos que con razón, en la base del honor y grandeza de Francia. Citan un nuevo tipo de racismo sectario a la inversa que criminalizaría periodos y héroes que han hecho grande a su patria. Se menciona a los indigenistas, los derrumbadores de estatuas, los “woke”, y los revisionistas destructivos y mentirosos de la Historia. Esa batalla cultural no es ajena a España, pero como llevamos siglos con el sanbenito de la leyenda negra puede que estemos curados de espanto. Aunque deberíamos reflexionar sobre las imprudencias de leyes acientíficas y disgregadoras como la de la memoria histórica o democrática. En segundo lugar condenan la comunitarización de parcelas del territorio francés donde el islamismo está instalando una convivencia anti democrática basada en valores antitéticos a la Constitución francesa, a su democracia inclusiva y a la propia cultura secular francesa, con leyes propias, persecución de otras religiones, educación propia, etc…. Ese es sin duda el mayor motivo de preocupación y un problema gigantesco de la Francia contemporánea, fraguado en los últimos decenios. En España ese problema estaría en Estado embrionario por lo que todavía podemos aprender y evitar males mayores tomando las medidas preventivas necesarias sin perder ni un ápice de humanidad. En tercer lugar aportan como efecto disgregador la reacción autoritaria y violenta contra los chalecos amarillos, obligando a las fuerzas del orden a mantener una actitud severa e impopular, como chivos expiatorios. Este es un problema muy francés. Nosotros tuvimos nuestro 15M, cierto que lo resolvimos con permisividad y lenidad pero también cierto es que nos ha llevado a tener en el Gobierno los elementos más totalitarios, destructivos del bien común y felones de Europa…
Los militares galos terminan advirtiendo que de no tomar medidas políticas y gubernamentales urgentes, la situación se deterioraría tanto que abocaría a medidas mucho más contundentes que podrían degenerar en una guerra civil. Al juicio del que firma, más que un pelín exagerado. Pero el término guerra civil tiene su importancia porque indica que l problema de la desintegración de Francia es un enfrentamiento entre franceses. Los enfrentamientos son entre franceses de hasta cuarta generación, con todos sus derechos y franceses no musulmanes, por simplificar. Es decir el problema puede recordar al que plantean en nuestra España los separatismos de tipo racista y oligárquico financieros, siendo en Francia de tipo étnico-socio-religioso. Con la verdad por delante, no es en Francia el problema de la inmigración (ni una vez se cita en el texto) la que ha provocado la “indignación “ de los militares, aunque exista como en toda Europa. Si acaso padecen consecuencias de emigraciones de hace 60 o 70 años. Por eso queremos concluir que si España no quiere añadir a su desconstrucción en taifas una fragmentación en zonas estancas ajenas a la convivencia integrada, incluso dentro de nuestras actuales taifas, puede aún impedirlo con una política de inmigración e inserción eficaz, inteligente, tan atenta a los derechos humanos como al futuro del bien común. Tan alejada del racismo como de la desprotección de nuestra convivencia y cultura.