Los españolitos de a pie estamos asistiendo a un espectáculo esperpéntico justo en el momento en que se cumplen cincuenta años del inicio del actual período constituyente. El deterioro moral y ético de la clase política ha sido notorio desde la Transición, y ya no vale lo del “y tú más”, lo de que los jueces o los periodistas están sesgados en su actuación cuando lo que dicen no nos conviene, lo de que sólo son unas cuantas ovejas negras. El sistema está realmente podrido y lo de que sólo se mete a político el que no vale para otra cosa, o que simplemente quiere ser amigo de lo ajeno, está empezando a normalizarse en el espectro político español.
Cuando se producen situaciones como las que estamos viendo en los últimos meses, tenemos que afirmar que no sólo afectan a las puntas del iceberg, porque para montar las tramas que son capaces de montar los ínclitos, se necesita demasiada gente mirando para otro lado, tanto por arriba como por abajo, puesto que el movimiento de dinero necesita de contables, recaderos, “fontaneros”, secretarias y demás, amén de contrapartes corrompidas, que no pueden decir “yo no sé nada”, puesto que cuando te dicen que hagas determinadas cosas, hasta el más tonto sabe de qué va el tema, sobre todo si se pierde alguna gabela por el camino.
Afortunadamente, estos individuos son lo suficientemente torpes como para dejar todo tipo de rastros e indicios tanto a título personal como con sus familiares, que son contratados sin que tengan ninguna formación por las entidades colaboradoras del latrocinio, cuando no vacían los límites de las tarjetas de crédito o los almacenes de los grandes centros de distribución haciendo ostentación de una capacidad adquisitiva que no se puede obtener salvo que uno se aparte del camino correcto, derroche que luego todo el mundo dice que no apercibió de ello a pesar de su notoriedad.
Los medios informativos no dejan en estos días de rasgarse las vestiduras por lo que está ocurriendo y se centran en los árboles, no en el bosque. Si observamos este último en lontananza podríamos ver algo más que unos cuantos individuos inmorales que han estado lucrándose del erario, porque el problema no son unos individuos concretos, es el sistema en su conjunto unido a una cierta indolencia por parte de los ciudadanos que asumen como inevitable el que unos cuantos indocumentados manejen todos los años cientos de miles de millones de euros a su antojo y en función de sus propios intereses electorales.
Hemos permitido que en estos cincuenta años se cree una hiper estructura pública en la que se han colocado más de medio millón de políticos con sueldos más que respetables y con funciones en muchos casos discutibles, donde se coloca a amigos, familiares y gente de carnet, al margen de su formación. Tenemos 8.114 municipios, 47 diputaciones o cabildos insulares, 953 mancomunidades, 4.852 entidades de derecho público o sociedades mercantiles manejadas en el campo estatal, autonómico y municipal por políticos que, en su mayor parte, su único mérito ha sido militar en un partido desde jovencitos.
Hemos permitido que, a pesar de los avances de la robótica y la inteligencia artificial, hayamos pasado de los 1,7 millones de empleados públicos que había al inicio de la democracia hasta los 3,6 millones actuales, no porque sean necesarios, sino porque así se enmascaran las cifras de desempleo y la baja productividad que hay en nuestro país, y si no es suficiente, pues se incorporan 800.000 fijos discontinuos a la lista de ocupados para seguir justificando una nefasta gestión, cuyos costes pagamos todos con nuestros impuestos en medio de una creciente presión fiscal y un incremento permanente de emisión de deuda pública que ya no pagarán nuestros hijos, sino nuestros nietos.
Pero los culpables no son ellos, sino nosotros que se lo consentimos. En el fondo, estamos hablando del concepto de democracia, del “bosque” al que nos referíamos, de la arquitectura de nuestra convivencia. Alguno de nosotros, en conciencia, contrataría a un individuo como cierto portero de burdel, para que llevara nuestros asuntos, sino fuera porque son turbios. Alguno de nosotros entregaría la llave de la caja, léase las adjudicaciones de obra pública, a un individuo al que le han debido dar una tarjeta VIP por el consumo permanente de meretrices. A nadie le choca que alguien pague mariscadas, viajes de lujo o que sus familiares fundan las tarjetas de crédito sin solución de continuidad.
Pues lo estamos haciendo cuando permitimos que gobierne el que les permite hacer esto y, a decir de las encuestas, parece que los españoles seguimos queriendo permitir que la situación se perpetúe. No vale decir que es que los otros son peores, porque si lo son, lo que hay que hacer es no votarles y dejar que surjan otros nuevos partidos que no tengan el estigma de la corrupción grabado en su ADN. Esto ya ha pasado con partidos tradicionales en Italia o en Francia y no tiene porque no pasar en España. La ciudadanía tiene que rebelarse contra una partitocracia que amenaza con destruir nuestro modelo democrático de convivencia.
Aun asumiendo la presunción de inocencia, lo cierto es que en otros países como Francia, la justicia ha puesto en su sitio recientemente a un alto mandatario, por lo que, si el sistema funciona, es posible que dentro de unos meses, si alguno canta la gallina, se pueda completar la mesa para jugar al mus, y habida cuenta del nivel de los jugadores, estamos seguros de que habrá todo el faroleo que uno se pueda imaginar en esas interminables partidas de mus que se jugarán durante muchos años.