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IN MEMORIAM

El ex ministro Rafael Calvo Ortega.
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El ex ministro Rafael Calvo Ortega.

Hacen falta políticos como el desaparecido Rafael Calvo Ortega: un líder con alma de caballero

· Lamentablemente coincide el 47 aniversario del Referéndum de la Constitución Española de 1978 con el fallecimiento de un gran amigo y de un gran político, Rafael Calvo Ortega

By José Luis Barceló Mezquita
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jlbarceloelmundofinancierocom/9/9/27
sábado 06 de diciembre de 2025, 19:55h
No recuerdo, o no quiero recordarlo, la cantidad de años que hace que le conocí por primera vez, quizás embebido por el magnetismo de aquellos políticos eficaces, grises y discretos como el propio Rafael Calvo Ortega, José Ramón Caso, José Luis Gómez-Calcerrada y otras figuras mayestáticas de la ahora denostada Transición como los presidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo o Adolfo Suárez. Es verdad que aquellos señores cometieron errores, pero ni los cometieron a propósito, no lo hicieron en beneficio propio ni tampoco los ocultaron: simplemente hicieron su trabajo con sana intención de sacar adelante una España que abría un desconocido nuevo ciclo, tras la muerte natural de Francisco Franco y la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España y nuevo Jefe del Estado.
Rafael Calvo Ortega en una foto de la agencia EFE, cuando fue elegido en 1991 Presidente del CDS tras salir Adolfo Suárez.
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Rafael Calvo Ortega en una foto de la agencia EFE, cuando fue elegido en 1991 Presidente del CDS tras salir Adolfo Suárez.

El Rey Juan Carlos I asumió al corona con todos los poderes de Rey Absoluto de Jefe del Estado que tuvo Franco: desde Fernando VII no ha habido en España un rey con tantos poderes, sin embargo, decidió desprenderse de aquellos poderes y derivarlos hacia el Parlamento. Un gesto del monarca que no ha sido convenientemente estudiado.

Asistimos a unos momentos actuales en los que nadie protege ni alaba ni la Constitución del 78 ni tampoco el proceso de la Transición, culpándola de los males que actualmente nos aquejan.

Si echamos la vista atrás, debemos reconocer que los momentos actuales son los primeros en la historia de nuestra reciente Democracia en la que se ha abusado tanto de nuestra Constitución, que no está para estirarla a placer. La horma de la Constitución no está preoarada para este tipo de políticos que la violan permanentemente, no se diseñó para políticos aprendices de delincuentes ni para delincuentes aprendices de políticos.

Los políticos del 78 fueron honestos y generosos. Incluidos los comunistas como Enrique Curiel, Nicolás Satorius y tantos otros, comunistas pero señores. Pese a la dificultad de los momentos vividos en aquellos tiempos, no hubo momentos de zozobra ni para dar la espalda.

Los políticos del Régimen saliente, casi todos ellos “camisas azules” como Martín Villa o el propio Suárez, cachorros del Franquismo, hicieron esfuerzos de generosidad al igual que los opositores socialistas o comunistas como Dolores Ibárruri “La Pasionaria” o Santiago Carrillo, probablemente criminales de guerra sin juicio, y que pudieron regresar a España e incluso sentarse en la poltrona del Congreso de los Diputados.

No nos podemos imaginar hoy una foto de Pablo Iglesias o Iñigo Errejón fumándose un pitillo con Santiago Abascal o con Alberto Núñez Feijóo como hicieron Fraga y Carrillo mientras se tomaban un güisqui. Las fotos les muestran riéndose, y no creo que fuera de nosotros, como los políticos de nuestros tiempos actuales, que creen que los electores son tan idiotas como ellos.

Los políticos de hoy son gilipollas si los comparamos con los de entonces. No les llegan ni a la suela del zapato, por intransigentes e intolerantes y por la permanente falta de respeto al contrario o al oponente. Unos merluzos que no trabajan para los demás, sino para si mismos.

Y, a parte de sobrarles intransigencia, les falta humildad, y la visión clara de que en política se esta para marcharse. Tienen que asumir la alternancia.

Hombres como Rafael Calvo-Ortega, que hicieron posible que podamos recordar hoy como insólitos aquellos tiempos, merecen ser recordados en el momento de su fallecimiento por su valentía y porque hicieron posible algo que hoy nos parece sorprendente.

Siempre recordaré la austeridad y seriedad de Calvo-Ortega en las interminables reuniones en las que tomé parte con él mientras formé parte de su gabinete. Era ya ex ministro, e intentó encauzar un CDS delirante que naufragaba tras la salida de Adolfo Suárez. Don Rafael siempre iba vestido con un traje gris, como salido del Sepu o de Cortefiel, no sé si tendría varios o era el mismo, y una eterna corbata negra. Simpleza y austeridad. Hablaba además muy poco, y tenía la virtud de preguntar acerca de las opiniones de los asientes en las reuniones, con una voz muy baja, y escuchar mucho, mientras oteaba los gestos de todos con aquellas ojeras azules de tanto trabajar, que le llegaban a los pies. Siempre fue respetado.

Rafael fue un hombre prudente y silencioso, reía poco o casi nunca. No era un hombre de extremos; era un puente entre ideas, un defensor de la libertad y la equidad que siempre priorizaba el diálogo aunque hablara poco.

Calvo-Ortega fue eurodiputado un tiempo, junto a Eduardo Punset, que alquiló la casa de mis abuelos para montar las oficinas de la Fundación Foro, que presidía. Los dos viejos amigos centristas se distanciaron para seguir caminos separados, y el naufragio del centrismo español se hizo evidente.

Ahora, en estos días de diciembre, cuando el invierno comienza a envolvernos con su manto frío, no puedo evitar sentir un cálido abrazo de nostalgia al recordar a Rafael Calvo Ortega, ese gran hombre que nos dejó el pasado 27 de octubre de 2025, a los 92 años.

Rafael no fue solo un político o un jurista; fue un faro de moderación y humanidad en la convulsa Transición española hacia la democracia. Como líder centrista de la Unión de Centro Democrático (UCD), encarnó los valores de diálogo, respeto y compromiso con el bien común. Su partida nos deja un vacío profundo, pero su legado brilla con la luz de un caballero que siempre puso a España por encima de todo.

Nacido el 26 de agosto de 1933 en El Espinar, localidad segoviana a la que se mantuvo vinculado toda la vida, Rafael creció en un entorno humilde que forjó su carácter resiliente y empático. Hijo de un restaurador, comenzó su vida laboral como camarero en el hotel familiar, sirviendo mesas con la misma dedicación que luego aplicaría a su servicio público.

Su inteligencia y determinación lo llevaron más allá: se licenció en Derecho por la Universidad de Salamanca con premio extraordinario, y escaló hasta convertirse en catedrático de Derecho Financiero y Tributario, impartió cursos de doctorado y fue miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Se doctoró en Derecho en la Universidad de Bolonia obteniendo el premio extraordinario Vittorio Emmanuele III a la mejor tesis doctoral.

Su entrada en la política fue un acto de patriotismo puro. En los años cruciales de la Transición, Rafael se unió a la UCD bajo el liderazgo de Adolfo Suárez, convirtiéndose en secretario general del partido y diputado. Como Ministro de Trabajo entre febrero de 1978 y mayo de 1980, en solo dos años, tuvo un papel determinante en la aprobación del Estatuto de los Trabajadores, una ley fundamental que protegió los derechos laborales y sentó las bases para una sociedad más justa. El Estatuto de los Trabajadores, aún vigente, fue aprobado el 14 de marzo de 1980 y tras diferentes modificaciones actualmente está regulado por el Real Decreto Legislativo 2/2015, de 23 de octubre.

Más allá de sus logros profesionales y políticos, que son indudables por la economía de su tiempo en la vida pública, lo que más conmueve de Rafael es su esencia humana. Quienes tuvimos el privilegio de conocerle, compartir momentos con él e incluso aprender, podemos asegurar que era un "hombre bueno", un patriota y un caballero en el sentido más noble de la palabra española.

Su bondad no era fingida; era genuina, como el cariño que mostraba por su tierra segoviana y por España entera. En artículos y obituarios, se resalta cómo, incluso en la vejez, mantenía esa humildad que lo hacía accesible y querido. Rafael no buscó nunca el aplauso; buscaba el progreso colectivo, y en eso radicaba su grandeza. Era de esos seres que dejan huella no por el ruido que hacen, sino por la calidez que irradiaban.

Hoy, en este recuerdo, quiero honrar su incuestionable legado: una España democrática, inclusiva y centrada en el pueblo. Rafael Calvo Ortega nos enseñó que el verdadero liderazgo nace del corazón y en el trabajo, no en el ejercicio del poder.

Su partida es ley de vida, pero sus ideas y su ejemplo perduran, inspirándonos a ser mejores.

Un saludo afectuoso a su familia y amigos.

Con gratitud eterna, te recordaremos con cariño y endeudados por tu generosidad.

Descansa en paz, querido Rafael; tu luz sigue guiándonos en estos tiempos inciertos.

Rafael Calvo Ortega recibió en 2018 el Premio de la Diputación de Segovia por su magnífica trayectoria profesional y su destacada labor en la transición. Se lo entregó el presidente de la institución provincial y del jurado, Francisco Vázquez.
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Rafael Calvo Ortega recibió en 2018 el Premio de la Diputación de Segovia por su magnífica trayectoria profesional y su destacada labor en la transición. Se lo entregó el presidente de la institución provincial y del jurado, Francisco Vázquez.
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