No creo que tengamos solución a la vista. La afiliación a los partidos es exigua y se aleja de las cifras que airean los partidos. El único control sería conocer cuántos pagan las cuotas y sólo tenemos dos fuentes: la primera es el Tribunal de Cuentas y se comprueba que el ingreso de los partidos por cuotas apenas supone el 10% de lo que reciben como subvención pública. Hay un ejemplo singular en el caso de Podemos que recibió el pasado año cerca de 12.000.000 € de los fondos públicos y solo 900.000 € de cuotas de afiliados. La segunda fuente es la Agencia Tributaria que registra las deducciones en la declaración de la renta por cuotas abonadas a partidos políticos o sindicatos. En los datos del Fisco del año pasado únicamente 248.852 personas han abonado cuota a un partido político. Dividamos la cifra por las siglas que tienen representación y saquemos conclusiones. No es extraño, por tanto, que unas pocas personas decidan quiénes van a ser diputados, alcaldes y concejales, con independencia del número de votantes que eligen una lista cerrada.
El libro de Cayetana ha sido glosado por personas relevantes, empezando por el premio Nobel, Vargas Llosa. Podría llenar líneas con grandes nombres de nuestro periodismo (Cebrián, Rosell, Cacho, Bustos) pero agoto las menciones con lo publicado en estas mismas páginas por José Luis Heras, observador persistente y experimentado de la dinámica del Congreso. Aquí queda su reflexión: “Nuestro sistema debe ser apuntalado sobre bases más sólidas que las actuales: una nueva Ley de Partidos Políticos; exigir claridad y control social de la actividad política. Es el Estado quien debe decidir quién es, o no, políticamente indeseable. Ni Cayetana Álvarez de Toledo, ni García Egea, ni Pablo Casado, ni los oponentes, ni el gobierno. Nadie debe tachar a nadie de políticamente indeseable. Nadie.”
Advierte la sociología que solo un pequeño porcentaje de la gente sigue con atención la política, la gran masa tiende a la indiferencia. Sería una sorpresa que, si se pregunta al azar a diez personas, nos encontráramos una capaz de nombrar a cinco ministros. Menos aún debe extrañar que al ciudadano común no le preocupe la concentración del poder en la cúpula de un partido y que la influencia de los afiliados, y no digamos del resto de los ciudadanos, sea ínfima. Ciertamente la gobernanza de un país es importante para la vida de la gente, pero la mayoría se muestra ajena a la conducta de un dirigente por quitar del medio a cualquiera con talento dentro de su propio partido, por considerarlo un rival.
Tengo registrado una anécdota atribuida a Alfred Sloan, que fue presidente de General Motors y considerado un gran líder empresarial. Tras exponer un plan a sus más directos colaboradores y recibir la aclamación general con lisonjeros comentarios, suspendió la reunión y pidió reanudarla al día siguiente para que pudieran analizar con calma su propuesta. El asentimiento general -dijo- no las enriquecía sin la crítica y el debate. He aquí el ejemplo de un liderazgo que estimulaba el talento. Veamos en contraposición cómo describe Cayetana el estilo de mando de Teodoro García Ejea: “la suya es una manera de entender la política a través del ordeno y mando más crudo. Es el sometimiento de cualquier atisbo de sensibilidad, inteligencia, deliberación, debate y libertad. Y no es verdad que esta manera de dominar y someter al partido, de sojuzgar las estructuras, beneficie a Pablo Casado y a su llegada al gobierno.”
Cayetana se desahoga con intensidad. Es su derecho y lo ejerce con valentía y brillantez intelectual. También señala sus propias limitaciones: “Soy mala gestora de sentimientos, trabajo con dificultad en equipo y no voy sobrada de empatía.” Ciertamente son carencias que debe intentar vencer y pueden ser vencibles. Siempre he sostenido que el líder se hace, no nace y he recopilado múltiples ejemplos (*). La cuestión es si Casado, que no sale bien librado por su cesión absoluta de poder de decisión en su secretario general, tendrá arrestos para conservar y utilizar en el PP el indiscutible talento de Cayetana. Cuestión dudosa, dicho sea de paso, si se observa el comportamiento de Génova con Isabel Diaz Ayuso, otro claro ejemplo de talento político.