Durante el último año y medio, en las circunstancias más endemoniadas, cuando en plena travesía descargaba la tormenta, hay quienes se han negado a tirar la toalla o arredrarse. Al contrario: han agudizado su instinto, han afilado su talento, han acreditado las ganas de luchar que nunca habían perdido. Ha existido en ese tiempo un sector especialmente incomprendido, a pesar de su derecho a sobrevivir, a pelear, y es el del ocio nocturno. A centenares de miles de familias se las ha llevado a la cuerda floja. Las ayudas directas no asomaban, los negocios echaban definitivamente la persiana. Se dejaba desde el poder sin respiración (tampoco asistida) a quienes contribuyen con casi el 2% al PIB. Eran más que camareros que sirven copas o porteros de discoteca: decenas de miles de autónomos vinculados a las artes escénicas, como productores musicales, cantantes, bailarines o técnicos de sonido. Se les ha dejado en la estacada y se han sentido, especialmente los empresarios que les contratan, entre engañados y abandonados. Muchos de nuestros políticos han sido insensibles a quienes, en algunos casos, han terminado refugiados en las desoladoras colas del hambre.
No sólo eso. La campaña de estigmatización y hasta criminalización que ha padecido el ocio nocturno ha sido en algunas circunstancias tan feroz como injusta. No sólo se ha prohibido el trabajo en algún momento y lugar sin base científica para hacerlo, a pesar de que los locales respetasen escrupulosamente las medidas anti-covid-19, sino que se les ha culpado de ser peligrosos focos de contagio ¡hasta estando cerrados! Pareciera como si las víctimas lo tuviesen merecido por haber hecho algo mal; no ahora, de lejos y no se sabe qué.
Hoy las cosas cambian (¿demasiado tarde?). El hecho es que actuaciones sostenidas y de presión, reivindicativas, como las llevadas a cabo desde la plataforma Spain Night Life, y a través de su presidente, Tito Pajares, cobran su verdadero sentido y marcan una hoja de ruta.
Más allá de las ayudas directas, impositivas y exenciones fiscales que se hayan podido conseguir (o más bien no), la reapertura de los locales -incluidos algunos míticos en todo el territorio nacional, archipiélagos incluidos-, avanzado el proceso de vacunación, debería ayudar a mantener la viabilidad estructural de un sector crucial que incluye la cultura y los espectáculos.
España, por mil razones por todos conocidas, ha de ser de nuevo el faro que tire de formas de ocio que no tienen que ver con la caricatura del desenfreno tantas veces dolosamente proyectada, sino que forman parte de nuestro propio estilo de vida. Y esto último es esencial, no sólo económica sino emocionalmente, recuperarlo. ¡Vamos!