El hecho de que los últimos sondeos estén detectando un repunte fortísimo en el voto a Vox entre el colectivo juvenil, entre los parados o entre los obreros es señal, lisa y llanamente, del descontento: obviamente con aquellos que ejercen el poder (socialistas, comunistas y nacionalistas de todo pelaje y toda índole, incluso de mala índole); pero, es señal en paralelo, del descontento con quien debería estar llamado sobre el papel a ejercer la alternativa natural, que no es otro que el PP de Feijóo.
Es algo en lo que debería profundizarse, por claro que parezca. Pero posiblemente quienes están haciendo subir como la espuma a Vox (ese colectivo juvenil, esos parados, esos obreros) perciben que la alternativa no es tal, sino que se traducirá en mera y cosmética alternancia, un relevo de aliño; posiblemente perciben que el PP de Feijóo seguirá soñando con aliarse con un ‘PSOE bueno’, una entelequia jamás explicada con éxito; posiblemente perciben que habrá falta de contundencia, tibieza a la hora de la verdad, para derribar de una vez ese edificio (auténtico activo tóxico) levantado bajo la bota de Sánchez y el sanchismo.
El sectarismo es ciego; el odio, también. Y, por tanto, quienes política o mediáticamente han recorrido hasta hoy el camino de la demonización de Vox, de su estigmatización, de su marginación, de su criminalización… y lo han hecho de forma infructuosa (también patética en muchos casos) proseguirán en ese sendero estéril, fallido; sin reparar en que, antes al contrario, el veneno con el que riegan esa tierra terminará siendo abono para que el partido de Abascal siga creciendo, y lo haga a toda velocidad.
Los ciegos de sectarismo y de odio, también en este tiempo, también en España, pueden estar cerca de ver la realidad que se ha materializado recientemente en países equiparables de nuestro entorno como Francia o Italia. Parafraseando el exitoso lema de James Carville (“¡es la economía, estúpido!”), cabría avisarles, “¡no es la extrema derecha, estúpido!”. Es la realidad, por el contrario, que, se quiera o no se quiera, se impone.