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Saco

· Toca un día más madrugar, a toque de despertador, justo en la peor ocasión cuando, tras una mala noche, por fin habías podido conciliar el sueño

domingo 27 de julio de 2025, 08:00h
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Tras aligerar el cuerpo por la vía de liberar la vejiga, no te gusta lo que ves en el espejo ¡Menuda cara! Dudas sobre el desafortunado momento de la aparición de la nueva arruga ¡Maldito paso del tiempo! Piensas, no sin dolor. Todavía somnolienta y con la cabeza embotada, te pasas de rosca con el temporizador del microondas y el primer sorbo del café te chamusca la lengua. No tomas nada sólido aunque sabes que es en balde cuanto sacrificio y renuncia hagas para evitar las leyes de la naturaleza, entre otras a estos efectos la más canalla de ellas, la ley de la gravedad.

Tras los rituales de higiene básicos y una ducha rápida abandonas el baño, no te hace falta pensarlo mucho, hoy pasas de maquillaje. Nada del armario te parece suficientemente adecuado y para vengarte de todo y castigar a todos, al no saber bien de qué y asegurarte que el culpable sea quien sea no sale bien librado, te vistes sin centrarte mucho en ello, lo haces al descuido dando preferencia a la comodidad, la claridad en el lema impreso de la mustia y vulgar camiseta es un aviso para navegantes, a buen entendedor …. ¡Para que se fastidie el capitán, no quiero postre! Piensas por impulso recogiéndote el pelo con gestos mecánicos.

El transporte público va a reventar, te empujan al entrar y la proxémica existente con base en la distancia mínima de comodidad deja mucho que desear, a mayores cuando a cualquiera de los que te rodean por propia voluntad no los tocarías ni con un palo. ¡Mejor no pensarlo!

Llegas tres minutos tarde al trabajo, el jefe en silencio te mira con su vulgar cara de enigmático, no es mala persona pero no siempre lo entiendes, ni él tampoco a ti, y solo acierta en el mejor de los casos tres de cada cuatro veces cuando quiere hacerse el simpático.

El día en el laburo no trae problemas sin solución pero la conjunción de sobrecarga de tareas pendientes, interrupciones improductivas, estúpidos y pequeños sinsabores propios de la rutina y encima sin tener para compensar ninguna gran alegría con origen en un reconocible éxito, lo hacen percibido como un “día de guano”. Eres lista, te engañas lo justo y en tu fuero interno no descartas que tal calificativo bien pensado pudiera resultar un poco exagerado.

Y así, ahora con espacio suficiente y sin testigos cercanos, se lo haces saber durante el viaje de vuelta a casa a una vieja amiga, a la que han ascendido recientemente y le debes una llamada desde la semana pasada. ¡Enhorabuena, te lo mereces! Disculpa el retraso y bla, bla, bla.

Antes de acceder al portal de tu morada, decides entrar en el atrayente nuevo supermercado lleno de luces y promociones tramposas que han abierto en el edificio de al lado, tienes un antojo rebelde y sin ninguna duda desaconsejado, y aunque mañana para empezar el nuevo repetido día de siempre la báscula te haga sentir culpable, te apetece un helado de tamaño por lo menos mediano y acertadamente intuyes que con el ánimo y humor que traes finalmente terminarás eligiendo el del recipiente más grande. Ya puestos a desafiar a la ganancia de kilos, mejor arriesgar mucho.

Por los pasillos mientras empujas el carro repasas lo acontecido durante la jornada y te sientes un saco pero no uno de carga, mentalmente te dices tal y como me encuentro ahora mismo debe también hacerlo al terminar la jornada el saco de boxeo, ese que recibe todos los golpes de todos en el gimnasio. ¡Maldita sea! No es justo, hay una diferencia, en su caso esa es su función.

Al terminar la cola y tocarte el turno, el alto y delgado joven de la caja que amable te sonríe y cobra, te parece que está contento y por el brillo de sus ojos glaucos y su tranquilo desafiante gesto al pasar los artículos por la máquina registradora lo imaginas un chico relajado, liberado de consignas ajenas y estás empezando a verlo un punto guapo cuando regalándote una sonrisa te dice ¿Qué tal el día, Señora?

Respondes, bueno, bien, como todos, la verdad solo así así, para arrepentirte nada más soltarlo. Y, realmente como un ataque contra ti misma, piensas ¿Qué le importará a este cómo haya tenido yo el día?

Y él fijando en tus ojos su mirada, con tono calmo, suave y arrastrando las palabras, te dice: antes o después todo termina, en cinco minutos salgo y quiero pensar que el mundo me ofrece un sinfín de posibilidades, por eso no creo que a quien es capaz de hacer lucir con particular llamativa distinción esa sanchopancesca camiseta de amenazante tonto lema le ofrezca menos el cosmos, sería injusto por su parte además de equivocado.

Ahora eres tú quien le buscas los ojos, con la cabeza un punto ladeada, te retiras el pelo a un lado del cuello, ríes bajito para que el instante quede solo entre los dos, callas y acto seguido automáticamente abandonas el local, para encontrarte en la calle y darte cuenta de que contigo te has llevado el helado que has comprado y el requiebro que te han regalado.

Luego ya en casa cómodamente sentada, sin injerencias ajenas, disfrutando al paladear la textura de la fría crema con sabor a chocolate recuerdas el breve tonto encuentro vivido a la vez que la metáfora del saco de boxeo, y con la cuchara en la boca coges el móvil y a la misma vieja amiga envías un WhatsApp con el texto: te acuerdas de nuestra conversación, tenías razón, nunca se sabe la efímera agradable sorpresa que puede reservarte la caprichosa y simple idea de comprarte un helado.

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