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Veterano

· Nunca me han convencido las ideologías, ninguna, y menos las aparentemente sólidas pero llenas de incoherencia bajo su superficie que los descarados proselitistas me quisieron vender manufacturadas y envueltas en floreado plástico hace ya muchos años

domingo 25 de mayo de 2025, 10:09h
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Esas hechas públicas bajo la forma de sesudos infumables libros de título sonoro escritos en un papel perfumado, que lo aguanta todo, por mantenidos líderes de pacotilla enemigos del jabón y de la ducha que, animando a hacerlo a otros, nunca en sentido literal se batieron de verdad el cobre con riesgo para su integridad.

Hay quien tras mucho reflexionar se compromete muy en serio para siempre con unos pocos valores elegidos por él, nunca más de tres [mejor intensión que extensión] para no correr el riesgo de traicionarlos, y por otro lado hay quien para ahorrarse pensar se provee de empaquetadas ideologías de escasa calidad fáctica y llenas de cómodos intereses comunes fabricados a granel, solo válidos para aquellos que de verdad no se quieren comprometer con la dureza de prosperar por la vía del esfuerzo individual y proporcionan espurias vías de escape para el caso de tener que justificar las contradicciones personales.

Despreciadas todas las ideologías, conceptualmente en esencia solo queda elegir entre dos códigos de conducta por los que regir nuestra existencia: el de la coherencia y el de la conveniencia.

Más allá de la consideración mínima que me merece toda persona por su condición de ser humano, y por supuesto estando totalmente de acuerdo con que todos por igual merecemos tener reconocidos los derechos así calificados en la conocida Carta Fundamental redactada al efecto, solo muestro respeto con mayúscula al que por su propia voluntad se aplica a si mismo con rigor el primero de esos dos códigos, y me cisco en todos los que para su confort practican y excusan con laxitud el abrazo del segundo.

Y si en la cartilla de supervivencia, esa que a todos nos acompaña, en la casilla de coherencia, en lugar de un “se le supone”, al lado de la graduación no oficial de veterano aparece un “sobradamente demostrada”, puedo por una vez y sin que sirva de precedente plantearme escuchar con atención sus indicaciones y decir “de acuerdo, aunque no las siga, te respeto y te las agradezco”.

En cambio, de primeras sin poderlo evitar ningún cargo electo o heredado al servicio de una ideología me merece por sí mismo y sin más respeto, salvo si está ocupado por quien posee desde mucho antes de su nombramiento la cartilla con el reseñado marchamo de veterano de coherencia demostrada. Los que ocupan cargos frecuentemente suelen no exentos de mucha osadía justificar su falta de coherencia con una conveniencia común que argumentan bajo el pretexto de hacerlo en favor del interés general.

Pero me temo que cada vez más siguiendo el ejemplo generalizado que se impone en esta sociedad del bienestar por más personas se acepta válida la conveniencia como acertada pauta de comportamiento, y así si primero conviene la defensa de una causa pues se aboga por ella y si después conviene más atacarla, sin ningún rubor se toma al asalto para verbalmente aniquilarla sin piedad.

Recuerdo un viejo militante jubilado, orgulloso de su moralmente superior ideología que sin pudor en cuanto había ocasión exhibía, que había contratado los servicios de una llamativa y simpática profesional, y estando ambos alegremente pasando un agradable rato en el salón de la casa del cliente, este le decía a la guapa joven, hazme caso tú siempre mantén el paso firme, la cabeza alta y nunca mientas si no quieres perder la dignidad, en esas estaban cuando sonó el timbre y al abrir la puerta se encontró en el rellano al vecino de enfrente, también mayor y un ferviente defensor de una estricta moral monacal, y al presentarlos el veterano con el sobrado desparpajo del habituado a no ceñirse a la verdad dijo, querido compañero esta es mi nieta que amablemente ha venido para visitarme desde el pueblo.

Al quedarse solos esta le preguntó ¿Por qué has mentido? A lo que el interpelado contestó, es sencillo lo he hecho por simple conveniencia, su patrimonio es holgado y está suscrito al canal de deportes, y amablemente me permite ver gratis en su casa todos los partidos de fútbol que ponen en televisión, y con lo que me ahorro puedo pagarte a ti, por lo que supongo que me entenderás perfectamente y no te parecerá incoherente que lo haya hecho y mucho menos me lo afearás, porque la exigua pensión que me ha quedado al apenas haber cotizado por mucho que la estire no me alcanza para las dos cosas.

Y así de esta forma una vez más la ausencia de coherencia y su indecorosa sustitución por la conveniencia en este sofisticado mundo actual donde se combina el consumo real con el virtual se justifica con la constante preferencia por satisfacer un generalizado y artificial interés particular.

Que en toda ideología se excusa con un “mejor así, de esta manera al final todos contentos”; pero olvida también por una torticera conveniencia que la conformidad del generoso vecino probablemente se esfumaría por completo si conociera la auténtica realidad. Y esta es la moraleja: la conveniencia generalizada rara vez casa bien a largo plazo con la transparencia y la verdad, y el día que esta se hace evidente y sale a la luz inevitablemente se desestabiliza la pacífica convivencia, pilar básico para conseguir satisfacer el interés general y realmente alcanzar el auténtico bien común.

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